El superventas que la izquierda tacha de nazi
El psicólogo clínico Jordan B. Petersen, reverenciado por los intelectuales, arrasa con su nuevo y políticamente incorrecto libro.
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El psicólogo clínico Jordan B. Petersen, reverenciado por los intelectuales, arrasa con su nuevo y políticamente incorrecto libro.
Son 12 reglas. Ni 11 ni 13. Camina erguido con los hombros hacia atrás. Trátate como a alguien a quien debes cuidar. Hazte amigo de gente que quiere lo mejor para ti. Compárate con el que eras ayer, no con otra persona. No permitas que tus hijos hagan algo que te lleve a odiarlos. Mantén tu casa perfectamente ordenada antes de criticar el mundo... Las firma Jordan B. Peterson. Componen uno de los grandes bestsellers internacionales de los últimos años, «12 reglas para vivir». Cualquiera diría que apestan a autoayuda. Pero Peterson es un psicólogo clínico al que intelectuales del calibre de Camille Paglia tratan con justificada reverencia. Su estilo, duro y erudito, cortante y polémico, casa mal con el estereotipo chamámico que algunos le atribuyen.
Para empezar, el canadiense explica que el sufrimiento existe. La maldad, también. Posiblemente usted, querido lector, haya penado más de lo humanamente soportable. Puede que el mundo le tenga tirria. O que los elementos conspiren en contra. Bien, ¿qué hacer? Pues según Peterson admitir la desgracia. Procesarla. A continuación, encararla. Pelear a la contra. Caer con dignidad o trascenderla. Pero nunca abandonarse al gesto suicida ni, craso error, pensar que el sentido de la existencia sea y en todo momento el dulce disfrute de la felicidad. Peterson habla de vivir sin esconder la cara, armado con las armas de la filosofía, la literatura y, asunto capital, la ciencia.
Estrella del rock
Sepan que este profesor de psicobiología en la Universidad de Toronto ha pedido una excedencia. Tampoco atiende ya a más pacientes. Consagra sus días a escribir, a alimentar su celebérrimo canal de YouTube e impartir charlas por el mundo. Sus giras multitudinarias harían palidecer a más de una endiosada estrella de rock. En abril del pasado año, y solo a través de las donaciones de sus socios, se estimaba que ganaba no menos de 55.000 dólares mensuales. Sumen el millón largo de ejemplares despachados por «12 reglas para vivir». Hoy por hoy, Peterson abruma. Concita excesos. Amor y odio en dosis exacerbadas. Polémicas interminables en los despeñaderos de las redes sociales. Artículos de opinión de gente que lo tacha de supremacista, nazi o similar. Pocas escandaleras más sonadas que la entrevista que le hizo Cathy Newman en Channel 4. La periodista pretendía con infantil narcisismo pillarle en un renuncio y, sobre todo, caricaturizarlo como una suerte de troglodita al que la brecha salarial le parece estupenda. Peterson contratacó sin mover un músculo. Con el discurso propio de un tipo versado en neurociencia y Carl Jung, los dos Pinker y Dostoevsky, economía, estadística, sociología e historia. Newman protestó y gesticuló. Habló en nombre de todas las mujeres oprimidas. En realidad, Newman dedicó la charla a exagerar cualquier cosa que Peterson dijera. También le atribuía ideas que no había articulado. Cabe la posibilidad que fuera mala praxis. O, sencillamente, que no entendiera nada.
La estrella de la televisión británica acababa de toparse con el hombre que declaró la guerra al posmodernismo. Un heredero de Harold Bloom y Carl Sagan. Un aliado de Richard Dawkins, Matt Ridley y el resto de herejes que conforman lo que el matemático Eric Weinstein, otro blasfemo, bautizó como la «web oscura». Son filósofos, biólogos, periodistas, físicos... Son Ayaan Hirsi Ali, Paglia, Bret Weinstein y habría estado allí Christopher Hitchens. Bari Weiss, en un reportaje para el «New York Times», escribió que les une el convencimiento de que existen diferencias biológicas decisivas entre hombres y mujeres, que la libertad de expresión está siendo atacada y que las llamadas políticas de identidad conforman una ideología tóxica que mina la sociedad estadounidense.
Contra la izquierda identitaria
Junto a ellos, como cualquier racionalista que no haya sido abducido por el posmodernismo, Peterson combate la peste estructuralista. De la mano de los elegantes y fraudulentos pensadores franceses y, posteriormente, de la universidad de Yale, las teorías marxistas, en fase rococó, mutaron en culto relativista y postolímpico. Todo resultó ser un constructo. Un mecano o juguete cultural, una trola. El lenguaje, el sexo, la moral... Todos nosotros, blancos y negros, judíos y gentiles, heterosexuales y homosexuales... colectivos estancos que reclaman para sí la condición de víctimas. Sostiene Peterson que los guerreros identitarios de la izquierda, con su jerga alambicada y sus «papers» trucados y sus grupos de presión y sus subvenciones, son intercambiables finalmente con los viejos nacionalistas y los siniestros racistas y otros atrabiliarios teóricos adscritos a la extrema derecha. Al cabo, rinden culto al irracionalismo. A la tribu. Qué más da si sexual, nacional, religiosa, cultural o étnica. Son enemigos del liberalismo, la ilustración, la democracia y la ciencia. Contra ellos se alza el padre de un libro monumental, que aspira a dilucidar las raíces míticas pero también químicas y evolutivas, de aquello que creemos y que provoca terremotos.