Literatura

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Cuando tu padre cumple 100 años

Camilo José Cela Conde echa la mirada atrás y recuerda en este artículo que detrás de todas las personalidades y oficios que latían en el corazón de CJC, sólo había una persona, su padre.

El Nobel, de niño, en una playa, cuando aún se llamaba Camilo José Cela y no se había convertido para el mundo en CJC
El Nobel, de niño, en una playa, cuando aún se llamaba Camilo José Cela y no se había convertido para el mundo en CJClarazon

Camilo José Cela Conde echa la mirada atrás y recuerda en este artículo que detrás de todas las personalidades y oficios que latían en el corazón de CJC, sólo había una persona, su padre.

Comencemos por lo trivial, por lo que se puede deducir de la lectura de cualquier enciclopedia. El miércoles 11 de mayo de 2016 se cumplirán cien años del nacimiento en Iria Flavia (Galicia) del escritor Camilo José Cela, quien, entre otros títulos menores, recibió los de miembro de número de la Real Academia Española, Premio Nobel, Premio Cervantes, Premio Príncipe de Asturias y Premio Nacional de Literatura. Sigamos por lo educativo; por lo que aprenden, si atienden lo bastante, los bachilleres en las aulas. Camilo José Cela escribió varias novelas y libros de viajes y gavillas de cuentos que forman parte de la literatura mejor escrita en lengua castellana durante el siglo XX.

Y ahora, ¿qué? ¿Bastará con moverse hasta el terreno administrativo y dar cuenta de los ministerios, las consejerías, las diputaciones y los consistorios que se harán eco este año del centenario de CJC (que es como firmaba en ocasiones Camilo José Cela)? ¿Servirá de algo entrar en las universidades que van a escudriñar en su prosa y en sus versos? Me temo que no; sería una manera fácil de dar por cumplido el compromiso de referirse al centenario pero, por mi parte, el conejo que saliese de esa chistera resultaría un tanto mustio y descolorido. Porque al margen de tales fastos reseñables sucede que, de haber resistido lo suficiente, quien habría cumplido cien años el miércoles día 11 de mayo es mi padre.

CJC dejó de resistir, esto es, de hacer honor al lema de su escudo nobiliario, antes de alcanzar la cifra redonda de un siglo de edad. Cabe entenderle; cien años cansan incluso a Prometeo que, por cierto, es el título de una obra de teatro inédita que nos dejó CJC sin terminar. Cien años agotan cualquier paciencia, hasta la de los santos. Así que el 17 de enero de 2002, coincidiendo con mi quincuagésimo sexto cumpleaños, el autor de libros de recuerdos como «La rosa» cerró su propio paréntesis biográfico. Decir que murió sería absurdo. Nadie muere del todo mientras se mantenga en la memoria y son muchos los lectores que, para su fortuna y la de CJC, seguirán leyendo el «Pascual Duarte», «La colmena», «San Camilo», «Mazurca», «el Viaje a la Alcarria» o «Judíos, moros y cristianos». Pero un hijo no se conforma con lo que sale de la lectura de los libros y ni siquiera del contenido de los álbumes de fotografías familiares. La memoria filial adopta otro estilo menos garantista porque no es posible releer los recuerdos propios sin deformarlos. Son muchos los CJC-padre que se me levantan delante de los ojos de la mente; está el amanuense metido en las cuartillas que salmodia las frases recién escritas para oír como suena su música en voz alta; está el vagabundo con la mochila al hombro que, a partir de un cierto día glorioso, el domingo 27 de mayo de 1957, pudo echarse al camino con las tarjetas de académico en el bolsillo en previsión de que apareciera la Guardia Civil; está el dueño de premios y medallas, barbado o lampiño, de esmoquin o de frac, y está también el hombre lleno de dudas que se acerca a casa de su madre de chaqueta y corbata pero con las suelas de los zapatos agujereadas por falta de unas perras con las que remendarlas. Muchos padres son ésos, ¿no? En absoluto; la nómina de las ausencias aún por reseñar es muy amplia: torero de fortuna; actor con algún que otro papel señalado; catedrático de universidad; senador por designación real; soldado voluntario, censor; marqués; erudito; editor; gastrónomo; judoka; cartero honorario...

Entre tanta variedad resulta difícil decidirse por cuál altar hay que honrar salvo que resulte que se trata de tu padre y, entonces, todos esos personajes, como en los misterios de la santísima trinidad, se vuelven uno solo. Camilo José Cela, nos pongamos como nos pongamos, fue uno y el mismo durante todo el tiempo en que le tuve, cerca o lejos, como un padre peculiar, amoroso a su manera, lejano a la mía, sujeto a la virtud magnífica de no dar un consejo ni una orden jamás y enseñar siempre por medio del ejemplo. Aprendí de él que la palabra lo es todo; que no existe amor sin lealtad ni respeto sin cariño; que no se habla ni de dinero ni de política ni de literatura; que la inspiración consiste en trabajar veinte horas al día si es preciso; que el que resiste, gana, pero que sólo puede resistir quien no ha jugado mal sus cartas de antemano. ¿Me dejo algo? Tal vez; CJC solía decir que hay que mantenerse al margen de las emociones ¿no es cierto?

Los hijos aprenden de sus padres todo aquello que tienden a meter en el cajón del olvido a medida que les va llegando; luego, mucho más tarde, recuperan lo que parecía perdido para comprobar con sorpresa que en realidad jamás lo olvidaron del todo. Recapacitemos: fidelidad, amor, respeto, trabajo. Has de dar cuenta de lo que es tu padre un siglo después y de pronto te das cuenta de que no has trabajado lo suficiente.

Para llegar al Cela padre, al padre de verdad, me queda mucho trabajo por delante.