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Dinosaurios: ni son tan antiguos ni se extinguieron

El joven investigador estadounidense Steve Brusatte, que ha identificado 15 nuevos dinosaurios a lo largo de la última década, analiza la aparición y extinción de estas asombrosas criaturas.

Brusatte alcanzó la mayoría de edad viendo «Parque Jurásico» (en la imagen, la primera de la saga), de ahí su fascinación por los dinosaurios
Brusatte alcanzó la mayoría de edad viendo «Parque Jurásico» (en la imagen, la primera de la saga), de ahí su fascinación por los dinosaurioslarazon

El joven investigador estadounidense Steve Brusatte, que ha identificado 15 nuevos dinosaurios a lo largo de la última década, analiza la aparición y extinción de estas asombrosas criaturas.

La idea del autor de que estos animales pueden haber terminado pero que permanecen gobierna todo este libro, «Auge y caída de los dinosaurios» (traducción de Joandomènec Ros), del joven Steve Brusatte. El sinfín de obras infantiles sobre ellos, documentales televisivos y hasta largometrajes taquilleros dan buena fe de que se trata de criaturas que todavía tienen una presencia absoluta en el imaginario colectivo, en la cultura popular y, por supuesto, en el terreno académico investigativo. Un campo en el que los descubrimientos no censan. Así nos los explica Brusatte en un inicio magnífico en que cuenta su peripecia de camino en tren a un remoto lugar en China, donde se reúne con un antiguo colega para ir a ver «uno de esos fósiles que son como el santo grial: una nueva especie». Lo había encontrado un granjero mientras recogía la cosecha. Lo que halló al llegar fue un esqueleto del tamaño de una mula, un dinosaurio «con unos dientes como cuchillos carniceros, una garras puntiagudas y una larga cola que no dejaban ninguna duda de que se trataba de un pariente cercano del villano “Velociraptor” de “Jurassic Park”». Pero un pariente con plumas: un dinosaurio aviar, por lo tanto, al que la pareja de amigos llamó «Zhenyuanlog suni», y que se convirtió en uno más de los quince nuevos dinosaurios que Brusatte ha identificado a lo largo de la última década.

Algo que, lejos de ser excepcional, resulta frecuente, pues según nos dice el autor, se halla una nueva especie de dinosaurio cada semana, más en estos tiempos en que la tecnología permite a los paleontólogos usar TAC «para estudiar el cerebro y los sentidos de los dinosaurios». Gracias a la informática es posible suponer «cómo se desplazaban, y los microscopios de alta resolución pueden revelar incluso de qué color eran algunos de ellos». Brusatte se ve junto con otros científicos que alcanzaron la mayoría de edad yendo al cine a ver la famosa película de Steven Spielberg, y expone la historia épica acerca de dónde procedían los dinosaurios. En paralelo, el lector podrá ir conociendo por qué unos desarrollaron alas –y se transformaron en aves supervivientes– y los terrestres desaparecieron después de existir unos 150 millones de años. Comprender por qué esos seres fantásticos se extinguieron en un planeta que ha vivido cambios climáticos bruscos, monstruosas erupciones volcánicas e impactos de asteroides, es la premisa principal. Y es que los dinosaurios «tuvieron su gran oportunidad de remontar después de que aquellos terribles volcanes de hace 250 millones de años devastaran casi todas las especies de la Tierra, y después tuvieron la buena fortuna de superar una segunda extinción al final del Triásico, que eliminó a sus competidores crocodilios», pero, añade, «no olvidemos lo que son las aves: dinosaurios que sobrevivieron y que están todavía con nosotros».

¿Quién dominaba la Tierra?

Lo maravilloso es que Brusatte nos invita a imaginarnos cómo sería la vida en el planeta en ese tiempo, en el llamado periodo Pérmico, sin pájaros, sin mosquitos, sin ratones, pero aguantando un calor que nos sería por completo insoportable, entre ríos y montañas, cumbres nevadas, bosques de coníferas primitivas, y lagos que crecían según los monzones y que eran «la fuente de la vida del ecosistema local, abrevaderos que proporcionaban un oasis frente al fuerte calor y al viento». Pisando aquel mundo extinto, antes de la aparición propiamente de los dinosaurios, nos cruzaríamos con salamandras viscosas grandes como perros, o con los gorgonopsios, «del tamaño de osos que reinaban en la cumbre de la cadena trófica con sus caninos como sables, que rajaban las entrañas de los pareisaurios y la carne de los dicinodontes».

Seres que dominaban la tierra justo antes de que la lava de los volcanes y la liberación de las nubes asfixiantes de dióxido de carbono acabaran con el noventa por ciento de ellos. Luego, vendrían cuatro extinciones en masa más, hasta la más famosa, la ocurrida hace 66 millones de años, al final del Creático, que fulminaría a los dinosaurios. Brusatt entonces nos explica cómo abordar el hallazgo de los fósiles y cómo, pese a que relacionamos a los dinosaurios con animales antiguos, su aparición es relativamente reciente, pues la Tierra se formó hace unos 4.500 millones de años; durante 2.000 millones fue un mundo bacteriano, y hace unos 1.800 unas células sencillas se agruparon en organismos mayores. De ahí en adelante, el autor se ocupará magistralmente de cómo prosperaron los dinosaurios, como dominaron la Tierra, dedicándole una sección entera a los «tiranos»; el más célebre, el «T. rex», ocultaba en realidad un gran enigma, dado que durante casi todo el siglo XX los especialistas no consiguieron averiguar cómo encajaba en la evolución del resto de dinosaurios.