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El último de Hiroshima

Fallece Theodore Van Kirk, el único tripulante vivo del avión «Enola Gay», que lanzó la primera bomba atómica sobre Japón y precipitó el final de la Segunda Guerra mundial
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Fallece Theodore Van Kirk, el único tripulante vivo del avión «Enola Gay», que lanzó la primera bomba atómica sobre Japón y precipitó el final de la Segunda Guerra mundial
El último superviviente de la tripulación que dejó caer la bomba atómica de Hiroshima, y que a la vez conmocionó al mundo y propició el final de la Segunda Guerra Mundial, murió ayer en el estado americano de Georgia. Theodore Van Kirk, conocido como «Dutch» («holandés»), murió de causas naturales en la residencia de ancianos donde vivía en Stone Mountain a los 93 años. Realizó cerca de 60 misiones de bombardeo, pero fue esa noche en Japón la que le proporcionó un hueco en la historia. Tenía 24 años cuando servía en la aviación americana, a bordo del «Enola Gay», el B-29 Superfortress que atacó Hiroshima el 6 de agosto de 1945. En la tripulación estaban también el piloto Paul Tibbets y el artillero Tom Ferebee. Durante casi seis meses fueron minuciosamente preparados en la base 509º de Wendover, donde el 14 de junio de 1945 aterrizaba el avión bombardero con el que entrarían a formar parte de la historia. «La misión fue perfectamente», le contó Van Kirk a Associated Press en una entrevista de la época. Los tripulantes llevaron al bombardero a través de las nubes y llegaron al objetivo sólo 15 segundos después de lo planeado. Fue entonces cuando dejaron caer a «Little Boy», la bomba de 4.080 kilos sobre la ciudad que dormía y, en ese momento, tanto él como sus compañeros sólo esperaban escapar con vida del hongo explosivo, algo de lo que no tenían certeza. Ni siquiera estaban seguros de que la bomba iba a funcionar y, en ese caso, si la potencia de la onda expansiva podría reducir su aeronave a cenizas. Entonces se pusieron a contar a bordo, en voz baja, «mil uno, mil dos, mil tres...» hasta que alcanzaron la cuenta de 43, que era la frontera de la salvación, según les habían contado, pero entonces no escucharon ninguna detonación.

- «Una chapuza»

«Creo que todo el mundo en el avión pensamos que la bomba era una chapuza. Parecía que había pasado mucho más tiempo», recordaba Van Kirk. Pero en ese momento un enorme fogonazo de luz iluminó el cielo, y, un segundo después, la onda expansiva los alcanzaba y sacudía el avión. Después vino otra sacudida. La explosión y sus consecuencias mataron a 140.000 personas en Hiroshima. Tres días después, una segunda bomba caía sobre Nagasaki. Ésta se cobró 80.000 vidas. Seis días después del segundo ataque atómico, Japón se rindió.
Si Estados Unidos debió o no utilizar semejante potencia de fuego ha sido un debate recurrente por los historiadores, que han vuelto sobre el asunto hasta la saciedad. El propio Van Kirk aseguró a la agencia Ap que era necesario hacerlo, porque eso acortó la guerra e hizo innecesaria la invasión aliada por tierra, que podría haber costado muchas más vidas en ambos bandos. «Sinceramente, creo que el uso de la bomba salvó vidas a largo plazo. Muchas. Y la mayor parte de ellas, japonesas», dijo Van Kirk en aquella entrevista. Pero también le convirtieron en una persona recelosa de la guerra. «Toda la experiencia de la Segunda Guerra Mundial demuestra que las batallas no resuelven nada. Las bombas atómicas no resuelven nada», afirmó Van Kirk. «También creo que no debería haber armas atómicas en el mundo. Me gustaría verlas abolidas. Pero si alguien tiene una, querría que mi país tuviera una más que el enemigo». El marine siguió sirviendo un año más en el Ejército después del final de la contienda. Después de eso, estudió hasta obtener una licenciatura en Química y fue contratado por la multinacional DuPont (inventora de materiales como el neopreno, el nailon y el plexiglás), donde trabajó, en su sede californiana, hasta su jubilación en 1985. En ese momento, se trasladó a las afueras de Atlanta, en su Georgia natal, junto a su hija. Como muchos otros veteranos de guerra, Van Kirk no habló demasiado sobre sus años de servicio hasta que estuvo preparado para dar charlas en colegios. «Yo ni siquiera sabía que él participó en la misisón del Enola Gay hasta que, cuando tenía 10 años, curioseé en algunas carpetas con viejos recortes de prensa en el ático de mis padres», contaba ayer hijo, Tom. «Sé que está considerado un héroe de guerra, pero yo sólo conocí a un buen padre». Su carrera militar y el resto de su vida fueron recogidas en un libro publicado en 2012, «Mi verdadero rumbo», escrito por Suzanne Dietz. La autora recordó ayer al último tripulante del Enola Gay como una persona «enérgica, brillante y con enorme sentido del humor». «Entrevistarle para aquel volumen fue como sentarte con tu padre en la mesa de la cocina y escucharle contar historias».

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