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Dejar y vivir

Dejar y vivir
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En el «Elogio» que Antonio Machado dedicó a don Francisco Giner de los Ríos a raíz de su muerte, puso en su boca estas palabras dirigidas a los amigos pero que tienen validez de norma universal: «Vivid, la vida sigue, / los muertos mueren y las sombras pasan; / lleva quien deja y vive el que ha vivido...» Lo he recordado al cumplirse un año de la muerte de José Manuel Lara Bosch. Porque su memoria sigue tan viva, que se nos hace puro presente. Es como si el tiempo se hubiera detenido y de un momento a otro pudiera aparecer para contarnos un nuevo proyecto editorial o dar su opinión sincera, como solía, sobre cualquiera de los problemas que ahora se acumulan sobre España.

«Lleva quien deja». Su padre había dejado un legado importante. Con el sistema de venta a plazos había llevado a los hogares españoles enciclopedias y colecciones de libros de lo más variado. El sello de Planeta se hizo «de familia». De manera paralela, en el legado se incluía el mandato y el modo de conseguir una fidelidad y un compromiso de los colaboradores del Grupo de empresas, que, en efecto, siempre ha tenido –y es marca de la casa– un aire y código de familia. Mantener todo eso suponía un reto que José Manuel Lara hijo afrontó decidido. Baste recordar su empeño en revitalizar la Fundación Lara para convertirla en centro de reflexión sobre la cultura empresarial de la Casa entrelazándola con el recuerdo permanente de su padre y de su hermano Fernando prematuramente fallecido.

Pero, al mismo tiempo, la fidelidad obligaba a continuar la expansión del Grupo, cosa que él realizó anexionando sellos editoriales de España, de Francia y de América, ampliando los campos temáticos y conjugando los soportes tradicionales con las nuevas tecnologías. El Grupo se convirtió de ese modo en la primera editorial española y entró decidido en el mundo de la comunicación con prensa, radio y televisiones propias. Por eso, porque «lleva quien deja», José Manuel fue acumulando títulos de personalidad siempre actual en el recuerdo.

Y lo hizo, sabedor de que “vive el que ha vivido”. El que ha vivido la vida heredada de sus mayores adaptándola a las nuevas circunstancias e imprimiendo en ella su modo propio, sus propias convicciones. Pude descubrir tal dimensión siendo director de la Real Academia Española. Desde los años veinte del pasado siglo – era entonces director don Ramón Menéndez Pidal – venía la Editorial Calpe, después Espasa-Calpe, publicando las obras oficiales de la Corporación: el Diccionario, la Gramática y la Ortografía. Durante la larga etapa franquista, cuando la Academia, en pago de su independencia política, malvivía en penuria, la Editorial la subvino generosa en sus necesidades. La transición política cambió poco a poco la situación y la Academia, en una política lingüística panhispánica, fue abriéndose a otras colaboraciones. Fue entonces cuando conocí la talla personal de José Manuel Lara hijo y su particular modo de hacer. Su ayuda hizo posible iniciativas como la Escuela de Lexicografía Hispánica, en la que se han formado decenas de profesionales que hoy prestan servicio a las Academias americanas. Trabajador infatigable, lucharía después con la muerte alegando ante ella los apremiantes compromisos de servicio a sus quehaceres. Mecenas generoso, ocultaría que su preferencia se centraba en los jóvenes, a muchos de los cuales abrió caminos insospechados de promoción profesional. Amigo leal, sería a la vez pudoroso como si quisiera velar el apoyo que su amistad significaba. Hombre de familia, inculcaría a la suya y a sus compañeros de trabajo el valor de la unión indestructible, lo que iba a garantizar después una sucesión y una continuidad empresarial ejemplares. Y, en fin, español cabal, respetuoso con todas las ideas, sería paladinamente integrador de todas las particularidades que caben en una patria.

Tenía razón el poeta: «Lleva quien deja y vive el que ha vivido».

*Director del Instituto Cervantes