El niño que hizo la fiesta de la palabra
Te dicen «Nieva se ha muerto» y, en mi caso, aparecen sentimientos muy especiales, pues empecé en el teatro con un texto suyo; además de coincidir en la Escuela de Arte Dramático. Anécdota que sirva únicamente para situar la relación que hubo con todo un maestro. Porque lo interesante es marcar la distancia y llegar a la figura, que es lo importante. Paco Nieva fue un creador integral. Alguien que, cuando regresó de Italia, provocó una conmoción con sus montajes gracias a una de sus grandes aportaciones: la capacidad que tuvo de enlazar los conceptos. La escenografía la hizo palabra; la palabra, gesto; y el gesto, figurín...
Un creador en la línea de los grandes vanguardistas del siglo XX, como Tadeusz Kantor, y un artista que construyó un mundo muy personal y propio. Lo impuso de forma clara y a través de una realidad autónoma de profunda elocuencia y riqueza en la que, por encima de todo, la palabra es la clave y priman la fiesta y la celebración.
w pasado y presente
Una de las grandes enseñanzas que nos ha legado es saber compaginar la vanguardia con la tradición, porque Nieva fue el gran conocedor del teatro del pasado –griego aristofanesco, del Siglo de Oro, italiano...–. Al mismo tiempo, todo ese bagaje lo vuelca en una dramaturgia audaz que enlaza, por ponerle etiquetas, con un surrealismo muy personal. En ese sentido, su escena es luminosa y una pretensión conseguida del teatro total integrado. Sólo por lo que respecta al tratamiento de la palabra y del lenguaje, probablemente, desde el Barroco, pocos dramaturgos hayan sabido entender que la palabra es escenografía.
Era la última cumbre que nos quedaba. Y una persona con un humanismo muy juguetón. Siempre fue un niño grande, dispuesto a ser asombrado y proclive al juego y al entusiasmo. En ningún momento existe resquicio a una doblez –como le ocurría a Jardiel–, no hay un punto de frustración o resentimiento. Fue muy entusiasta. La palabra es festividad. Un teatro mágico. Siempre reivindicó el Barroco del XVIII –que no el del XVII–, cuando en el teatro se dió lugar a las comedias de magia. En prosa, a pesar de su estilo profuso y desbordante, tenía –personalmente me lo dijo– muchísimo aprecio a la precisa y concisa de los clásicos y de Moratín. Éste le encantaba. Sorprendía cómo siempre buscó la precisión formal y su exigencia fue máxima.
Todavía en «shock» por la pérdida para pensar en homenajes –que llegarán–, Paco hubiera querido el que se le brindó hace más de un año con la producción y exhibición de «Salvator Rosa», uno de sus grande textos que nunca se habían hecho y en los que más se proyecta el propio Nieva en una figura –en este caso, en la del pintor veneciano– y donde deja ver sus conflictos con el formalismo, el realismo y el compromiso del artista. Su propia situación en el mundo y su deber como profesional lo trasladó a esta tremenda reflexión y fiesta escénica. Aun así, tengo muchísima confianza en su permanencia en los escenarios actuales y del futuro porque su obra es de esos artefactos cargados de teatralidad que van a funcionar siempre. De esos textos que no son deudores de las circunstancias de su tiempo.