El sonido lúcido
Redundante es decir que fue un excelente pensador, lúcido hasta sus últimos días. La música se convirtió en una de sus pasiones, un terreno que conocía muy bien porque había trabajado en él, sabía mucho, algo encomiable y muy notable en un filósofo y, al mismo tiempo, tan inusual en el panorama cultural de España, en el que nuestros intelectuales carecen de formación en este campo. No era su caso. Sus libros, que he tenido ocasión de consultar y leer con detenimiento, además de reseñar, resultan de enorme interés y recogen reflexiones sobre el arte musical, un arte del que creo que es importante subrayar que trata de manera transversal, es decir de las manifestaciones más antiguas a la más modernas, aunque –y se lo señalé en alguna ocasión–, se echa de menos en sus textos la atención especial hacia la música española; adolece de eso, aunque sé que pensaba tratarlo más adelante en un nuevo volumen que no podremos leer desgraciadamente. De él y con él se podía aprender de todo, de su hondura de pensamiento en lo musical. Sus gustos en esta materia eran muy amplios: le gustaba la música en general, muchas de sus etapas, que conocía perfectamente –lo que se pone de manifiesto a través de los conocimentos musicales que poseía y de los cuales alardeaba, y podía, ni hacía gala–, por ejemplo, el postromanticismo o Monteverdi, un compositor del que demostró su lúcido saber en un tratado.
De Eugenio Trías nos queda hoy un corpus filosófico amplio y musicalmente el más destacado y de peso, junto con la excepción del que aportó el también ya fallecido David García Bacca. De su lectura siempre sacaremos provecho.