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El hogar donde nació Tom Sawyer

Se publica un bosquejo autobiográfico de Mark Twain, cuya casa de Connecticut se puede visitar: una oportunidad para respirar el lugar donde el creador de Tom Sawyer concibió algunas de sus mejores obras

Mark Twain
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Se publica un bosquejo autobiográfico de Mark Twain, cuya casa de Connecticut se puede visitar: una oportunidad para respirar el lugar donde el creador de Tom Sawyer concibió algunas de sus mejores obras.

En 1865, un joven llamado Samuel Laughorne Clemens, cuyo seudónimo (que significa «¡Dos brazas!») indicaba la profundidad del río para los barcos, se propone escribir un cuento humorístico sobre la vida en el Viejo Oeste, «La célebre rana saltarina del condado de Calaveras». Era la narración de cómo un forastero, en un campamento de buscadores de oro, hacía ingerir un montón de perdigones a la rana de un tipo que había ganado varios concursos de saltos. Es Mark Twain, que está escuchando en un momento dado de ese año la historia que le inspiraría su primera obra en el bar del Angels Hotel, en boca de mineros y demás buscavidas de la zona, en Calaveras County, localidad situada al este de San Francisco. Hoy no hay rastro de ese hotel, aunque de aquel cuento quedó el certamen Jumping Frog Jubilee, que se celebra anualmente cada tercer fin de semana de mayo desde 1928 y al que acuden miles de personas para ver qué rana salta más.

Coincidiendo con los ciento cincuenta años desde la publicación, en 1867, del que sería el debut narrativo de Twain por medio de un libro de cuentos titulado de la misma manera que esa curiosa historia sobre el batracio saltarín, la editorial Océano lanzó un volumen ilustrado que rescataba una vieja idea del escritor, «El rapto del príncipe Margarina», a partir de unos apuntes conservados en la Universidad de California en Berkeley. Se trataba de un boceto de relato infantil que coincidía con la entrada en el diario que llevó Twain en una visita a París en 1879. En él decía que, cuando su jornada de trabajo terminaba, antes de la cena, aparecían sus hijas Clara y Susy y «entonces debía sentarme en el sillón grande, acomodar a cada niña en un brazo del sillón, e inventar un cuento para ellas». El método era el siguiente: Clara cogía una revista cualquiera y cuando encontraba una imagen que le llamaba la atención se la indicaba a su padre para que a partir de ella empezara a contar una historia. Esta anécdota, que el autor hace deliciosa y entrañable, es uno de los pasajes más representativos de «Un bosquejo de familia» (editorial Sloper, traducción de Borja Aguiló), que acaba de ver la luz por vez primera en español.

Como dice en el prólogo Ramón Aguiló Obrador, con este libro «nos topamos con un íntimo relato que gira en torno a los miembros de la familia Twain y a sus más cariñosos allegados, pero las verdaderas protagonistas son las hijas del escritor, Susy y su hermana Clara, apodada «Bay», que era dos años menor que ella». Susy moriría de meningitis en 1896, «a los veinticinco años, un durísimo golpe del que su padre jamás se recuperó»; son páginas, pues, en que el creador de Tom Sawyer «la retrata con humildad y admiración, entregado, fascinado a veces por la sabiduría y la perspicacia de una hija que, junto a su hermana Bay, llena de novedosas realidades la entera casa de los Langhorn».

Una visita guiada

Un hogar éste que se convirtió desde 1929 en la Casa-Museo de Mark Twain, en Hartford, Connecticut, que se puede conocer mediante una visita guiada y cuyos alrededores constituyeron un sitio idílico para el autor, que descubrió la localidad cuando fue allí para negociar un contrato en 1868, a los treinta y tres años, dando origen a su primer libro, que Ediciones del Viento publicó con el título de «Guía para viajeros inocentes» en 2017. «De todas las ciudades que he tenido la fortuna de visitar, ésta es la mejor... Usted no puede saber la belleza que es, si no ha estado allí», escribió en un periódico de San Francisco. En 1870, Twain contraía matrimonio con Olivia Langdon en Nueva York; la pareja primero se trasladaría a Buffalo y luego se instalaría en Hartford, alquilando la casa de la hermana de la autora de «La cabaña del tío Tom», Harriet Beecher Stowe, y sería tres años después cuando decidirían comprar una parcela y hacer construir una casa realmente excepcional. La diseñó un arquitecto que ha pasado a la historia por haber construido este ya considerado monumento histórico y algún otro, Edward Tuckerman Potter, en que se integraron terrazas, balcones y un invernadero, al que las niñas llamaban «la selva». El guía con el que se puede hacer el recorrido de la casa, ya en el porche de entrada, habla de cómo los visitantes eran recibidos por el mayordomo, y una vez dentro, es posible revivir, con un alumbrado muy opaco, la iluminación tenue que tendría en su momento el alumbrado a gas de la casa.

Un toque oriental

Como decorador de interiores, Twain contó con el prestigioso Louis Comfort Tiffany, que fue retratado por Joaquín Sorolla –el narrador cita, por cierto, en el «Bosquejo» al pintor, reportero y también decorador Francis David Millet, quien lo visita para también retratarlo– y que dio un toque orientalizante al ambiente. Asimismo, el salón de dibujo se concibió con lo que en aquellos tiempos se consideraban los colores apropiados para un lugar femenino, y no faltaron dos dormitorios para huéspedes: uno en el primer piso, al que llamaban «Cuarto de la suegra», porque la madre de Olivia pasaba largas temporadas con ellos, y otro que tenía todo un lujo: un baño privado con la única ducha que existía en la casa, y al que su amigo el escritor e hispanista William Dean Howells llamaba la «Cámara Real». La casa así está repleta de curiosidades: la pareja Twain compró su cama en Italia (dormían al revés, con la cabeza en la parte contraria, para ver el detalle en madera tallada del cabecero); el cuarto de George Griffin, que aparece en el «Bosquejo», un ex esclavo en Virginia que trabajó para la familia mucho tiempo y que era «algo así como un ídolo para los niños», se restauró en 1998. Al chófer, cuyo servicio duró veintidós años, a la niñera Rosa, que estuvo doce, y a otros asistentes Twain les dedica unas líneas para decir «que cada uno tenía una personalidad interesante y fuera de lo común».

La casa, de esta manera, era un bullir de gentes y chiquillos y la familia solía reunirse en la biblioteca –el otro rincón frecuente del escritor era el salón de billar donde trabajaba–, en que se puede apreciar una chimenea que tiene un detalle peculiar: una repisa que fue diseñada para el castillo Ayton, cerca de la frontera entre Escocia e Inglaterra, pero nunca fue instalada allí. Twain la adquirió e hizo que añadieran una placa de bronce con una cita del pensador R. W. Emerson. «Los adornos de una casa son los amigos que la frecuentan», una cita que bien refleja el espíritu hospitalario de este hombre. Hasta que a aquel hogar le llegó su fin: por diversos asuntos económicos, tuvieron que dejar Hartford en 1891 con la esperanza de volver a donde habían sido tan felices, pero la desgracia asoló el porvenir: tres años después Twain sufría una bancarrota, luego vendría la muerte de Susy, y la casa se acabaría vendiendo en 1903.