El Renoir más íntimo y sensual en una retrospectiva en el Museo Thyssen de Madrid
La exposición podrá verse en Madrid hasta el 22 de enero y en el Museo de Bellas Artes de Bilbao del 7 de febrero hasta mediados de mayo
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La exposición podrá verse en Madrid hasta el 22 de enero y en el Museo de Bellas Artes de Bilbao del 7 de febrero hasta mediados de mayo.
De Duchamp en adelante, el arte se ha convertido en una experiencia ante todo intelectual. En el fondo, también los impresionistas pusieron mucho de su parte para que así fuera, colocando los cimientos de la modernidad pictórica. Auguste Renoir (1841-1919) participó de aquel proceso de refinamiento conceptual que se prolongaría en las vanguardias. Pero, al cabo, el suyo fue un arte sensual, sensorial e instintivo que coincidió con el auge impresionista (del que fue, de hecho, padre junto a Monet), pero de cuyas derivaciones ni supo ni quiso participar.
Para él, el arte era una experiencia corpórea, orgánica, y no el resultado de una elaboración intelectual. Eso, precisamente, considera Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza, lo hace ser un pintor «desconocido e incomprendido. Aparte de cuatro o cinco iconos, su obra no ha terminado de llegar al público».
Además, no corren buenos tiempos para Renoir. Encumbrado antes como uno de los pilares del impresionismo (su «Baile en el Moulin de la Galette» es canónico), de un tiempo a esta parte ha pasado a ser un artista sospechoso, de calidad cuestionable. Hasta el punto de que han aparecido curiosas iniciativas para desalojar su obra de los museos del mundo como el movimiento «RenoirSucksAtPainting». Más allá de la polémica, el entorno académico también ha abierto el melón de su presunta falta de calidad.
Y, en estas, aparece el Museo Thyssen con la primera retrospectiva en España de la obra del francés (un total de 78 piezas de hasta cinco museos distintos, de todas sus épocas) y Guillermo Solana niega la mayor: «Renoir no es un pintor fácil. Por el contrario, se ha vuelto el más difícil de los impresionistas, porque se escapa del patrón de artista al que nos hemos acostumbrado en la tardo-modernidad. No es artista post-Duchamp; aparentemente es anticonceptual». Es decir, nos cuesta entender su mensaje genuino de exaltación del placer cotidiano, de plasmación de un mundo sensorial sin pretensiones. «Renoir tenía un gran prejuicio contra los intelectuales –explica Solana–. Pensaba que eran seres tarados, incapaces para ver y tocar, a quienes no le funcionaban los sentidos». Él, en cambio, fue puro tacto. «Los sentidos era lo más importante, no el cerebro. Él decía que prefería que sus modelos no pensasen porque posaban mejor sin hacerlo. Pero también opinaba lo mismo de los pintores». Frente a Monet (ese «gran ojo» de los impresionistas, empeñado en retratar la naturaleza, en captar su mecanismo), Renoir muestra una devoción sin condiciones por la figura humana, la carnalidad. Desde los retratos, las escenas cotidianas, las bañistas y los desnudos, los cuadros de ambiente como «Después del almuerzo», Renoir se delata, dice el director de la pinacoteca madrileña, «en su deseo de entrar en sintonía con lo que pintaba. En toda su obra hay una particular querencia por la proximidad y la cercanía». De ahí que sus numerosas modelos viviesen en su propia casa, como parte integrante de la familia, o que sus propios familiares fueran retratados hasta sus últimos días.
w tocar y acariciar
El gran Auguste «miraba las flores, las mujeres, las nubes del cielo como otro hombres tocan y acarician». Lo dijo su propio hijo, el no menos grande, no menos sensitivo Jean Renoir, cineasta de «La gran ilusión» o «La regla del juego». Esa idea de plasticidad es la que pretende reforzar el Museo Thyssen, hasta el punto de que el espectador sienta ante el viejo maestro impresionista lo que Flavie Duran-Ruel, el propio marchante del artista: «Nada como una obra de Renoir para imaginarnos que acariciamos un melocotón de piel más suave que la de la propia fruta, una porcelana aún más delicada que la propia pieza, un desnudo más agradable a la vista que al tacto». Esas bañistas con las que el Renoir de los últimos tiempos dialogaba con los pintores pretéritos (Miguel Ángel, Tiziano, Rubens...) buscando un encaje con la tradición.
«Renoir: intimidad» se estructura en seis espacios, comprendiendo desde sus obras netamente impresionistas a los trabajos finales a través de ítems como los retratos de encargo, los placeres cotidianos, las bañistas, la familia o los paisajes. Las obras provienen del Marmottan Monet de París, el Art Institute de Chicago, el Museo Pushkin de Moscú, el J. Paul Getty de Los Ángeles, la National Gallery de Londres y el Metropolitan de Nueva York. Estará presente en Madrid hasta el 22 de enero del año que viene y, con posterioridad, viajará al Bellas Artes de Bilbao.