«El camino»: «Breaking Bad» no hay más que una
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Es legítimo preguntarse si «El camino» hacía verdadera falta. De entrada, porque el último episodio de «Breaking Bad» es uno de los mejores finales en toda la historia de la ficción televisiva, y darle continuación corría el riesgo de dañar no solo a su reputación sino a la de la serie en su conjunto. Pero hay más motivos. La última vez que vimos a Jesse Pinkman (Aaron Paul), hace seis años, estaba sucio y enmarañado, y gritaba de alivio agonizante mientras huía del refugio criminal donde había sido enjaulado y torturado durante meses. Detrás de él quedaban los cadáveres de su antiguo socio Walter White y la banda de supremacistas que habían convertido a Jesse en su esclavo. Delante de él, el futuro. Y, sí, era un futuro incierto, pero hasta para los espectadores de natural más pesimista quedó claro que, en última instancia, Jesse estaría bien. Aquel final, pues, era definitivo. Pese a ello, ahora «El camino» detalla los acontecimientos inmediatamente posteriores a esa escena para atar cabos que en realidad no estaban del todo sueltos y para satisfacer sobre todo a aquellos fans que o bien han revisado sus cinco temporadas recientemente o bien gozan de una memoria prodigiosa. Puntuada por «flashbacks», la película sigue a Jesse mientras se enfrenta a una serie de obstáculos y rostros familiares –casi una docena de personajes de «Breaking Bad» entran en escena– en su huida desesperada. Y contemplarla haciéndolo resulta increíblemente entretenido e inofensivo para nuestros recuerdos de la serie. Pero no, no hacía falta, porque ni expande significativamente la mitología de Walter White ni rebate el futuro que habíamos imaginado para Jesse. Y, además, no resiste comparaciones. Desde el principio, «Breaking Bad» dejó claro que sus dos protagonistas seguían trayectorias vitales paralelas pero en sentidos opuestos. Por un lado, vimos cómo el alma inicialmente pura de Walt se corrompía por completo; por otro, Jesse llegó a la serie corrupto de fábrica, aunque todos los crímenes y traumas en los que se vio envuelto lo revelaron como un hombre con conciencia que, a diferencia de Walt, era capaz de sentir culpa y dolor. Con el tiempo, llegó a verse doblegado por el peso de todos los actos terribles que había cometido o en los que había participado. Él quería cambiar de vida, pero no podía. Al menos según el baremo moral de «Breaking Bad», resultó ser un buen hombre. En «El camino», Vince Gilligan –el creador de todo esto– vuelve a dejar claro que siente tanto afecto por Jesse como nosotros. A lo largo de la película, mantiene al personaje éticamente inmaculado e incluso heroico. Y eso la priva de uno de los valores esenciales de «Breaking Bad»: esa ambigüedad moral en virtud de la que logró que, incluso después de que Walt se convirtiera en un sociópata, muchos espectadores vieran en él a un ídolo mientras otros lo consideraban un monstruo aunque también empatizaran con él. «El camino», en cambio, en ningún momento convierte nuestros sentimientos hacia Jesse en algo complejo o cuestionable, y eso hace que sea rotundamente más simple que cualquier episodio de su ficción predecesora; un entretenimiento eficaz, pero algo superficial. De nuevo, no hacía falta.