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Crítica de clásica

Drama a ras de tierra

El extraordinario drama rural regado por la destacable música de Leos Janácek estremece en el Teatro de la Maestranza de Sevilla

Una escena de «Jenůfa» en el Teatro de la Maestranza de Sevilla
Una escena de «Jenůfa» en el Teatro de la Maestranza de SevillaGuillermo Mendo

Obra: «Jenůfa», de Janáček. Director musical: Will Humburg. Director de escena: Robert Carsen. Intérpretes: Nadine Weissmann, Peter Berger, Yhomas Atkins, Ángeles Blancas, Agneta Eichenholz, Isaac Galán, Felipe Bou, Marifé Nogales, Marta Ubieta, Zayra Ruiz, Patricia Calvache, Ruth González, Alicia Naranjo, Paula Ramírez, Andrés Merino.. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, Coro del Teatro. Sevilla, 20-II-2023.

Hemos vuelto a disfrutar y a estremecernos escuchando y viendo este drama o tragedia rural servido por la extraordinaria música de Leos Janácek, en esta su tercera ópera, que vio la luz en Brno, el 21 de enero de 1904. Recrea un suceso pueblerino envuelto en una atmósfera costumbrista muy conectada con el verismo coetáneo. Janácek emplea ya aquí sus característicos motivos cortos e incisivos, elaborados a veces a partir del habla cotidiana y que suponen un acercamiento al mundo circundante. Sobre una orquesta trabajada con una técnica maravillosa, de un colorido vivo, crudo, descarnado a veces, Janácek construye un discurso ameno, excepcionalmente recio, variado y puntillista en donde se reconocen los problemas, cuitas y sinsabores de unos personajes con frecuencia desolados en los que la humanidad más sanguínea, llevada a situaciones límite, desborda de pasión, de vida y pugna por salir impetuosa como una fuerza de la naturaleza.

La puesta en escena, que ya tuvimos ocasión de ver en el Campoamor de Oviedo hace muchos años -gracias a la gestión de su director artístico de entonces, Javier Menéndez, y director general ahora del Maestranza- fue ideada para la Ópera Vlaanderen de Amberes. Hemos vuelto a disfrutar con ella, aunque, no sabemos la razón precisa, la narración se sitúa en los años 30 del siglo XX. Y, cosa curiosa, los atuendos y vestimentas de unos y de otros, son la mar de elegantes, bien planchados y lustrosos, lo que choca con el realismo propio de un medio rural, en el que el lujo no se conocía.

En todo caso puede que eso sea pecata minuta considerando el valor de la puesta en escena, en la que la acción -la real y la metafórica- viene guiada por la ubicación variable de puertas y ventanas, llevadas de aquí para allá por figurantes y coristas marcando espacios y delimitando de este manera el curso exterior e interior de los acontecimientos y haciendo que el drama vaya penetrando en nuestra conciencia. El suelo de arena juega en pro de situar a ras de tierra -nunca mejor dicho-, los terribles sucesos (y de atenuar el sonido de las voces). Carsen es amigo de jugar con los elementos naturales. Impecable y sugetiva iluminación y lluvia bienhechora en el optimista -¡por fin!- final de la ópera.

Sin duda la gran triunfadora de la noche fue Ángeles Blancas (1970), que tiene talento teatral por arrobas. La voz, ahora la de una soprano anchamente lírica, es voluminosa en el centro, de tinte más bien agreste, dotada de cierta aspereza, a veces algo quebrada, emitida con poderío y alguna destemplanza. Agudos fustigantes, desgarrados. Fraseo muy intencionado y variado. Pasajeros y estratégicos pianísimos. Con sus pros y sus contras modeló una Sacristana muy creíble y dolorida. Se comió literalmente a su Jenufa, una discreta Agneta Eichenholz, de débil y difusa primera octava. Una lírica que gana en la octava superior gracias a un timbre claro y penetrante. Discreta actriz. Dijo bien su “Plegaria”.

Los dos tenores protagonistas cantaron con intención y algunos problemas. Peter Berger, el único natural de la zona geográfica donde, más o menos, se desarrolla la acción, es artista entregado y caluroso. Su timbre, de lírico, no es grato y a veces emite de forma un tanto estrangulada. Pero hizo un Laca creíble e intenso. De timbre más atrayente, algo más lírico –como debe ser-, Thomas Atkins, exhibió una línea correcta y un expresividad natural, no exenta de elegancia. La abuela de la mezzo Nadine Weissmann fue poco audible. Excelentes, en cambio, Isaac Galán, barítono lírico bien timbrado y seguro, como Capataz, y Felipe Bou, bajo lírico bien sombreado, como Alcalde. Buen nivel general en el resto del reparto, con algunas voces femeninas jóvenes de futuro prometedor.

La Orquesta no sonó siempre con la finura, la exactitud, el relieve, los contrastes exigidios, aunque mantuvo un tono medio aceptable. Sonó en ocasiones, sobre todo al principio, excesivamente fuerte y adusta. El maestro, Will Humburg es un artesano más bien monótono, de batuta poco fantasiosa y de un solo gesto. Aún así logró algunos momentos de plausible intensidad, como los de los finales de los actos segundo y tercero.