El arte lo tienen ellas
Relegadas a un segundo lugar durante décadas, las artistas comienzan a ganar terreno: este año sus obras han roto récords de ventas, y mientras una muestra de Yayoi Kusama causa furor en la Victoria Miro de Londres, el Guggenheim inaugura otra de la pionera Hilma af Klint.
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Relegadas a un segundo lugar durante décadas, las artistas comienzan a ganar terreno: este año sus obras han roto récords de ventas, y mientras una muestra de Yayoi Kusama causa furor en la Victoria Miro de Londres, el Guggenheim inaugura otra de la pionera Hilma af Klint.
El arte no es una competencia. Pero, si eres artista y mujer, a veces parece que sí. Un ejemplo reciente: Jenny Saville fue la gran perjudicada el día en que Banksy destruyó su «Niña con globo» en plena subasta de Sotheby’s e internet explotó con la noticia. Y lo fue porque en esa misma puja ella protagonizó otro suceso de igual o incluso mayor importancia: al vender su autorretrato «Propped» por 12,4 millones de dólares, Saville se convirtió en la artista viva más cara del mundo. Sin embargo, ese récord pasó desapercibido para la gran mayoría. El anterior lo tenía Yayoi Kusama –7,1 millones, monto por el que en 2014 vendió una de sus «Infinity Nets»–, otra artista que durante décadas fue dejada de lado por galeristas y críticos y que denunció sin resultados a grandes nombres de su época, como Andy Warhol, de haber plagiado sus ideas.
Desde hace algún tiempo, sin embargo, Kusama, de 89 años, ha recibido toda la atención que la eludió previamente. De acuerdo con «The Guardian», en los últimos cinco años más de cinco millones de personas han visitado exposiciones de la artista japonesa. En 2017 miles hicieron horas de cola en el Hirshhorn Museum de Washington para disfrutar de apenas 30 segundos en uno de sus «Infinity Mirror Rooms», su inmensamente popular obra inmersiva. Lo mismo está ocurriendo ahora en la Galería Victoria Miro de Londres, que inauguró este mes la más reciente muestra de Kusama y ya ha vendido todas las entradas disponibles hasta diciembre.
La artista, que ha vivido los últimos cuarenta años en un hospital psiquiátrico para controlar las alucinaciones que desde niña la persiguen y, a la vez, alimentan su creatividad, creció en una familia acomodada y muy conservadora en Matsumoto, Japón. Desde pequeña se dedicó a dibujar las flores y calabazas que sus padres cultivaban para la venta y cuyo recuerdo todavía forma parte esencial de su obra. En contra de todo lo que se esperaba de ella –que se casara con un hombre elegido por sus padres y fuera una buena ama de casa–, Kusama apostó por la vida de artista.
La vida en un psiquiátrico
Después de intercambiar algunas cartas con Georgia O’Keeffe, quien desde Nuevo México le advirtió de la dificultad de ser artista en Estados Unidos, Kusama viajó a Nueva York en 1958 con 27 años. Para mediados de los sesenta, ya sus «Infinity Nets» le habían merecido el reconocimiento que buscaba y se codeaba con Warhol y Claes Oldenburg. Pero para el final de la década había regresado al anonimato. Tras la muerte en 1972 de Joseph Cornell, la única pareja que se le conoció, regresó a Japón y unos años más tarde ingresó de manera voluntaria en el psiquiátrico en el que todavía vive, aunque lo deja cada mañana para ir a su estudio, donde trabaja sin descanso hasta el final de la tarde.
O’Keeffe, que con los años se convertiría en una especie de mentora para Kusama, es justamente una de las artistas cuyo trabajo ha cobrado mayor valor en el mercado durante los últimos años. En 2014 su cuadro «Jimson Weed/White Flower No. 1» rompió los récords de cualquier artista mujer al ser subastado en Sotheby’s por 44,4 millones de dólares. El mes que viene salen a la venta en la misma casa otras tres obras suyas, que pertenecen al museo que lleva su nombre, y se espera que alcancen cifras parecidas.
Hablando en números, el panorama es alentador: en primavera de este año 15 mujeres artistas rompieron sus propios récords de ventas en Nueva York, entre ellas la británica Cecily Brown, cuyo cuadro «Suddenly Last Summer» se vendió por 6,6 millones de dólares (en comparación con el millón que recaudó en su anterior venta, en 2010). Ahora que han comenzado las pujas de otoño la situación se mantiene entre mujeres de distintos orígenes, generaciones y estilos, como lo son Sarah Crowner, Shara Hughes, Nermin Kura, Maria Lai, Alev Ebüzziya Siesbye y Mary Weatherford. De acuerdo con cifras compartidas por Christie’s, las seis superaron sus anteriores récords de venta durante las subastas de Frieze Week en Londres a mediados de este mes.
Pero la historia de Kusama –su éxito, seguido por un inexplicable anonimato que duró décadas hasta su redescubrimiento actual– obliga a digerir estas buenas noticias con un toque de escepticismo. Además, hace pensar en la sueca Hilma af Klint, pionera del arte abstracto cuyo nombre, sin embargo, no suele aparecer junto a los de Kandinsky, Mondrian o Robert Delaunay. Pero el Guggenheim de Nueva York piensa remediarlo con una nueva exposición suya, abierta hasta febrero de 2019, que demuestra que su rompedor trabajo se adelantó años al de Kandinsky y los demás. En la historia del arte en Estados Unidos, otras cinco mujeres fueron relegadas a un segundo plano a pesar de su papel esencial en la Escuela de Nueva York: Lee Krasner, Elaine de Kooning, Grace Hartigan, Joan Mitchell y Helen Frankenthaler. De ellas escribe la laureada autora Mary Gabriel en «Ninth Street Women», impresionante volumen en el que narra sus historias y las sombras en las que quedaron atrapadas. La publicación del libro, que llegó a las librerías de Estados Unidos el mes pasado, coincide con un año en que estas mismas artistas están recuperando el interés de críticos y coleccionistas, y, en consecuencia, alcanzando cifras insospechadas en las subastas (es el caso de Mitchell, cuyo cuadro de 1969, «Blueberry», se vendió recientemente en Christie’s por 16,6 millones de dólares).
A pesar del papel protagónico de estas cinco mujeres en la revolución cultural que fue el expresionismo abstracto, con el tiempo sus nombres quedaron relegados tras los de, entre otros, Willem de Kooning y Pollock, parejas de Krasner y Elaine de Kooning. Curiosamente, también fue una mujer la que puso en marcha el llamado «Ninth Street Show», la muestra que lanzó a los antes mencionados, y a tantos otros, a la fama. Jean Steubing era novia del igualmente expresionista abstracto Milton Resnick y fue ella la que negoció el alquiler de un edificio que estaba a punto de ser demolido y que se convirtió en el sede de la revolucionaria exposición.
Feminismo y economía
Gabriel explica el fenómeno del olvido histórico de las mujeres, que a su juicio es producto del mercado del arte, en una entrevista reciente: «Las expresionistas abstractas realmente rompieron las barreras de género y fueron bastante famosas en su momento. Sin embargo, cuando el mundo del arte se convirtió en un negocio, los galeristas dejaron de exhibir a las mujeres porque los coleccionistas no creían que su trabajo tuviera tanto valor. Es allí cuando comienza a notarse la discriminación en contra de las artistas». Visto desde este punto, el mercado que una vez les negó la capacidad de competir en las mismas condiciones que los hombres ahora les abre las puertas. Pero, ¿por qué en este momento? Es evidente que todo lo vinculado con la reivindicación de los derechos de la mujer está de moda, y el arte no es una excepción. Sin embargo, Gabriel también señala los esfuerzos de «las artistas y activistas feministas que han trabajado durante muchos, muchos años para dirigir la atención hacia las obras de mujeres. Y, de nuevo, el tema económico. Los galeristas están abriendo los ojos a la idea de que las artistas tienen valor e interés para los coleccionistas».
Lisa Schiff, directora de una empresa de consultoría especializada en arte moderno y contemporáneo, también se lo pregunta en un reciente artículo, si bien lo hace con una dosis mayor de suspicacia: «Seamos transparentes: el reciente alza en los precios, e incluso el que se incluya a ciertas mujeres en las ventas principales de las casas de subastas, no se debe a un razonamiento justo. No es producto de un ciclo de crecimiento positivo que otorgue prioridad a las mujeres. ¿Podría ser el resultado de un deseo de lucro bien calculado por algunos pocos hombres privilegiados? No puedo dar una respuesta, pero conozco a algunos así en el mundo del arte».