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El fin del apellido Hitler

El pacto de extinción de los sobrinos nietos del Führer. «Juramos que no tendríamos hijos». Los últimos descendientes del dictador nazi viven juntos en Nueva York: Alexander, Louis y Brian se cambiaron el apellido y permanecen escondidos
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Los tres sobrinos nietos del dictador juraron no hablar con la prensa y no tener descendencia para que su gen muriera con ellos . El pacto existe. Un documental que hoy emite la cadena gala Planete + cuenta su turbulenta historia
Hay familias más difíciles de asumir que otras. El apellido Hitler es de esos que sólo pronunciarlo evoca los más funestos episodios de la Historia reciente. Los sobrinos-nietos estadounidenses del Führer hubieran preferido ahorrarse un lazo de parentesco que saben les perseguirá hasta el último de sus días. Pertenecen a la rama anglosajona del dictador. Quizá la más desconocida. Los tres hermanos supervivientes ya se cuidan de mantener lo más secretamente posible el sombrío origen de su estirpe. A ellos les dedica esta noche un espacio la cadena gala Planete+ en un documental realizado por el reportero franco-canadiense Emmanuel Amara. «El Juramento de los Hitler» echa la vista atrás, remonta el tiempo para trazar un perfil genealógico de estos cercanos parientes pero sobre todo para describir la vida cotidiana de unos «americanos ordinarios».
Sobra decir que el patronímico «Hitler» ha sido borrado de su existencia. En sus buzones como en sus documentos figura otro apellido bien distinto: Stuart Houston. Quizá en referencia Houston Stewart Chamberlain, yerno de Wagner, conocido por sus teorías del racismo y apreciado por el dictador, según explica el autor en un reportaje que publica «Paris Match». Tan ordinaria y discreta es su vida que pasan desapercibidos en su vecindario de Long Island, una zona con una fuerte presencia de judíos jasídicos, según el semanario. Alexander, de 65 años, trabajador social jubilado y el mayor de todos, vive prácticamente recluido en su casa. En el barrio, todos parecen ignorar no sólo el germánico apellido, sino que su segundo nombre es Adolf, como el de su tío abuelo y un detalle sobre el que el interesado, preguntado por el autor del documental, prefiere no comentar nada. No explica por qué su padre, William Patrick Hitler (Stuart Houston), que no era el sobrino predilecto precisamente del dirigente nazi, le dio su nombre como recuerdo. A sólo unos metros de Alexander comparten vecindad sus dos hermanos solteros, Louis, el segundo, que vive junto con el más pequeño de la familia, Brian. Juntos han montado una empresa y se dedican al paisajismo. Y como el mayor, profesan el más hermético de los silencios respecto a sus antepasados. El tercero de los cuatro hermanos, Howard, inspector de Hacienda, murió en un accidente de tráfico en 1989.
El «Juramento» que estos lejanos familiares del dictador habrían sellado entre ellos, además de «no hablar nunca con periodistas», consistiría en no dejar ninguna descendencia y extinguir, al menos en su rama, la línea de sangre de los Hitler. «Ellos no firmaron un pacto, sino que hablaron sobre la carga que todos tenían respecto al pasado en sus vidas, y decidieron que ninguno se casaría ni tendría hijos. Y ése es un pacto que han conservado hasta hoy», explicó en su momento David Gardner, autor del libro «The Last of the Hitlers», y el auténtico descubridor, durante los años noventa, de los hermanos Stuart Houston.
El artífice del cambio de apellido fue su padre, William, hijo de Alois, un hermanastro de Adolf Hitler. De madre irlandesa, Brigid, y primera esposa de Alois, William decidirá sacar provecho del apellido recorriendo Alemania y Reino Unido, ocupando distintos puestos en Opel, pero sin obtener grandes réditos, salvo apenas 500 marcos de su tío antes de que en 1939 éste le obligara a elegir entre la nacionalidad alemana o la británica. Ese año, junto a su madre, que residía en Londres, desembarcan en Norteamérica con la determinación de adoptar una nueva bandera. «Espero que los americanos no se burlarán mucho de mi bigote. Pero mi corazón está en el buen lugar», aseguró a su llegada según una grabación de la época que recoge el documental. En Estados Unidos el apellido Hitler despierta tanta curiosidad como inquietud en el FBI. Tras colaborar con una investigación de la CIA, William llegará a combatir en 1944, enrolado en la Navy americana, al servicio de las tropas aliadas, «decidido a participar en la liquidación del régimen de mi tío que tanta miseria ha creado». Con el suicidio del dictador en 1945 y el fin de la Segunda Guerra Mundial, William optará por la discreción, desterrando para siempre el apellido Hitler y prefiriendo el anonimato de otro –Stuart William– impregnado de mucha menos sangre.
Desde que la existencia de los cuatro hijos de William saltó a la luz, no sólo han sido puestos bajo los focos, sino que han sido objeto de persecuciones de los «caza Hitlers». Decididos a demostrar el vínculo genético de la rama norteamericana con el Führer, dos belgas, un periodista, Jean-Paul Mulders, y un agente de aduanas, Marc Vermeeren, llegaron hace unos años a parapetarse frente a la casa de Alexander esperando a poder recoger la más mínima muestra válida de su ADN. Tras varios días –con sus noches– de espera y en plena tormenta de nieve, el primogénito abandonó su domicilio en busca de comida, desprendiéndose de regreso a la vivienda de una servilleta que los avezados investigadores no dudaron en aprehender. Los tests realizados posteriormente en Bélgica concluirían el lazo de parentesco. Estos mismos «detectives» pudieron probar que, al menos otros treinta y seis parientes, aunque en este caso más retirados, vivirían en Austria y compartirían con Adolf Hitler el mismo cromosoma «Y».
Sus pesquisas para sacar a la luz a todo descendiente más próximo o más retirado del dictador nazi les llevaron también a descartar la posibilidad de que el cerebro de la Shoah hubiera dejado sucesión directa. Durante años en Francia, Jean-Marie Loret afirmó ser el hijo ilegítimo que Hitler habría tenido con su madre siendo el alemán un simple soldado durante la Primera Guerra Mundial. Los análisis de los belgas, que llegaron a procurarse un sello con restos genéticos de Loret, desmienten esa tesis. Su cromosoma «Y» no coincide con el del Füher. A menos que aquella no fuera realmente su saliva.
Junto a los estadounidenses, decididos a acabar con su estirpe, los familiares directos del dictador se reducen a Peter Raubal, 83 años, y Heiner Hocheger, nietos de Angela, la otra hermanastra de Adolf Hitler.

El acorazado Bismarck en la piscina

Willy Hitler, el sobrino de Hitler, crió a sus cuatro hijos en un inmueble en Silver Street en Patchogue, Nueva York, donde se hacía cargo de un laboratorio de análisis de sangre en su casa. Los niños solían divertirse en la piscina con un acorazado de juguete al que llamaron Bismarck, igual que el de la Marina alemana. Louis, uno de los hijos de Willy Hitler, llevaba un corte de pelo al estilo «mop-top», como los componentes de los Beatles. En la actualidad, la casa de dos pisos es propiedad de Robert Parlamento, quien se trasladó allí en 1999. Tras un tiempo, decidió hacer unas reformas y descubrió algunas posesiones familiares como equipos del laboratorio bajo las tablas del suelo del porche o documentos de negocios y periódicos alemanes detrás de los paneles de yeso.

El detalle

«PARIS MATCH» Y LOS «AMERICANOS COMUNES»
La revista gala descubre a los últimos descendientes de Hitler Louis, Brian y Alexander Adolf Stuart Houston en sus casas de Long Island.

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