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Cuando Portugal fue el país de los grandes exploradores

El historiador presenta en España su más reciente libro, “El mar sin fin”, en el que recorre con su prosa divertida y salpicada de anécdotas la historia de los descubrimientos portugueses
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“Los sonidos del portugués me resultan fascinantes. Mi esposa dice que puede escuchar la lluvia del Atlántico en ellos. El español, en cambio, tiene el sonido de un paisaje más rudo”, asegura el historiador Roger Crowley, que visitó España recientemente para presentar “El mar sin fin” (Ático de libros), en el que traza la historia de los descubrimientos portugueses a partir de 1483, cuando Diego Cao, habiendo llegado hasta lo que hoy es Angola, soñaba con cumplir las órdenes de Juan II de Portugal de encontrar una ruta marítima a la India.
Crowley, también autor del galardonado “Imperios del mar”, confiesa que este libro nació de la petición de un portugués –“Uno de los hombres más ricos del país, de esas familias con nombres muy muy largos”, asegura–, que le animó a indagar en ese periodo. Sin embargo, Crowley no estaba seguro de que el producto final iba a ser de su agrado puesto que “derrumba” algunas de las ideas que los propios portugueses tienen sobre las hazañas de navegación de sus antepasados. Entre ellas, que su proceso de colonización no fue violento, o al menos lo fue en menor medida que en el caso, por ejemplo, de España. Sin embargo, en su libro Crowley se refiere a la “violencia extrema” de las expediciones.
“El amigo que me convenció de escribir el libro, me dijo: “¿Sabes la diferencia entre nosotros y los españoles? Que ellos mataban a las personas, mientras que nosotros nos acostábamos con ellas””, recuerda el británico entre risas. Ya con semblante más serio, añade: “Todos los países tenemos historias que conforman nuestra identidad nacional y que se transforman con el tiempo. En Reino Unido, por ejemplo, estaremos luchando la Segunda Guerra Mundial eternamente. Y ahora, con el Brexit, hemos regresado a esos mitos, a la idea de recuperar el espíritu de Churchill. Las nociones que los portugueses tienen de los descubrimientos las aprendieron en el colegio, especialmente en la época de Salazar, aunque creo que, en general, el pueblo ya ha madurado y están abiertos a nuevas versiones”, asegura.
Minutos más tarde, sin embargo, cuenta otra anécdota que parece contradecir esta afirmación y que saca a relucir la rivalidad entre España y Portugal en la época de aquellas primera exploraciones (que estuvo representada, sobre todo, por la mala relación entre Isabel de Castilla y Juan II. Ella se refería al monarca del país vecino como “El hombre”): “Algunos portugueses todavía dicen, mitad en serio, mitad en broma, que Colón era en realidad el hijo ilegítimo del rey de Portugal o que fue un espía que ellos enviaron a Castilla para llevar a los españoles hacia el Oeste, donde no encontrarían especias, mientras ellos navegaban hacia la India. Desafortunadamente, el engaño no les funcionó demasiado bien (risas)”.
En su opinión, la conformación de aquel relato de grandeza podría considerarse una gran estrategia de marketing: “Empezando con Camões, los portugueses mitologizaron su historia y, de hecho, hay algo muy contemporáneo en ello, pues sabían desde el principio que estaban haciendo algo extraordinario y crearon una historia épica y hasta una estética –la manuelina– alrededor de los descubrimientos”.
Otro ejemplo de ello fue la decisión de Alfonso de Albuquerque de enviarle un elefante al Papa León X. “Se trataba realmente de una manera de demostrar la grandeza de lo que habían conseguido –asegura Crowley–. El Papa, por su parte, adoraba a su elefante, al que llamó Hanno en referencia a Aníbal y su hazaña de cruzar los Alpes. Le hacía mucha gracia que metiera la trompa en un barril de agua y mojara a los cardenales. Pero, claro, no sabían cómo alimentarlo y cuando Hanno enfermó le dieron una medicina que contenía oro y que, obviamente, lo mató. El Papa estaba muy disgustado y enterró al elefante en el Vaticano, donde aparecieron sus huesos unos 200 años después”.
Crowley afirma también que, desde su punto de vista, aquellos primeros viajes portugueses fueron el comienzo de la globalización, ya que pusieron en práctica el intercambio de “commodities”, víveres, plantas, semillas, así como del arte y la tecnología propias y de los territorios que visitaban. “Para 1560, un noble portugués podía encargar una vajilla del estilo Ming, en China, con su escudo o sus iniciales reproducidas de manera lamentable por los chinos”, ejemplifica el autor. “Pero, claro, también existe un lado oscuro de la globalización. En este caso, se trata del traslado de enfermedades a distintas partes del mundo. Tanto los españoles como los portugueses introdujeron la tuberculosis en las tribus americanas y la sífilis en el Extremo Oriente”.
Recordando la broma de su amigo sobre el modo portugués de interactuar con las poblaciones descubiertas, el británico afirma que otra de las grandes contribuciones de sus exploraciones fue la creación de razas mixtas: “Aun en contra de lo que dictaba la Iglesia católica, Alfonso de Albuquerque animó a sus hombres a casarse con las mujeres nativas porque era consciente de que los portugueses son un pueblo pequeño”.
Esa noción, y los pocos recursos que tenían en su país, probablemente fueran las principales razones de su afán de navegación, en opinión de Crowley. “Los pueblos más hambrientos de descubrimiento han sido los de las poblaciones más pequeñas: Venecia, Portugal, los holandeses y los ingleses. A mi manera de verlo, esta es la historia de los portugueses: tenían poco y, por tanto, emigraron. Y siempre lo han hecho, aún hoy. Los lusos, además, son un prototipo en este sentido: a donde van les siguen los holandeses y, luego, los ingleses”, asegura.

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