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Pintura

El Louvre revienta: un visitante por segundo

Los visitantes se agolpan en la sala de la «Mona Lisa» en el Museo del Louvre, que el año pasado registró 10,2 millones de entradas. Foto: Dreamstime
Los visitantes se agolpan en la sala de la «Mona Lisa» en el Museo del Louvre, que el año pasado registró 10,2 millones de entradas. Foto: Dreamstimelarazon

¿Será la soledad el gran lujo del siglo XXI? No la soledad impuesta de los ancianos, desechos de tienta llamados a convertirse en harinas cárnicas de una sociedad con exceso de «smilies». Hablamos de la soledad como experiencia exclusiva de las cosas y los sentimientos. Cuando, en mitad de la persecución priápica de Marcello Mastroianni a Anita Eckberg, el agua se detiene en la Fontana de Trevi, el silencio los coge en un renuncio, se adueña mágicamente del ruido de «La dolce vita». Si esta noche se apagaran de golpe los surtidores de la Fontana, ¿quién podría escuchar entre el jadeo políglota de cientos de turistas agolpados el viejo murmullo de la nada? ¿Y quién podría estar ahí solo, sabiéndose el único en contemplarlo? Hoy en día los besos nunca son el primer beso, decía un poeta que fue joven hace 20 años. También las miradas, las experiencias, nos llegan recicladas. Ya nadie ve Roma por primera vez. París, mucho menos. Europa es un cliché de sí misma que lo ha jugado todo a la baza turística. Y su buque insignia se llama Museo del Louvre. Olvídelo: nunca podrá ver la «Mona Lisa» al menos cinco segundos solo para sus ojos. Tampoco, so pena de colisionar con la multitud y dejarse la crisma por el camino, correr entre sus pasillos como la «Banda aparte» de Godard. Si hay atascos en la cima del Everest, ¿qué esperaba en pleno distrito I de París? Según el informe anual de Aecom, en 2018 un total de 10,2 millones de personas pasaron por el Louvre, el museo más visitado de Europa y del mundo. Son casi 4 millones más que el siguiente en la lista continental, los Museos Vaticanos, cuya seguridad por culpa de las aglomeraciones viene poniéndose en entredicho. Ya veréis cuando pase algo, advierten. La escalada de la pinacoteca parisina es apabullante: un 25% más de visitantes que en 2017. Sería ingenuo obviar el hecho de que esta subida se produce después de campañas de imagen tan potentes y planetarias como la de Beyoncé, que rodó a puerta cerrada (para ella sí) un videoclip reproducido hasta la saciedad en internet. Calculadora en mano, esos 10,2 millones de visitantes se traducen en una media de uno cada segundo. Al minuto son ya 60 personas y sus respectivos espacios vitales (por menguados que sean) respirando el mismo aire que usted, tratando de sublimar la experiencia artística entre palos-selfie, olor a humanidad y lenguas de los cinco continentes. En Roma, en París, en Londres ya saben que el síndrome de Stendhal tiene más que ver con el agobio y la ansiedad que con ese «punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados». El subidón del Louvre se ha traducido en un «basta ya» de sus empleados que, estresados e incapaces de lidiar con auténticas mareas humanas, iniciaron a finales de mayo una huelga. Ni siquiera descontando los días que la pinacoteca se mantuvo cerrada las cifras bajarán mucho este año. Es probable que incluso suban, pues la magna exposición sobre Leonardo da Vinci aguarda para octubre, con la posible presencia del millonario «Salvator Mundi». Piensen si vale la pena: será como subir al Everest esperando escapar del mundo para encontrarse el mismo panorama humano que el domingo en Guadarrama.