Sección patrocinada por sección patrocinada

Cultura

El misterio de Greta Garbo

Adorada por miles y considerada la gran musa de Hollywood, la actriz sueca detestaba ser observada y celaba tanto su intimidad que a menudo cambiaba de domicilio

Garbo llegó a Estados Unidos a los 19 años sin saber hablar inglés; aún así consiguió un contrato
Garbo llegó a Estados Unidos a los 19 años sin saber hablar inglés; aún así consiguió un contratolarazon

De Greta Garbo, la gran musa de Hollywood, sigue fascinando todavía hoy su magia escénica casi cuarenta años después de su muerte, acaecida en 1990 a consecuencia de una neumonía en un hospital de Nueva York.

De Greta Garbo, la gran musa de Hollywood, sigue fascinando todavía hoy su magia escénica casi cuarenta años después de su muerte, acaecida en 1990 a consecuencia de una neumonía en un hospital de Nueva York. Pero más allá de sus encarnaciones de Mata Hari, la dama de las camelias y Ninotchka, pervivirá ya siempre en la pequeña pantalla del cerebro de millones de espectadores la aureola de misterio que rodeó al personaje de carne y hueso. ¿Quién fue en realidad esta hermosa y enigmática mujer, apasionada del aislamiento social en su época, cuya aparición en cualquier fiesta, restaurante o reunión hubiese silenciado de inmediato todas las conversaciones? No en vano la menor anécdota, por irrelevante que resultase, aparecía con todos los honores de gran noticia en la prensa americana y europea.

Pues bien, su verdadero apellido era Gustafsson. Nacida en Estocolmo el 18 de septiembre de 1905, el actor y paisano suyo Nils Asther, que compartió con ella varias películas en Suecia y luego en Estados Unidos, afirmaba: «Greta siempre ha sido muy tímida». Asther la recordaba cuando era alumna de la Real Academia Dramática de Estocolmo y observaba desde el guardarropa a los actores profesionales sin atreverse a entrar ni siquiera en el teatro.

El director Mauritz Stiller fue su descubridor en la Academia y el artífice de su estelar apellido: «Garbo». Stiller fue, precisamente, quien la llevó a Estados Unidos cuando Greta contaba solo diecinueve abriles y no sabía casi una sola palabra de inglés, pese a lo cual la Metro Goldwyn Mayer la contrató en 1925. Su retraimiento fue desde el principio proverbial. Contaba Nils Asther que en cierta ocasión, mientras marchaban en automóvil por el Sunset Boulevard de Los Ángeles, la conductora que iba delante reconoció a la actriz por el espejo retrovisor y detuvo su vehículo de repente. La colisión fue inevitable. ¿Qué hizo entonces la Garbo...? Salió como una centella del coche y corrió a esconderse entre unos arbustos, donde permaneció hasta que la situación se calmó.

Su ejemplo de desenvoltura se reducía a la más estricta intimidad. O al menos eso creía ella al principio. Convencida de que nadie podía verla, Greta se lanzaba a veces en cueros a la piscina de su casa de Hollywood. Pero, por increíble que parezca, los criados suecos descubrieron una ventana alta que daba a la piscina y vendieron entradas a algunos amigos a un dólar cada una. Asther reparó finalmente en el negocio y se lo contó a Greta, quien se limitó a sonreír... de vergüenza. La actriz cambiaba a menudo de domicilio para preservar su intimidad. En otra ocasión le comentó a Asther, al verla deprimida: «Esta mañana he tenido una discusión terrible con Dios». Entre 1930 y 1940, coincidió con Bárbara Barondess MacLean, escritora y diseñadora de moda, a quien la Metro encomendó un papel secundario en la película «La reina Cristina de Suecia», protagonizada por Garbo. Pero a la McLean le entró pánico escénico en los ensayos a causa de la suprema belleza de Greta, quien intentó tranquilizarla relatándole anécdotas curiosas de su vida. Le refirió así que estando en una zapatería, el dependiente le dio a probarse unos mocasines de los números 38 y 40 y, al comprobar que bailaban en sus pies, hizo un gesto de desencanto y exclamó: «¡Yo creía que era usted Greta Garbo!».

Gran timidez

Circulaba la falsa leyenda del gran tamaño de los pies de la actriz, debido en parte a que ésta fue de las primeras intérpretes que calzaron zapatos de tacón bajo. De hecho, el actor Erich von Stroheim comentó un día al verla descalza: «No los encuentro tan feos como dicen».

Sea como fuere, lo cierto es que la propia MacLean aseguraba que la Garbo calzaba el número 34, estrecho. Y sobre su atuendo, la cronista del diario «Journal-American» de Nueva York, Dorothy Kilgallen, manifestaba que la actriz sentía predilección por los vestidos sencillos azul marino y los sombreros de alas anchas con barbiquejo. Su amigo y productor Arthur Hornblow señalaba que huía de los demás, pero que cuando alguien le gustaba o inspiraba confianza lo convertía en miembro de la familia.

De su gran timidez daba fe también Clarence Brown, quien dirigió a la Garbo en siete de las veinticuatro películas que hizo en Hollywood. «Es necesario colocar biombos alrededor del escenario donde ella actúa porque si la gente la mira, se aturde», advertía. La simple mirada de un electricista o un carpintero en el estudio ya le alteraba los nervios. Cuestión de carácter.