Disputas del corazón
Alejado de las disputas rancias sobre su orientación sexual y de la santificación asexuada del franquismo, José Antonio disfrutó del amor en aquella época de pasiones extremas como un hombre cualquiera. Y como el primer enamoramiento siempre es platónico, un Primo veinteañero vio en Cristina de Arteaga, hija de los duques del Infantado, a la mujer inteligente, fría y piadosa que podía encajar con la imagen de la perfecta compañera según los estrictos cánones de su educación infantil. Pero la muchacha le rechazó para tomar los hábitos en la Orden de las Jerónimas. El impacto emocional no duró mucho.
Al poco tiempo conoció a Pilar Azlor, duquesa de Luna y Villahermosa, su gran amor. La relación duró seis años. El futuro líder de Falange escondía mensajes en una capilla para su amada. Esto no quitaba que la pareja frecuentara selectos locales nocturnos de gente adinerada, como el Bakanik y el Bar Club. El padre de la muchacha, como si de un drama shakesperiano se tratara, se opuso a ese amor. Primo de Rivera era a ojos del duque un pisaverde hijo del dictador, con un título menor; aquel marquesado bisoño, el de Estella. La negativa paterna fue rotunda e inamovible. Todo terminó en 1935, cuando el duque concertó la boda de su hija con un oficial de la Armada, hijo y nieto de duquesas. José Antonio, un caballero que prefería no hacer ruido en lo sentimental, se retiró, sufrió, y ahogó sus penas con señoritas de los altos salones madrileños.
En ese ambiente conoció a su gran amante, Elizabeth, hija del liberal Hebert H. Asquith, primer ministro británico entre 1908 y 1916. Ella tenía seis años más que él y una vida intensa. Era la esposa del príncipe Bibesco, embajador rumano. Amiga de Marcel Proust, Aldous Huxley y Manuel Azaña. Amante del soso economista John Maynard Keynes. Elizabeth era una niña bien, preciosa, que se hizo izquierdista. Primo la llamaba «mi princesa roja». Pero era una mujer casada. Las tribulaciones debieron ser inmensas para un católico como él. En ese tiempo conoció a una modesta militante falangista de Ávila. Tuvo entonces dos amantes: «una soltera, la otra no», según confesó mucho después un camarada suyo. El 13 de marzo de 1936 fue encarcelado por conspirar contra la República. Sus dos mujeres se carteaban con él. Elizabeth luchó por su liberación y le telegrafió: «Je pense à toi. Love». La abulense era más dramática: «El corazón cobarde se aferra a la esperanza». Cuando Primo supo que el Gobierno Largo Caballero había dictado su ejecución, pidió en su testamento que quemaran sus cartas personales. No quería comprometer a nadie. Elizabeth no olvidó al español. En 1940 publicó «The Romantic», una novela llena de paralelismos entre los protagonistas y ellos. En la dedicatoria se podía leer: «A José Antonio Primo de Rivera. Te prometí un libro antes de que lo comenzara. Es tuyo ahora que está acabado. Aquellos a los que amamos mueren para nosotros sólo cuando morimos».
*Profesor de Historia de la Universidad Complutense de Madrid