El Met, de nuevo en los cines
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El sábado próximo, 16 de enero, se retransmitirá en directo en muchos cines del mundo, España incluida, la ópera «Pescadores de perlas» desde el Met neoyorquino. Será ya la séptima temporada de estas retransmisiones en nuestros cines, siempre batiendo récord de espectadores, y la décima desde que el Met las iniciara. Muchas son las cosas a admirar cuando se acude al Met neoyorquino, empezando por la plaza del Lincoln Center, con su fuente, a donde se vuelca el teatro, la New York City Opera, la Juilliard o el NYC Ballet. Unos paneles permiten conocer las óperas en cartel de jueves 21 a domingo 23 con sesiones de mañana y tarde este día: «Cavalleria rusticana», «Pagliacci», «Boheme», «Turandot» y «Pescadores». Toda una demostración de un poderío con el que ningún otro teatro del mundo puede competir, aunque a través de su enorme frontal de cristal se vislumbren los dos inmensos Chagal que la institución ha tenido que hipotecar para hacer frente a la crisis. Dentro se observan colas ordenadas para cualquier cosa: los bares, los vasitos de agua en los grifos empotrados en mármol con dedicatoria para Enzo Pinza, las «toilettes» o la misma entrada a la sala, en la que los acomodadores entregan gratuitamente unos amplios programas de mano que tanto se echan de menos en teatros nuestros como el emblemático Real. La misma educación y el mismo orden se dan en las escaleras de salida del metro o en la entrada a los vagones, a donde nadie accede sin antes dejar salir a los viajeros. Las butacas son tan cómodas que ninguna parte del cuerpo se resiente tras las dos horas y cuarto seguidas de un «Buque fantasma». Detrás de cada una de ellas se coloca, como en el Liceo, la pantalla de subtitulación en el idioma de la obra, inglés y español. Debajo de ella, una chapita dorada indica quién la ha financiado. Otro tanto hace Paloma O’Shea en la Escuela Reina Sofía. La sociedad americana es admirable en esto de la financiación: los programas de mano exhiben enormes listas clasificadas de patrocinadores, que empiezan con aquellos que aportan anualmente más de treinta millones de dólares, media docena de particulares a título personal y alguna fundación. Gregorio Marañón lo sabe bien y lo replica en su teatro. Claro que para que esto mejorase se precisaría esa legislación de mecenazgo que nunca acaba de aprobarse en España. El tema tiene obviamente sus fortalezas y debilidades, pero ha de tenderse hacía él, aunque una emuladora de la señora Harrington, una de sus históricas grandes benefactoras, pueda decirle al más reputado director de escena que no le gustan los planos de diseño de la producción que ella financia y, o cambia el concepto o se va a su casa o se busca otra pagana. Lo que no se atreve a hacer ningún director artístico. Nueva York y su Met son sin duda otro mundo.