Premio al fotógrafo de los desastres de la guerra
James Nachtwey gana el Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2016. Un galardón que reconoce el fotoperiodismo, y «su compromiso ético al informar», a través de uno de sus principales maestros, un clásico de la imagen que encontró su inspiración en Goya
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James Nachtwey gana el Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2016. Un galardón que reconoce el fotoperiodismo, y «su compromiso ético al informar», a través de uno de sus principales maestros, un clásico de la imagen que encontró su inspiración en Goya
El ser humano es una especie que nunca se cansa de buscar sus propios límites. En cada ámbito de nuestra existencia nace un único ser dispuesto a ir hasta donde nadie ha llegado antes. En el caso del fotógrafo James Nachtwey, que acaba de ganar el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2016, uno se pregunta hasta cuándo podrán aguantar abiertos sus ojos ante tanta barbarie. Durante cuarenta años, su mirada se ha mantenido firme frente a los genocidios, las guerras y las hambrunas que ha retratado sin apenas pestañear. Ha documentado el horror a lo largo de todo el mundo, desde Centroamérica, África, los Balcanes, Oriente Medio y Asia hasta los atentados terroristas del 11-S en Nueva York, el terremoto que hizo temblar por última vez Nepal o la reciente crisis de refugiados. El fotoperiodista ha sido testigo de las grandes tragedias que han afectado al hombre desde la década de los 80 del pasado siglo hasta hoy. De la disección metafórica de su retina surgiría un collage de las atrocidades de todos esos años, el nuevo Guernica que en nuestra historia reciente han formado las ambiciones humanas, el egoísmo de un mercado internacional injusto o las diferentes formas que han adoptado en el tiempo las dictaduras y los nuevos totalitarismos. La mera contemplación de sus instantáneas desencandena en cualquiera un ritmo de sentimientos encontrados que casi es inevitable reflexionar y plantearse cómo ha debido ser presenciar, uno detrás de otro, la narración de toda esa terrible cadena de sucesos. Muchas personas se habrían hundido en el pozo de la locura ante las consecuencias de las hambrunas en Sudán o las matanzas que sufrió la población indefensa de Ruanda. Pero cuando se conoce a James Nachtwey, la voluntad que pulsa el disparador y toma estas instantánea que todos admiramos, puedes ver el aura de paz y silencio que le envuelve, como si las bombas y las balas que ha visto en todos esos viajes y reportajes jamás hubieran existido. En ese momento es inevitable pensar y decirse uno: «¿Cómo lo hace? ¿Cómo aguanta?». Pero, cuando estás delante de él, no se lo preguntas nunca, porque sabes muy bien que James Nachtwey, humilde y humano hasta la médula, no va a responder. Él sólo se limita a bajar la mirada y revivir la respuesta en su mente, en su interior. Ahí es donde él vuelve a las fosas comunes de Yugoslavia, a la caída de las Torres Gemelas, que presenció de cerca, demasiado, quizás, o el Aparthaid de Suráfrica.
Sin etiqueta
Alto, enjuto, canoso, elegante, de voz profunda y algo hipnótica, este Cary Grant de la fotografía, como algunos lo describen por ahí, rehuye la atención que suscita su presencia, rechaza la etiqueta de héroe que algunos intentan prenderse, el falso glamur con los que otros intentan dorar su profesión. James Nachtwey no concede importancia al valor ni tampoco intenta vanagloriarse de todos los riesgos que ha corrido a lo largo de su carrera profesional. Lo que le gusta es hablar de arte. La última vez que estuvo en Madrid, hablaba de pintura, porque él estudió esta discplina en la universidad. Goya es uno de sus principales referentes que tiene como artista y fue precisamente este creador el que le hizo comprender en qué debía consistir su oficio: la denuncia de las injusticias y las crueldades que flagelan a los indefensos, los que están expuestos a los arbitrios de la historia. La guerra de Vietnam y la lucha de los derechos civiles en Estados Unidos le impulsaron a dar el paso definitivo: coger la cámara para mostrar qué sucedía en la calle y, a continuación, en el mundo. Un camino que no ha estado exento de peligros y dificultades. En 2003, fue herido por una granada en Bagdad y en 2001, en medio de los atentados de Al Qaeda en Manhattan, casi queda sepultado por una de las Torres Gemelas cuando sus cimientos colapsaron. Su fama como compañero es casi tan grande como sus propias imágenes. Durante los disturbios posteriores a la liberación de Nelson Mandela en Suráfrica, el célebre «Club Bang Bang», integrado por Kevin Carter, Joao Silva, Greg Marinovich, Kent Oosterbroek, conocidos por su desprecio por el riesgo y cubrir, a toda costa, la noticia desde el mismo filo de la violencia, aceptaron la compañía de Nachtwey, una atención que no merecieron otros muchos compañeros de profesión. Este hito supuso una verdadera lección para él, un curso acelerado de cómo trabajar en zonas de guerra y desarrollar algunas de las virtudes innatas que después han aflorado en sus reportajes. En estos meses de camaradería, que discurrieron durante las primeras elecciones no raciales que se celebraron en ese país, Nachtwey presenció la muerte, por una bala perdida, de Kent Oosterbroek, y ayudó a evacuar a Greg Marinovich, que también resultó herido. Nunca lo ha olvidado.
Contra el olvido
Su talento ha sido reconocido desde sus inicios. Desde muy temprano trabajó prácticamente en exclusiva para la revista «Time» (y todavía sigue vinculado a esta publicación). Ha sido miembro de la agencia Magnum, fundada por el mítico fotógrafo Robert Capa, y fundó la agencia VII. Ha expuesto en el célebre Centro Internacional de Fotografía de Nueva York, la Biblioteca Nacional de Francia en París y el Museo de Fotografía de Arte de San Diego, entre otros sitios. Entre sus galardones hay dos World Press Photo y cinco medallas de oro Robert Capa. Y, de sus libros, sobresale el mítico «Inferno», una oda visual a Dante. Se dice que James Nachtwey, al licenciarse en la facultad, vino a España. Deseaba conocer los grabados del genio de Fuendetodos. En las salas del Museo del Prado, frente a las estampas de los «Desastres de la guerra» y los cuadros del 2 y 3 de mayo, de Francisco de Goya, comprendió que él quería hacer lo mismo que el pintor, pero con fotos. Ese mismo día aprendió que la mirada de la denuncia es la mirada de la defensa de los débiles. Una idea a la que ha sido fiel, como demuestran sus instantáneas de los refugiados sirios. Co-mo él escribió: «He sido testigo y estas fotos son mi testimonio. Los acontecimientos que he recogido no deben ser olvidados y no deben volver a repetirse».