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El día que Juan Ramón Jiménez encontró a Lorca: “Es un niño sin pies”

«Días como aquellos. Granada, 1924» recoge el encuentro entre el escritor de Granada y Juan Ramón Jiménez y la posterior amistad que se fraguó entre ambos y sus familias y que les llevó a conocer la ciudad de la Alhambra.
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«Días como aquellos. Granada, 1924» recoge el encuentro entre el escritor de Granada y Juan Ramón Jiménez y la posterior amistad que se fraguó entre ambos y sus familias y que les llevó a conocer la ciudad de la Alhambra.
Juan Ramón Jiménez y García Lorca se conocieron en Madrid en 1919. Federico había llegado a la capital española con una carta de presentación de Fernando de los Ríos dirigida al poeta de Moguer. Cuando llegó a Madrid, Federico era muy joven, y Juan Ramón evoca, muchos años después, esa presencia como la de quien está ante un niño muy especial, casi mágico, un «muchacho de la luna»; y comienza ese bello texto citando la carta de su amigo y mentor del poeta de Granada:
Fernando de los Ríos me lo mandó a Madrid con esta carta:
Muy querido poeta:
Ahí va ese muchacho lleno de anhelos románticos; recíbalo Vd. con amor, que lo merece, es uno de los jóvenes en que hemos puesto más vivas esperanzas.
Con afecto y cordialidad le estrecha su mano,
Fernando de los Ríos
Granada, 27 de abril de 1919
Se sentó pálido, chato, lleno de lunares, en mi sofá y hablamos mucho de todo y de todos. Él miraba estático, con algo, mucho de luna realista, «un niño sin pies», muchacho de la luna, mate y un poco frío. Sus lunares eran sus volcanes apagados. Traía muchos versos y no traía muchos que su madre guardaba en los cajones. Aquí y allá, Salvador Rueda; los animalitos; Villaespesa; el alhambrismo; yo; la luna. Me dejó algunos poemas que yo di a «España» y «La pluma».
Después, Federico García Lorca se perdió entre la barahúnda de «La Colina de los Chopos», Residencia de Estudiantes. De vez en cuando oía yo desde mis casas Lista, 8, azotea; Velázquez, 96; Padilla, 38, un grito agudo suyo en el ámbito de la sierra. Recuerdo fijamente una tarde en que vimos morir el sol en un banco entre los chopos. Rafael Alberti, él y yo entre los dos.
Juan Ramón, que ya era considerado uno de los grandes escritores de su tiempo, enseguida reconoció al poeta en ciernes que había en el joven Lorca, y así se lo comunicó a su amigo, el intelectual, pedagogo y político andaluz, en carta manuscrita fechada en Madrid el 21 de junio de 1919:
Sr. D.
Fernando de los Ríos
Granada
Mi querido amigo:
«su» poeta vino, y me hizo una excelentísima impresión. Creo que tiene un gran temperamento y la virtud esencial, a mi juicio, en arte: entusiasmo. Me leyó varias poesías muy bellas, un poco largas todavía, pero la concisión vendrá sola.
Me sería muy grato no perderlo de vista. [...]
Las cartas de Federico a sus padres nos permiten asistir, a su vez, a ese mismo encuentro de los dos poetas andaluces desde el punto de vista del joven, con la inmediatez única que sólo pueden ofrecer las cartas –esa cualidad de presencia, que a veces tanto las acerca a la poesía– y en ese estilo tan característico y tan fresco del poeta granadino, como de travesura constante de un niño que aún está muy ligado a su familia, y que tiene que convencerles de que ya no es un niño, sin dejar por ello de serlo:
Queridos padres:
Sigo en este simpático Madrid muy contento y muy alegre. Todos mis asuntos van a las mil maravillas: No hay nada como traer una cosa bien hecha. Ese tópico de lo difícil del triunfo no reza conmigo; estoy obteniendo verdaderos éxitos. Éste es el único sitio para trabajar y sobre todo para adquirir grandes amistades.
Ayer estuve con Juan R. Jiménez que le encantaron mis cosas hasta tal punto que me rogó se las dejase para leérselas a su mujer. Es un hombre muy neurasténico y muy entretenido. [...] Me recibió con una bata negra con cordones de plata en una butaca estupenda. Me ha invitado con mucha insistencia para que vaya a su casa y leamos y toquemos el piano. Hemos simpatizado.
Juan Ramón asiste con sorpresa y alegría al nacimiento del nuevo poeta, pero además le apoya, le ayuda a publicar y comparte con otros escritores mayores ese feliz advenimiento. Así lo vemos, por ejemplo, en la carta que el 15 de noviembre de 1920 escribe a su buen amigo Enrique Díez Canedo, que entonces era secretario de redacción del semanario «España»:
Mi querido Enrique:
Le mando a usted, para España, esas poesías de Federico García Lorca, un joven poeta granadino, a quien no sé si usted conoce ya; tan tímido, que, a pesar de cuanto le he dicho animándolo, no se ha atrevido a mandarlas él directamente. –También envío hoy otras cosas suyas a Rivas, para «La Pluma»– Me parece que tiene este cerrado granadí un gran temperamento lírico. ¡Qué gusto ver llegar «buenos nuevos»! ¡Espina, Salazar, Guillén, García Lorca..., otros! ¡Qué alegría! [...].
A la imagen inicial de la carta a Fernando de los Ríos, se añade en ésta ese rasgo personal de timidez del poeta de Granada, tan distinto del que éste quiere trasmitir al contar a sus padres la visita a Juan Ramón, y sin embargo tan lógico en un joven poeta casi desconocido que se sabe ante uno de los grandes escritores de la época.
El apoyo de Juan Ramón a Lorca en esos primeros meses en Madrid se adivina a menudo en la correspondencia de Federico con su familia. Así, todavía en abril de 1920, el joven luchaba denodadamente por convencer a su padre de que le dejara permanecer en Madrid y no le obligara a volver a Granada: «Tu carta –escribe– diciéndome que me vaya porque, si no, tú vienes por mí, me ha producido un gran disgusto y una gran inquietud, porque esa actitud tuya revela el estado de un padre al que su hijo hace una travesura imperdonable y el padre lo recoge o para darle dos azotes o meterlo en Santa Rita». Por eso, cuando meses más tarde vaya a publicar, por intermediación de Juan Ramón, esas colaboraciones en el semanario España y en la revista La Pluma, se apresurará a comunicar la noticia a sus padres. En las palabras de Federico descubrimos también, además, la que con toda probabilidad es una de las primeras referencias al proyecto juanramoniano de la revista «Índice».
Ahora estudio (no para matarme) de una manera regular, como se debe estudiar; estoy muy estudiante español, ¡es irremediable!, pero en cambio leo desaforadamente y sobre todo escribo, ¡eso sí! estoy haciendo cosas preciosísimas. –Y añade– Me han pedido colaboraciones en «España» y en «La Pluma», que es una gran revista nueva y me han solicitado para fundar una revista de juventud en la que se haga arte puro.
A través de la correspondencia de García Lorca con su familia podemos también ser testigos del trato y de la amistad crecientes entre ambos poetas. Así, por ejemplo, en 1921 Federico ayudó muy activamente a Juan Ramón y a Zenobia a preparar los actos de bienvenida del escritor bengalí Rabindranath Tagore, aunque finalmente la visita a España del premio Nobel indio no llegara a realizarse:
Dentro de un mes viene a Madrid el divino poeta Tagore, ese príncipe indio, autor del Cartero del rey, del «Rey del salón obscuro», de la «Luna nueva» y de otros poemas inmensos, y a mí, como Juan R. Jiménez está íntimo amigo mío, me llamó a su casa para ver la manera de recibir al gran poeta y yo propuse una fiesta en [la] Residencia.
Del mismo modo, Federico vivió muy pronto, junto a Juan Ramón, la pasión de editar poesía, y fue redactor y colaborador de «Índice» desde sus inicios. La aventura de la revista «Índice» y su posterior continuación en la Biblioteca de «Índice» es no sólo una de las más importantes empresas editoriales de Juan Ramón Jiménez, sino también uno de los factores que más influyeron en la gestación del grupo o generación del 27.
Uno de los capítulos más bellos de la historia de la literatura española contemporánea es el que nos permite ser testigos del surgimiento de esa generación de poetas jóvenes. Por fortuna, es ya conocido por todos, y valorado, el papel que Juan Ramón Jiménez ejerció en ello, como verdadero maestro de esa generación. Así mismo, es sabido que la obra literaria de algunos de ellos no se entendería sin ese primer espaldarazo y apoyo decisivo que el poeta de Moguer ofreció siempre a los jóvenes y, sobre todo, sin los caminos que la poesía de Juan Ramón había abierto ya y estaba abriendo en esos años decisivos en la historia de la lírica en lengua española. Es lamentable, sin embargo, que tradicionalmente se haya hecho más hincapié en las polémicas que surgirían más adelante o en las rupturas con algunos de esos escritores, que en los años de tantos encuentros felices –casi epifanías– que marcaron la historia de la literatura moderna española de una forma indeleble.

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