Ellos, las víctimas ignoradas
El periodista Quico Alsedo se acerca en “Algunos hombres buenos” a ocho varones que han sufrido la ausencia de sus hijos por falsas acusaciones
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¿Quién puede negar su apoyo a una mujer maltratada o a un niño violado por su padre? Pero ¿y si esos abusos jamás existieron? ¿Y si fueron inventados? Los ocho hombres que protagonizan “Algunos hombres buenos” (La Esfera de los Libros) fueron monstruos sin serlo; unos tipos que, si fueran mujeres, serían mujeres maltratadas. “Pero no podían serlo porque eran hombres”. Así resume su autor, el periodista Quico Alsedo (Oviedo, 1976) la tortura sufrida por los protagonistas de la historia, hombres que han sufrido en sus carnes las consecuencias de la “condena social” a pesar de que los tribunales hayan condenado a ellas.
El hijo de Rafael Marcos fue liberado por la Policía de una finca de Cuenca tras año y medio secuestrado por su madre, María Sevilla, que meses antes de huir con él había intervenido en el Congreso de los Diputados, a petición de Podemos, como experta en abuso intrafamiliar. Le había denunciado por abusos sexuales aunque eso nunca hubiera ocurrido.
Samuel tenía 11 años cuando fue “liberado”, estaba sin escolarizar y acumulaba un retraso académico de tres años. Condenada a dos años y medio de cárcel, Sevilla fue luego indultada por el Gobierno.
Samuel habla en exclusiva en el libro y rechaza a su madre: «Me da miedo». «En los meses que siguieron a la primera denuncia de María, Rafa, que nunca hizo más que cuidar de su hijo y protegerlo, llegó a dudar si habría abusado de verdad de Samuel. “Llegué a pensar: ¿Y si lo hubiera hecho? ¿Y si tuviera un desdoblamiento de personalidad?». Habla con su psicóloga, se tranquiliza. No, no se desdoblaba en un pederasta en sus ratos libres. «Ahora me pregunto cómo llegué a pensar eso… Los amigos me decían: “Pero tío, ¿tú te estás escuchando?”». «María presentó un informe psicológico para demostrar que yo había hecho daño a mi hijo. Fíjate si era chusco e inducido que, en la transcripción de la entrevista de Samuel con el psicólogo de ella, se les coló un error. Hay un momento en que le preguntan: “Y cuando tu padre te hace eso, ¿estás vestido o desnudo?”. Y Samuel contesta: “Vestido. No, desnudo... ¿Qué tenía que decir?"».
Sergio Puerto era asesor de Zapatero en 2004 cuando se promulgó la Ley de Violencia de Género y 12 años después fue separado de sus hijos gracias a «un uso fraudulento de esta ley». Un juez primero prohibió a su ex llevarse a sus hijos a Mallorca, como ella había solicitado, pero lo validó, tras hacerlo ella por la fuerza, «por el arraigo de los menores». Ellos acabaron forzándole a aceptarlo, denunciando ellos mismos abusos sin prueba ninguna. «En febrero de 2020 el flamante chico que se sentaba en Moncloa con 26 años se aposenta, con cuarenta, en el banquillo. Está acusado de pegar a su exmujer. “Ese trance es increíble, hay que vivirlo para saber lo que es. Piensas: pero si esto solo les pasa a los hijos de puta… ¿Qué coño hago yo aquí?”. Va cada día a trabajar aterrorizado. “Me imaginaba a unos policías entrando en mi trabajo a detenerme por cualquier denuncia que ella hubiera puesto sin prueba ninguna”».
J. no ve a sus hijos, mellizos de 7 años, desde 2020. Su ex, Verónica Saldaña,se los llevó tras denunciarle tres veces instrumentalmente y estuvo un año en busca y captura, escondida en Cataluña, sin que la Policía la localizara pero haciendo entrevistas en TV, con titulares como «Al final me va a matar». Hoy ella se esconde con los críos en Suiza, que se niega a atender los requerimientos de la Justicia española. Allí la defiende Olivier Peters, abogado habitual de miembros de ETA y de la independentista catalana Anna Gabriel.
Daniel I. Aguirre, periodista, fue denunciado tres veces instrumentalmente por abusos sobre su hija de seis años. En una de esas ocasiones él mismo grababa a su hija, que se cayó y se autolesionó sola. Un psiquiatra de la asociación Infancia Libre hizo informes a medida para acusarle, según la Policía. La mujer secuestró a su hija durante años, hasta que los agentes las localizaron en la Sierra de Madrid y ella fue condenada a dos años de cárcel. «Un día Daniel se sube a un taxi. Se lo cuenta al taxista: su ex le ha denunciado por abusos sexuales sobre su propia hija. No hay prueba, pero los tribunales van adelante. En esa época Daniel sueña recurrentemente que se ahorca. El hombre, colombiano, ha estado en la cárcel “por un tema de drogas”. “¿Sabes lo que hacíamos allí dentro con esa gente? -le dice el taxista-. Les poníamos una sábana encima y les pegábamos palizas hasta dejarles en coma”. “Y entonces, ¿qué hago?”, le contesta Dani. “Tú no lo escondas o va a ser peor. Di la verdad desde el principio, porque se va a saber seguro”».
Tras ser denunciado instrumentalmente y apartado de su hija, Carlos Salgado avisó al juez de Familia de que ella planeaba huir a Rusia con la niña. Elmira se llevó a la niña a Kirguistán en 2017 e Interpol emitió una orden de detención que su país se negó a acatar. Carlos viajó allá e intentó traer a su hija por las bravas, pero fue detenido en la frontera. Se libró de milagro de ser encarcelado. Hoy, este profesor de ajedrez de Blanes tiene la custodia de su hija según la Justicia... Pero lleva cinco años sin verla. «La extraña comitiva —Carlos, su hija de once años y el taxista que les lleva— recorre Kirguistán hacia la frontera que creen más permeable, la de Kazajistán, para intentar cruzarla. Los tribunales españoles le han dado a Carlos la razón, Interpol ha emitido una orden contra la madre, pero... “Estudiamos varios puntos que parecían fáciles para cruzar, pero solo de pensar que la niña podía sufrir daño… Intentamos contactar con contrabandistas, pero no éramos personas de fiar en ese contexto, sólo trabajan con gente de confianza”»
Pedro, un manso bancario granadino, fue denunciado tantas veces por su ex mujer por abusar de su hija de cinco años que la Fiscalía le abrió diligencias e ella y la Justicia la condenó a cinco años de cárcel. Los propios policías le decían a él, cuando acudían alertados por la mujer: «No sabemos cómo aguanta usted esto, señor». En los bares se le acercaban desconocidos a llamarle pederasta. «Dejé de salir a ningún sitio». La niña desarrolló fobia a los médicos. «Hasta los pediatras del hospital dijeron que ya no les pasaran más a esa pobre niña. Pero el juez seguía sin archivar definitivamente y le dejaba a ella abierto el camino para seguir denunciando. La táctica era que las denuncias cayeran en distintos juzgados, a ver si algún juez se equivocaba y tiraba para adelante. Solo con eso ya conseguía apartarme de la niña. Era como si hiciera apuestas: creía que por pura estadística alguna vez le saldría».
Francesco Arcuri tuvo que escuchar en 2017 cómo miles de españoles le llamaban "maltratador" en las calles -y políticos de todo signo desde sus atriles, incluido el presidente, Mariano Rajoy-. Su ex, Juana Rivas, llevaba un año con sus hijos secuestrados en Granada, y el último mes en paradero desconocido. Aún condenada a dos años y medio de cárcel, y con los psicólogos italianos certificando sus trastornos mentales y la manipulación sobre sus hijos, ella ha sido entronizada como «madre ejemplar» y perdonada por el Gobierno. Arcuri cuenta aquí y ahora, por primera vez, su historia.
«Juana siempre me habló de un padre machista, prepotente. Cuando todo entre nosotros se volvió una pelea me daba la impresión de que no se dirigía a mí, sino a ese padre. Yo vi una escena increíble entre ellos. Estaban separados, pero no habían podido vender la casa común y ella aún le hacía la comida a él. Una vez, el padre se pone a comer lo que le había preparado ella. En un momento determinado levanta la cabeza y dice, sin mirarla: “Pan”. La madre se levanta y se lo da. Si mi padre hace eso, mi madre le revienta un plato en la cabeza». «Al día siguiente de la rueda de prensa en que Juana anunció que no iba a entregar a los niños, Arcuri va al juzgado flotando en una nube de irrealidad. Sin obtener de los funcionarios ni una palabra, sale del edificio y observa una concentración de personas con carteles y pancartas. Se acerca sin querer. Siempre ha sido un tipo reivindicativo, sus padres se lo enseñaron. “De pronto veo... Que era una manifestación contra mí. ¡Contra mí!”. Huye. Llama a su abogado. “Sal de la ciudad. Vete a Sierra Nevada, a donde sea. No te quedes ahí, Francesco”».