De gloria inmortal
Unas líneas sobre la huella imborrable de Rafael Sánchez Ferlosio en el corazón de la prosa española de la mano del autor de su biografía, José Benito Fernández
Unas líneas sobre la huella imborrable de Rafael Sánchez Ferlosio en el corazón de la prosa española de la mano del autor de su biografía, José Benito Fernández
La última vez que vi a Rafael Sánchez Ferlosio fue el 24 de febrero de 2015 (lo tengo anotado). Yo me había citado a primera hora de la mañana en la madrileña cafetería Silma, de la calle de Narváez número 19, con un señor que trabajó para Juan Benet, personaje sobre quien llevo años trabajando para culminar con la escritura de su biografía. Al fondo del local, mi interlocutor y yo estábamos sentados a una mesa en la que había dos pocillos de café y una grabadora -objeto distanciador-. En un momento de la recogida de su testimonio volví la cabeza y en la mesa de al lado, de la que apenas nos separaba un metro, encontré sentados, desayunando a la vez que hojeando los periódicos del día, a un envejecido Rafael y a su esposa Demetria Chamorro. La sorpresa, el shock, fue tal que estuve más pendiente de la conversación de mis vecinos que del relato de quien tenía enfrente. Mi mente dilucidaba entre darme a conocer y presentarme al matrimonio o no hacerlo. La razón me dijo, por deferencia hacia ellos, que mejor dejarlos tranquilos y no ser invasivo. Suelo ser respetuoso con mis biografiados. Habría sido violento tanto para mí como para ellos. Por entonces yo ya tenía acabado El incógnito Rafael Sánchez Ferlosio. Apuntes para una biografía; estaba a la espera de una respuesta editorial.
La única conversación que tuve con Ferlosio a lo largo de los años del trabajo biográfico fue el 18 de febrero de 2013. No quiso colaborar conmigo, ya que no es partidario del género biográfico, le enfermaba. Sin embargo conmigo estuvo cortés y hasta zumbón. No tuve la impresión de tener a un ogro al otro lado del hilo. Fue la única charla que tuvimos y no le tuve en cuenta la sugerencia que me hizo para que abandonara mi trabajo. Algún día completaré y actualizaré ese libro. En aquella conversación telefónica Rafael, entre otras cosas, me dijo: “Las biografías sólo se le hacen a los muertos. Yo tengo ochenta y cinco años, no tiene usted que esperar mucho”. Sólo han sido seis años de espera. El próximo 4 de diciembre Rafael habría cumplido noventa y dos años.
El arte y la cultura no hacen mejor al ser humano. Ferlosio, de alta cuna, era una persona humilde hasta el exceso. Cuando en abril de 2015
salió su Campde retamas. Pecios reunidos, el autor se agarró un monumental berrinche porque los caracteres de su nombre y apellidos tenían mucho mayor cuerpo que el título. Hay que recordar cómo pidió perdón públicamente por haber hecho campaña a favor del referéndum para que España entrara en la OTAN, cómo amagó con devolver el dinero de las dietas de un viaje a Israel enviado por el diario El País, del que no trajo ni una sola línea escrita. Cuando apareció mi trabajo biográfico, en una entrevista, le preguntaron si sabía del libro y él contestó que yo era un caballero porque había tenido el detalle de enviarle el original. Siempre le estaré agradecido por ese elogio, aunque ni yo ni la editorial Árdora jamás le enviamos el texto mecanografiado.
Todo su entorno me aconsejó no aparecer por la tertulia sabatina que tenía en Prosperidad, ni llamarle por teléfono. Cuando lo hice, he de confesar que me temblaban las manos, estaba amedrentado. Tanto amigos como editores le tenían un respeto casi sagrado. Sin embargo, según sus íntimos, ese hombre con fama de carácter adusto era un ser de una inconmensurable ternura. Hasta ayer mismo Rafael Sánchez Ferlosio, de sublime prosa, ha sido el mayor escritor vivo en lengua castellana, en español. Solamente la gloria sobrevivirá a su muerte.