El despojamiento final de Elisabeth Leonskaja
La conocida pianista georgiana es una artista siempre refinada, elegante, musical, a veces de sorprendentes giros acentuales en busca de una expresión fidedigna
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Obra: "Berenice, regina d’Egitto", de Haendel. Músicos: Sandrine Piau, Ann Hallenberg, Arianna Vendittelli, Paul-Antoine Benos-Djian, Reme Bres Feuillet, John Chest, Matthew Newlin. Director: Francesco Corti. Madrid, 19-V-2024.
Nueva visita a Madrid y al Ciclo Grandes Intérpretes de la revista Scherzo de esta conocida pianista georgiana (1945), que ha vuelto a mostrar su clase, su sabiduría, su sentido de la forma y su disciplina. Artista siempre refinada, elegante, musical, a veces de sorprendentes giros acentuales en busca de una expresión fidedigna. Uno de los atributos que en mayor medida la definen es su espectro sonoro, la pátina que sabe imprimir a sus frases, nimbadas por lo común de una melodiosa y armoniosa fluidez y de una belleza tímbrica hija de un ataque muelle, progresivo y un estupendo manejo del pedal, de una minuciosidad reconocible; lo que otorga a su canto una cadenciosidad ejemplar y a sus planteamientos dinámicos una amplitud que nunca bordean lo altisonante, lo melodramático. Sus modos son muy naturales y su forma de exponer, altamente lógica.
La pianista consigue un medido, y al tiempo libre, juego lleno de sutilezas y, a menudo, curiosas inflexiones. Es admirable la “cantabilità” de su piano, sólo muy ocasionalmente enturbiado por ciertos defectos de digitación. Un piano eminentemente apto para la música de Schubert o Beethoven. El pensamiento, la lógica musical, la planificación, el gusto y el estilo son siempre igual a sí mismos en el trabajo de la pianista, nunca un modelo de cambiante fantasía. De ahí que estemos tranquilos cuando volvemos a escucharla; y a verla. En esta oportunidad envuelta en una holgada bata blanquinegra no precisamente elegante.
El inicial “Vivace ma non tropo” de la “Op. 109” se abrió en un suspiro en frases piano admirablemente reguladas. Sobrevino luego una bien matizada exposición y una estupenda ejecución del central “Adagio”, aquí singularmente “espressivo”. En el “Prestissimo” anotamos algunas notas falsas y una relativa claridad y en el “Andante” final prevaleció el lirismo más exquisito y la “cantabilità” más fascinante. Luces bien administradas en el “Moderato cantábile” de apertura de la “Op. 110”, que tuvo una modélica elaboración de la fuga final, “Adagio ma non troppo”, abriendo y cerrando los distintos episodios y dejando manar la música una vez abiertas las esclusas iniciales de contención que decía Romain Rolland. Todo se desbordó juiciosamente.
El refinamiento habitual de la artista ayudó a edificar una hermosa interpretación de la “Op. 111”, esa maravillosa “nº 32 en Do menor”, ese testamento y resumen de tantas cosas. Algunos problemas de encaje, ciertas borrosidades en los fustigantes acordes del “Allegro con brio ed appassionato” no impidieron admirar la bien planteada forma de articular y de construir. Claro que lo mejor, como algunos esperábamos, vino con la lenta elaboración y edificación, nota a nota, del “Adagio molto, semplice e cantabile”; pocas veces tan simple y tan cantable.
Y pocas veces tan cuidadosamente expuesto y graduado, tan hermosamente dicho y envuelto en esa bella y peculiar sonoridad. Una “Arietta” ejemplar, de rara espiritualidad y finura envuelta en sus postrimerías en ese aéreo y esencial universo en el que los trinos nos trasladan a un mundo despojado y bienhechor. Tras tanta belleza no esperábamos bises. Pero los hubo. Fueron dos obras de Debussy: el Preludio “Fuegos de artificio” y el vals “La plus que lente”. Tan distintas; y tan bien tocadas. Excelentes, analíticas y explicativas notas al programa de María del Ser.