Historia

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El hombre que buscó la fuente de la eterna juventud

La Biblioteca Castro publica en su colección de clásicos «Naufragios y comentarios» la epopeya de Cabeza de Vaca, a cuya expedición se debe el mito de las ciudades de oro.

ENTRE EXTRAÑOS recreación de la ocasión en que el español tuvo que curar a un indio
ENTRE EXTRAÑOS recreación de la ocasión en que el español tuvo que curar a un indiolarazon

La Biblioteca Castro publica en su colección de clásicos «Naufragios y comentarios» la epopeya de Cabeza de Vaca, a cuya expedición se debe el mito de las ciudades de oro.

17 días del mes de junio de 1527 partió del puerto de San Lúcar de Barrameda el comendador Pánfilo de Narváez, con poder y mando de vuestra majestad para conquistar y gobernar las provincias que están desde el río de las Palmas hasta el Cabo de Florida, las cuales son de tierra firme; y la armada que llevaba eran cinco navíos, en los cuales, poco más o menos irían seiscientos hombres». Alvar Núñez Cabeza de Vaca (Jerez de la Frontera 1507-Sevilla, 1559), comienza así la narración, dirigida al emperador Carlos, de su extraordinaria aventura. Nieto del conquistador y gobernador de Gran Canaria, su niñez reglada por la convivencia con seis hermanos, el estudio y los juegos fue truncada por la muerte de sus padres, quedando los huérfanos al cuidado de una tía. Poco después fue acogido en la casa de los duques de Medina Sidonia, a cuyo servicio había estado su padre, continuando su formación intelectual, el adiestramiento en la utilización de las armas y el servicio en su palacio de Sanlúcar de Barrameda.

Allí vivió con 12 años los preparativos que Fernando de Magallanes realizaba para aparejar los cinco navíos de su flota cuya meta era las Molucas –las codiciadas islas de las especias– por una nueva ruta que no vulneraba los acuerdos hispano-portugueses de Tordesillas (1494). Alvar los vio partir el 10 de agosto de 1519 y, cuando ya los había olvidado, el 6 de septiembre de 1522, observó la arribada de una nave de casco y aparejo arruinados, gobernada por marineros harapientos y esqueléticos. Costaba identificarla pero era la nao Victoria, una de las de Magallanes, y al frente de aquellos 18 espectros se hallaba Juan Sebastián Elcano, maestre de uno de los barcos en el momento de la partida.

Tesorero y alguacil mayor

La impresión fue que aquel retorno era el testimonio de un fracaso, pero circuló al poco una noticia asombrosa: Elcano acababa de dar la primera vuelta al mundo, tras mil aventuras, andanzas, desgracias y avistamiento de nuevas tierras. Alvar, quince años, sueña con gloria y aventuras en las Indias y noticias como la conquista del Imperio azteca por Hernán Cortés (1521) y las expediciones de su lugarteniente Pedro de Alvarado, que tomó las tierras del imperio antiguo maya (Guatemala, 1524), le apremian para implicarse en la gran aventura. Con cartas de recomendación del duque de Medina Sidonia se presentó en Sevilla al adelantado Pánfilo de Narváez que preparaba una expedición a la Florida, una península situada al norte de Cuba y al noreste de las tierras del Imperio Azteca. Juan Ponce de León la bautizó así porque la descubrió el día de Pascua Florida, de 1498. Otros navegantes recorrieron sus costas buscando infructuosamente un paso interoceánico, pero de su interior solo se sabía que sus habitantes eran poco amistosos. El resto, mitos: su hermosura ocultaba «la fuente de la eterna juventud». Y para buscarla y explorar aquellas tierras que limitaban por el sur con las de Cortés, Narváez organizaba la expedición, a la que se incorporó a Alvar Núñez como «tesorero y alguacil mayor», por su destreza con los números y la confianza que acreditaba la recomendación.

Con 20 años y bajo una enorme responsabilidad dada la dejadez, poca competencia y fanfarronería de su jefe, Alvar acumulaba los temores, superándolos con la esperanza en la nueva tierra. Muchos años después escucharía al cronista Fernández de Oviedo, buen conocedor de Pánfilo de Narváez, que era «hombre para ser mandado, no para mandar». El viaje hasta las Antillas fue bueno y muchos los agasajos en Cuba. Los problemas llegaron cuando se le ordenó que avanzase con dos buques y recogiera provisiones para la flota en una costa sin refugio. Mandó gente a tierra a buscar los bastimentos y, como se retrasaran, terminó desembarcando él mismo, pese al temporal que azotaba la región.

«Nuestra perdición»

Eso le salvó la vida: el huracán, que le zarandeó y molió a golpes, arrasó el pueblo, se llevó por delante las casas y destruyó las provisiones, por lo que regresó con sus compañeros a la costa, donde solo pudo constatar que se habían perdido «dos navíos, sesenta personas y veinte caballos». Después de reunir lo que quedaba de la expedición, Pánfilo «contrató un piloto experto», un ignorante que les condujo a las costas de Florida «la tierra de nuestra perdición», el 12 de abril de 1528, sin hallar un puerto. En la costa solo encontraron ciénagas, vegetación y población escasas. Opina Alvar que debieron navegar en busca del dichoso puerto y luego iniciar la exploración, pero el jefe desembarca a los hombres y les ordena una exploración hacia donde el puerto debía estar y allí les aguardarían los barcos. Así, casi sin provisiones, se internaron en el territorio buscando a los indios Apalaches, ricos en oro, según por señas les dijeron.

A continuación se acumularon desgracias y penalidades. Los indios eran tan hostiles como belicosos y excelentes arqueros, lo que fue diezmando a la tropa, lo mismo que el hambre pues la tierra estaba vacía y los trabajos del camino. Paulatinamente se fueron separando, hasta que, por un lado, Pánfilo de Narváez decidió que «ya no es tiempo de mandar unos a otros y que cada cual haga lo que mejor le parezca para salvar la vida» y, por otro, Alvar y un pequeño grupo, que navegaron en una pequeña barca «hasta que una tormenta se la tragó» (6-11.1528). Posteriormente se reunió un grupo de unos 80 españoles en una isla próxima al continente y pasaron en compañía de unos indios muy primitivos y paupérrimos un invierno tan duro que solo sobrevivieron 15. En consecuencia la bautizaron isla de Malhado, actual Galveston. Hallándose él y otro español enfermos, el resto, 13 escapó... y Alvar hizo lo propio tiempo después, cuando llevaba allí unos cinco años. No muy lejos halló a tres españoles supervivientes del grupo que había escapado antes: Alonso de Castillo, Andrés Dorantes y Estebanico y con ellos quedó en manos de una tribu que les trataba como esclavos.

En ella se hicieron famosos como sanadores. Alvar aclara que no era cosa de brujería, sino de oraciones rogando por la curación de los enfermos y tanta fe debían poner en el intento, del que dependía su supervivencia, que curaban a los enfermos e, incluso, resucitaron a un pretendido muerto y Alvar –se muestra muy satisfecho– logró extraer una flecha abriendo un profundo corte cerca del corazón... Tan grande se hizo su fama que les traían enfermos, a veces estorbándoles en su camino siempre hacia la puesta de sol, para luego girar al sur. En esa inacabable marcha –seguidos, al final, por medio millar de indios, que les tenían por hijos del sol– fueron pasando de nómadas recolectores a cazadores y a pueblos sedentarios con agricultura (frijoles, calabazas, maíz).

Conforme avanzaba más claro tenía Alvar que aquella expedición había sido pura quimera. Allí no había riquezas, ni fuente de la eterna juventud. Eran gentes atrasadas y muy pobres, salvo en el oeste, donde le regalaron cinco esmeraldas grandes en forme de punta de flecha y otros objetos preciosos, informándole de que todo ello provenía de Cibola y sus siete ciudades.

Finalmente alcanzaron Nueva Galicia en abril de 1536 (norte del actual México), ocho años después de su infausta llegada a las costas de Florida, después de haber pasado miserias y peligros sin cuento a lo largo de más de ocho mil kilómetros, aparte de los recorridos durante sus años de nomadeo con los indios, atravesando los actuales estados de Florida, Texas, Nuevo México y Arizona, además de la costa de Misisipi y Luisiana. El problema es que al volver creó otro mito, pues contó lo escuchado sobre Cibola y sus siete ciudades...

Esclavo de los indios

EL CURANDERO PRODIGIOSO

Para curar a los demás y a él mismo, Cabeza de Vaca aprendió lo poco que podían enseñarle los curanderos locales. Y se le daba tan bien que un día le pidieron los propios indios que curase a un enfermo: «Iba bastante asustado, pensando lo que pasaría si, como era de esperar, mi paciente se agravaba y moría. Entré donde se encontraba quejumbroso un jovencito de unos 15 años, que parecía tener calenturas (...) Me arrodillé ante el muchacho, y aterrorizado, comencé a rezar un “Padre nuestro” y un “Ave María”, no sólo por la salvación del enfermo, sino más bien por la mía propia».

LA GRAN EVASIÓN

En los años de cautiverio, Cabeza de Vaca fue acumulando observaciones de gran valor antropológico: «Comen arañas, e huevos de hormigas, e gusanos e lagartijas e salamanquesas e culebras (...) e comen tierras, e madera e estiércol de venado e otras cosas que dejo de contar». Más de dos años estuvo con estos indios. Intentó escapar varias veces, pero lo capturaron y apalearon hasta dejarlo medio muerto. Al tercer año, los cuatro españoles se evadieron. En este tiempo Alvar Cabeza de Vaca explica que aprendió seis lenguas «bastante bien» lo cual les sirvió para que les acogiera muy satisfactoriamente, otra tribu.