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Historia

¿Era Dante un autor de derechas?

El ministro de Cultura italiano, el conservador Gennaro Sangiuliano, se ha apropiado ideológicamente del mítico poeta situando el origen del pensamiento de derechas en el autor italiano

Sandro Botticelli hizo este retrato de Dante Alighieri en 1495
Sandro Botticelli hizo este retrato de Dante Alighieri en 1495Archivo

Para una persona, como quien suscribe estas líneas, que ha dedicado más de 30 años de su vida a estudiar a Dante y su obra, las declaraciones del ministro de cultura italiano Gennaro Sangiuliano en las que afirma que Dante ha sido «il fondatore del pensiero di destra in Italia» suponen una gran satisfacción: demuestran, una vez más, que la figura de Dante sigue vivísima en nuestro imaginario común y que sigue siendo un elemento necesario para la constitución de identidades colectivas. Lo interesante es que el intento de apropiación política de Dante por parte del ministro –inmediatamente contestada desde otras posiciones ideológicas– resulta muy coherente –y performativa– con la línea argumental que mantiene en la entrevista. Sostiene que hay que sustituir la hegemonía cultural de la izquierda, la gramsciana, por otra de la derecha, y, para ello, con habilidad, lo primero que hace es adueñarse pro domo sua, no solo de un concepto típicamente de izquierdas como el de «hegemonía» (y su fundamento, el de «lucha cultural»), sino sobre todo del referente cultural nacional italiano por antonomasia, Dante Alighieri. Es obvio: en Italia, lo primero que hay que hacer para conseguir la hegemonía cultural es que Dante sea uno de los tuyos. Por eso, a lo largo de la historia, ha habido y sigue habiendo un Dante liberal, un Dante del Risorgimento, un Dante católico, un Dante fascista, un Dante anticapitalista, un Dante ecologista, etc.

Dudosa fidelidad a la Historia

¿Pero es Dante realmente algo de eso? La respuesta académica, como suele suceder con el verdadero conocimiento y en cambio es contrario a la retórica política, exige muchos matices y disquisiciones. Las obras clásicas son aquellas con las que, a lo largo de los siglos, las generaciones siguen dialogando, con identificación o con confrontación (y con todos los grados de la escala entre ambos polos), inspirándose en ellas para generar ideas y valores, y por tanto tratando también siempre de «poner en ellas» las ideas y los valores que se quieren defender, propagar y hacer «hegemónicos». Son obras tan ricas, amplias y profundas que hacen posible, y diría inevitable, ese tipo de operaciones de apropiación, legítimas desde el punto de vista político e ideológico, así como son legítimos el debate y los enfrentamientos que suscitan. Forman parte de una vida política saludable, en mi opinión. Pero otra cosa es su fidelidad a la Historia. Hay un Dante que apoya el poder unificado del Imperio, que pide para Italia un timonel que rija la nave, que puede sin duda ser del agrado de la actual derecha (como fue del agrado del Duce), pero también hay un Dante que quiere educar a la élite profesional burguesa de las ciudades en valores comunitarios y asociativos. Hay un Dante riguroso teólogo cristiano; y por eso mismo antieclesiástico, que condena violentamente la corrupción de los papas, de las autoridades de la Iglesia y de los monjes; hay un Dante que añora la antigua sociedad feudal y su ética del don, y cree en un mítico pasado cortés cuando los pueblos no se mezclaban, así como un Dante que rechaza con horror la economía protocapitalista de mercaderes y banqueros.

Hay un Dante con un hondo sentido de la naturaleza y que cree que el ser humano, cuando recupere la salud, la rectitud y la libertad (que no existe a priori sino que se consigue mediante un trabajoso proceso personal y colectivo) retornará a ella... Todo esto, y mucho más, podemos encontrar en la obra crucial del Sumo Poeta (y del Sumo Narrador, añadiría). Pero, en realidad, solo lo podremos encontrar, y enriquecernos con ello, a condición de no imponerle a la obra lo que somos o queremos ser nosotros, sino de hacernos conscientes de la radical alteridad de su concepción del mundo y del ser humano con respecto a la nuestra. Primero, tenemos que conocer su distancia histórica –lingüística, ideológica, social, política…– con nosotros –y por lo tanto saber que aplicarle nociones postilustradas como izquierda y derecha es absurdo– y solo luego seremos capaces de platicar, debatir o discutir con ella, y obtener así un enorme deleite y un enorme enriquecimiento personal y colectivo.