Degas: La increíble y triste historia de la «Pequeña rata»
Se llamaba Marie Geneviève Van Goethem, era una niña bailarina de la Ópera de París y llevó una vida siempre al límite, entre la miseria y la prostitución. Una exposición en el Museo D’Orsay y un libro devuelven al personaje, inmortalizado por el pintor y escultor, a la actualidad.
Se llamaba Marie Geneviève Van Goethem, era una niña bailarina de la Ópera de París y llevó una vida siempre al límite, entre la miseria y la prostitución. Una exposición en el Museo D’Orsay y un libro devuelven al personaje, inmortalizado por el pintor y escultor, a la actualidad.
Quién fue esa niña-adolescente inmortalizada por Degas y convertida hoy en uno de los símbolos del universo glamuroso del Ballet de la Opera de París? La pequeña de catorce años vuelve a ser protagonista. La escultura, de bronce patinado, tutú de tul ajado por el tiempo y lazo de satén en el cabello abre paso a la exposición con la que el Museo d’Orsay rinde homenaje al artista con ocasión del centenario de su muerte. El hilo conductor es la obra del poeta Paul Valéry sobre la creación del pintor, y la profunda amistad que mantuvieron a lo largo de más de veinte años.
Sin embargo, Marie Geneviève Van Goethem, que así se llamaba la «petit rat» del Palacio de la Ópera, cobra especial relevancia estos días a través de la apasionante investigación que Camille Laurens ha realizado para descubrir los orígenes de la niña inmortalizada por Degas. A su edad, los niños van al colegio y sueñan con ser admitidos algún día en un ballet para formar parte de la élite de bailarines. Pero «lo que a menudo hace soñar a nuestras hijas pequeñas no era un sueño para ella», escribe la autora. Marie, igual que sus dos hermanas, Antoinette y Louise-Joséphine, fueron inscritas para poder llevar a casa algo de dinero con el que comprar comida, tal era la precaria situación en que vivían. Sus padres eran belgas y huyendo de la miseria se habían instalado en París a los pies de Montmartre, poco antes del nacimiento de Marie, el 7 de junio de 1865.
Pero la vida de pequeña no fue mejor que la de sus progenitores. Fue bautizada con el nombre de una hermana que había fallecido, la contrataron en la ópera donde ganaba dos francos al día como figurante de segunda clase, y a los doce años posaba para el señor Degas con el fin de redondear su salario. Hacía tiempo que el artista frecuentaba el Palacio Garnier para poder dibujar las escenas de danza. Había logrado que le dejaran entrar por la llamada «puerta de comunicación» y tenía permiso para asistir a las repeticiones a cambio de un abono por tres espectáculos a la semana. Pero necesitaba trabajar los detalles de los personajes de sus cuadros y para ello empleaba modelos que iban a su casa.
Al mejor postor
Camille Laurens cuenta cómo cohabitan en ese ambiente las niñas, las «petits rats», procedentes de familias muy humildes y cuyas madres les acompañaban para poder venderlas al mejor postor a los caballeros distinguidos atraídos por el mundo de la danza y los cuerpos menudos de las bailarinas. En la Ópera existía la posibilidad de ascender socialmente a través del baile, pero las oportunidades estaban contadas. Para subsistir, existía otra posibilidad. «Lo que hoy sería denunciado como pedofilia, proxenetismo o corrupción de menores» era entonces una práctica tolerada e incluso reconocida. Entre bambalinas se desarrolla la profesión de «casamentera» mientras «la policía cierra los ojos, igual que la dirección del teatro», asegura la autora. El padre de Marie había desaparecido de sus vidas. Su madre trabajaba como lavandera y criaba sola a las tres hermanas. Decidió negociar un contrato con el templo de la danza para todas ellas y jugar ella el papel de casamentera. Una actividad que consta en un artículo publicado en «L’Événement», periódico de la época que seguía de cerca la vida de las bailarinas de la época. En él se podía leer que «la señorita Goethem, de quince años (...) posa para los pintores», que frecuenta los cafés de Montmartre, y que tiene una madre de la que prefiere no hablar: «No, no quiero hablarles porque diría cosas que enrojecerían o darían ganas de llorar». Laurens concluye que madre e hija se prostituían.
El trabajo de «petit rat» podía comenzar a los seis años y era extremadamente duro: entre diez y doce horas al día, seis días a la semana. Por solo dos francos diarios debían repetir sin descanso ejercicios en la barra, piruetas, puntas o «entrechats». Tenían prohibido protestar, hablar, reír o llorar. «El director es omnipotente y la menor falta es motivo de multa o sanción «que puede llegar incluso hasta la expulsión. Un castigo doble porque condenaba a las «culpables» a desembolsar cien francos por cada año de trabajo en el seno de la ópera. Ese fue el caso de Marie, expulsada por absentismo, y que tuvo que encontrar todo ese dinero. Y pensar que sus ausencias se debían al tiempo que pasaba posando en el taller de Edgar Degas... Camille Laurens piensa que el pintor y escultor no formaba parte de esos «acomodados barrigudos» que en lugar de asistir al espectáculo esperaban desde el entreacto a las bailarinas «bebiendo champán y coñac». Degas eligió como modelo a Marie Van Goethem, una «niña con el pecho plano y rasgos poco agraciados». De hecho «las cartas y testimonios sobre el pintor muestran que aunque mantenía buenas relaciones con las jovencitas que posaban para él esto no traspasaba el umbral de un paternalismo benévolo».
Paul Valéry afirmó que el artista quería reproducir en esa piza concreta, «La pequeña bailarina», «el animal femenino especializado, esclavo de la danza». Y otro de sus amigos, Jacques-Emile Blanche aseguró que bajo la mirada de Degas, las bailarinas dejaban «de ser ninfa o mariposa para recaer en su miseria y traicionar su verdadera condición».
Tutú, lazo y zapatillas
El frío húmedo de París había dañado la vista del pintor, obligándole a adentrarse en el mundo de la escultura. Algo que no pareció contrariarle: «Me he dado cuenta de que para lograr una exactitud tan perfecta que de la sensación de vida, es necesario recurrir a las tres dimensiones». Degas inmortalizó a Marie en cera, con coloración natural, peinada con verdaderos cabellos, vestida con un tutú y con zapatillas de tela. Sus piernas como dos cañas, las manos sujetas tras la espalda un pie avanzado y la cabeza levantada y el gesto insolente. La escultura marcó la exposición impresionista de 1881. Muchos se escandalizaron al verla, sobre todo porque aunque la escultura estaba vestida, la modelo posó desnuda.
Sin embargo, para Laurens el hecho de que Degas precisara que su modelo tenía catorce años era una forma de sacudir las conciencias, y dejar constancia de que era «una niña pequeña, apenas una púber y ya perdida a los ojos de todos». Marie aparentaba doce. El primer día de posado se impuso la madre «ávida de ver qué partido podría sacar de este nuevo empleo para su hija y deseosa de preservar las apariencias de respetabilidad». Los numerosos bosquejos preparatorios muestran las dificultades técnicas con las que se topó Degas. Realizó veintiséis estudios de la pequeña vestida y desnuda. Las ausencias repetidas del Palacio de la Opera a causa de estos posados provocaron la expulsión de Marie, y probablemente su perdición. La última noticia que se tiene de Marie procede de un informe policial realizado tras la detención en la Gare Saint Lazare de Antoinette Van Goethem, el 20 de julio de 1882. Intentaba huir a Bélgica con su madre y Marie tras robar 700 francos a uno de sus clientes.