«En tránsito»: La Historia está condenada a repetirse
El alemán Christian Petzold narra con «En tránsito» la historia y el romance de un hombre que intenta huir del nazismo en la Marsella de los años 40 pero ambientando la película en la actualidad, con la crisis de los refugiados de fondo
El alemán Christian Petzold narra con «En tránsito» la historia y el romance de un hombre que intenta huir del nazismo en la Marsella de los años 40 pero ambientando la película en la actualidad, con la crisis de los refugiados de fondo.
Dicen que los perros se parecen a sus amos. Tal vez tengan razón. Lo que está claro es que, a veces, los directores no se parecen a sus películas. Viendo «Yella», «Jerichow», «Barbara» o «Phoenix», adustas y analíticas, secas como un árbol de invierno, nunca dirías que las ha dirigido el alemán Christian Petzold. Risueño y cordialísimo, hablamos con él en la última Berlinale, donde «En tránsito» quedó injustamente fuera del palmarés. El que fue cabecilla de la llamada Escuela de Berlín ha dirigido una película fascinante. Georg (Franz Rogowski), que suplanta la identidad de un escritor muerto para conseguir un visado con el fin de huir a México, en la Marsella de los 40, lejos de la avanzadilla nazi, se encontrará con una mujer que lo confunde con otro y un niño que ablandará su corazón. Suena a melodrama abducido por el ambiente canalla de una ciudad de paso, pero Petzold complica su escenario situando la acción hoy en día, mientras los personajes actúan como si vivieran hace 80 años.
–¿Cómo se le ocurrió hacer una película de época sin serlo? Al principio, el dispositivo de «En tránsito» desorienta: lo que dicen los personajes choca con el telón de fondo, hablan de nazis y las calles de Marsella son las de 2017.
–Cuando empezamos a escribir el guión con Harun Farocki, tenía que ser una película de época. Íbamos a rodar en París y en Marsella. No tardé en darme cuenta de que, después de «Phoenix» no me quedaban energías para recrear otra vez todo un periodo histórico. Cuando Harun murió, dejé reposar el proyecto y emprendí un viaje por Estados Unidos. Quería ir al desierto de Nevada, para ver el lugar donde Antonioni rodó «Zabriskie Point». Me dejé el portátil en el coche, donde tenía al menos la mitad del guión de «En tránsito» escrita. A 39 grados a la sombra, el portátil se evaporó, casi literalmente. No tenía copia, no se podían recuperar los datos.
–La pesadilla de un escritor...
–Curiosamente, me sentí liberado, porque lo que llevaba escrito era un desastre. Me estaba saliendo una película en la que reconstruía el pasado con la perspectiva condescendiente de alguien que vive en el presente, que lo conoce mejor que nadie, como de un Dios que maneja los hilos de la Historia, y no me gustaba nada. Cuando volvimos de viaje, rodé un episodio de una serie policial, «Polizeiruf 110», situada en la contemporaneidad, y entonces empecé a pensar en trasladar la acción de «En tránsito» a nuestros días.
–La sensación de extrañamiento que produce esa dislocación temporal es muy intensa. Hay algo de espectral.
–Después de todo estamos rodeados por los fantasmas del pasado, su influjo nos hechiza. Ahora la gente habla de fronteras, de cuántos refugiados podemos aceptar en cada país, de identidades nacionales, oímos hablar de la existencia de fraternidades estudiantiles de extrema derecha, y todo ello surge del pasado. Y pensé: ¿Qué tal si hacemos que los refugiados del pasado nos hablen desde el presente, cuestionando lo que está ocurriendo hoy?
–Anna Seghers escribió «En tránsito» durante la Segunda Guerra Mundial. Para ella era una novela en presente.
–He cambiado muchas cosas en la adaptación. Mantuve la idea del manuscrito de un escritor muerto que cae en manos de gente que no tiene una historia propia y que se ve obligada a inventársela, con las emociones que eso conlleva. Sienten culpa, amor, dolor, pérdida. Es una historia de evolución personal. Para mí era importante no ser didáctico. No quería confrontar al público alemán con el destino de los refugiados en los 40. No estoy haciendo una película histórica. Cuando Carlos Saura rodaba sobre una familia burguesa en el Madrid de los años 70, estaba hablando mucho mejor del franquismo que si hubiera filmado una historia en el pasado.
–Es inevitable pensar en «Casablanca» al ver «En tránsito». ¿La tuvo en mente mientras escribía el guión?
–Claro, y hubo otras. Por ejemplo, «Tener y no tener», de Howard Hawks, con Humphrey Bogart y Lauren Bacall, que también es una película sobre el fascismo. Es curioso, porque Anna Seghers tiene una historia con «Casablanca». Gracias al éxito de la adaptación que Fred Zinnemann hizo de su novela «La séptima cruz», con Spencer Tracy como protagonista, pudo conseguir un visado para entrar en Estados Unidos. Una vez allí, intentó colocar un guion de «En tránsito», pero la Warner rechazó la propuesta, aduciendo que estaban trabajando en una película similar, que luego se convertiría en «Casablanca». Dicen las malas lenguas que se apropiaron de más de una idea de su guión.
–Franz Rogowski podría pasar por un actor de cine clásico, del mismo modo que le ocurre a Joaquin Phoenix en sus películas con James Gray.
–No hay muchos actores que sepan abrir una botella con sus manos, pero Franz es uno de ellos. Es un actor muy contenido, pero a la vez muy físico.
–Marsella es una ciudad extraña. Es vieja y nueva a la vez.
–Todos los argelinos o los marroquís que viajan desde el puerto de Marsella hacia sus países de origen, cargados con todo lo que han comprado en Francia, parecen refugiados. Del puerto salen siete u ocho barcos diarios hacia Portugal o el norte de África. Marsella tiene un poder visual extraordinario. Es una ciudad híbrida, que se escapa al orden, a las categorías, y por ello es tan refractaria al fascismo. Es un espacio ideal para los refugiados.
–Al final se convierte en un territorio casi abstracto, casi tan conceptual como la propia película.
–En los últimos diez, doce años, ha habido un estallido de cine distópico. Tal vez podríamos pensar «En tránsito» como una película de ciencia-ficción. El cine siempre tiene que explicar una historia sobre un espacio que es invadido. Los indios atacan, los alemanes avanzan, el planeta Melancolía está a punto de chocar con el nuestro... ¿Cómo reaccionará la gente a estas circunstancias extraordinarias? ¿Se matarán? ¿Se ayudarán? Eso nos hace pensar en cómo gestionamos la crisis de los refugiados hoy mismo. Creo que la situación es peligrosa, pero que la sociedad civil es mucho más fuerte ahora que en los años cuarenta.