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Historia

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Dos reinas escandalosas en Versalles

El escritor desarrolla para la razón una nota a pie de página de su nuevo libro, «la familia del prado». habla con mordaz ironía de maría teresa de austria y luisa isabel de orleans

Luisa Isabel de Orleans (1709-1742), reina consorte de España y esposa de Luis I, era sobrina nieta del rey Luis XIV de Francia por parte de su padre y nieta de él por su madre
Luisa Isabel de Orleans (1709-1742), reina consorte de España y esposa de Luis I, era sobrina nieta del rey Luis XIV de Francia por parte de su padre y nieta de él por su madrelarazon

En las pinacotecas europeas abundan los retratos de princesas casaderas intercambiados por las casas reales europeas. El tráfico de princesas para anudar alianzas políticas acarreaba a menudo la infelicidad de estas muchachas tratadas como mera moneda de cambio.

Un caso especialmente desventurado fue el de María Antonia Borbón Lorena, prometida del futuro Fernando VII. En una carta a su familia mostraba la conmoción que le produjo encontrarse con su prometido al que solo conocía por retratos: «Bajo del coche y veo al príncipe. Creí desmayarme. En el retrato que enviaron a Nápoles parecía más bien feo que guapo, pero comparado con el original era un Adonis».

Otro caso conmovedor es el de Margarita de Parma, la hija bastarda que Carlos V tuvo con la flamenca (de Flandes) Juana van der Gheynst. El emperador no volvió a acordarse de ella hasta que, después del saqueo de Roma por las tropas imperiales (1527), se vio en la necesidad de reconciliarse con el agraviado pontífice Clemente VII. Como parte del trato concertó el matrimonio de su bastarda con otro bastardo de la familia del papa, los famosos Médicis. La pobre Margarita, que todavía no había cumplido los catorce años, se vio unida al Alejandro de Médicis, un perturbado sádico que la sometió a toda clase de vejaciones y perversiones sexuales.

María Teresa de Austria (1638-1683), infanta de España y de Portugal, archiduquesa de Austria y, al casarse con Luis XIV, reina consorte de Francia y de Navarra desde 1660

La reina que parió una negrita

Otro ejemplo de matrimonio desgraciado fue el de María Teresa de Austria, hija de nuestro Felipe IV, con Luis XIV de Francia «el rey Sol». El francés no encontró de su gusto a aquella española gordita, de dientes estropeados y con un peinado horrible y prefirió la compañía de sus amantes, primero la duquesa de Valliere, un bellezón que le dio cuatro hijos al monarca, y después la marquesa de Montespan.

Ignorada por el rey, María Teresa gozó de pocas simpatías en la corte de Versalles. Por otra parte, su procedencia de un país rival de Francia despertaba recelos. Así las cosas vino a alegrar la soledad de la reina un diminuto pigmeo al que bautizaron con el nombre de Nabo. Algunos creen que fue regalo del duque de Beaufort, almirante de Francia, que sentía cierta simpatía por la reina española; otros que fue el propio rey que lo había recibido del embajador de Issiny, un reino africano entre las actuales Ghana y Costa de Marfil.

La moda de acompañarse por un paje negrito cesó bruscamente en la corte francesa cuando la reina dio a luz una niña de piel tan oscura que, según testimonia la duquesa de Orleáns, se parecía al pigmeo que monsieur Beaufort le había traído, que era muy bonito y que siempre estaba con la Reina.

Unos días después, la niña negroide, a la que habían bautizado como Ana Isabel de Francia, falleció, según el doctor Patin, médico de la corte, porque era débil y delicada, y jamás gozó de buena salud. En cuanto al pigmeo Nabo había muerto también, muy oportunamente, durante el embarazo de la reina.

Antes que poner en entredicho la memoria de María Teresa conviene considerar que su hijita pudo no ser negra sino una bebé afectada de cianosis, una anomalía causada por pigmentos hemoglobínicos. También pudiera tratarse de una manifestación de los genes de su abuela francesa, María de Médicis, en cuya familia abundaba la gente muy morena.

En justa reciprocidad digamos que también hubo reinas de origen francés que escandalizaron a la corte española. Destaca entre ellas Luisa Isabel de Orleans, la esposa del fugaz Luis I, hijo y sucesor de Felipe V.

La monarca exhibicionista

Luisa Isabel era nieta de Luis XIV por la rama bastarda (hija de una hija espuria habida por el rey francés con madame de Montespan). Los padres esperaban un niño y cuando vieron que era niña se sintieron tan decepcionados que ni siquiera se preocuparon de educarla.

Luisa Isabel llegó a la edad de merecer, o desmerecer, tan desprovista de modales e instrucción como si se hubiera criado en las alcantarillas de París. El embajador Saint Simon que la trajo a Madrid expresó su descontento ante el comportamiento nada tímido de su tutelada: «No puede disimular su carencia de educación. Altiva con sus damas, abusa de la bondad de los reyes (...) es desatenta con todo el mundo y caprichosa».

Como exigía el protocolo, Saint Simon fue a despedirse de ella antes de regresar a Francia. Oigámoslo: «Estaba Luisa Isabel bajo un dosel, en pie, las damas a un lado, los Grandes al otro. Hice mis tres reverencias y después mi cumplido. Me callé luego, pero en vano porque no me respondió ni media palabra. Tras el embarazoso silencio, quise darle tema para contestarme y le pregunté si algo deseaba para el rey, para la infanta y para madame, el duque y la duquesa de Orleans. Me miró y soltó un eructo estentóreo. Mi sorpresa fue tan grande que quedé confundido. Un segundo eructo estalló tan ruidoso como el primero, perdí la serenidad y no pude contener la risa; y mirando a derecha e izquierda vi que todos tenían la mano sobre la boca y que aguantaban la risa. Finalmente, un tercer eructo, más fuerte aun que los dos primeros, descompuso a todos los presentes y a mí me puso en fuga con cuantos me acompañaban, con carcajadas tanto mayores cuando que forzaron las barreras que cada uno había intentado oponerles. Toda la gravedad española quedó desconcertada; todo se desordenó, nada de reverencias: cada uno torciéndose de risa salió corriendo como pudo, sin que la princesa perdiera un átomo de seriedad».

El joven Luis I no terminó de encajar con la desenvuelta francesita. El embajador francés, obligado por su cargo a ejercer como detective de conductas conyugales, comunicó a Francia sus sospechas de que la joven pareja no hacía vida marital por incapacidad del rey, ya que la reina traía aprendido de París todo lo necesario.

La extravagante conducta de Luisa Isabel se convirtió en la comidilla de las cortes europeas. El embajador inglés Stanphone escribe: «El alejamiento cada vez más patente de Luis hacia la reina se debe a sus extravagancias, como jugar desnuda en los jardines de palacio; a su pereza, desaseo y afición al mosto».

Abundando en lo mismo, el marqués de Santa Cruz apunta: «Esta mañana la reina se fue al jardín y por segunda vez volvió a almorzar con las criadas (...) después anduvo paseando en ropa interior por todas las galerías de palacio dando locas carreras (...). A continuación se hizo guisar un pichón y esta tarde se ha hinchado de rábanos escabechados, que no sé cómo no revienta».

El mariscal Tessé, en un informe al rey de Francia, se hace eco del problema: «Estaba subida en lo alto de una escalera de mano que encontró apoyada en un manzano y nos mostraba su trasero, por no decir otra cosa. Creyó caerse y pidió ayuda; Magny [el mayordomo] la ayudó a bajar, pero, a menos de estar ciego, es evidente que vio lo que no buscaba ver y que ella tiene por costumbre mostrar libremente».

Para sorpresa de todos, cuando el desventurado Luis enfermó de viruela Luisa Isabel cambió totalmente de conducta, sentó cabeza, asumió el papel de esposa devota y apenas se separó de su cabecera en los diez días que duró la enfermedad y agonía, aún sabiendo que era muy contagiosa (de hecho también contrajo la viruela, pero la superó).

Muerto Luis, Felipe V, el rey emérito, regresó a Madrid para hacerse cargo del gobierno y devolvió a Francia a la reina viuda. Cuando Luisa Isabel falleció, a los treinta y dos años de edad, el discreto funeral corrió a cargo de la familia porque tanto Versalles como el embajador español miraron para otro lado.