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Obituario

Era posible cantar con los ojos

Los recuerdos se agolpan para el regista, con quien tanto quería. Pero si tuviera que rescatar un trabajo conjunto, uno solo, se quedaría con un «mefistófeles». Y con su mirada. Eterna ya

Caballé y Sherrill Milnes, en el histórico montaje de «Luisa Miller» en el Metropolitan de Nueva York, en 1968
Caballé y Sherrill Milnes, en el histórico montaje de «Luisa Miller» en el Metropolitan de Nueva York, en 1968larazon

Grande, grande. Así era Montserrat. Una mujer con una fuerza tremenda, a pesar de que los últimos años tenía más dificultades de movimiento, pero aun en esos momentos fue capaz de demostrar una fuerza inusitada.

Grande, grande. Así era Montserrat. Una mujer con una fuerza tremenda, a pesar de que los últimos años tenía más dificultades de movimiento, pero aun en esos momentos fue capaz de demostrar una fuerza inusitada. Era una cantante de pocos gestos, pero con una mirada desarmante, fortísima. Sus ojos te taladraban. Decía muy bien y lograba hacer que cada personaje que interpretaba resultara creíble, auténtico, único. La recuerdo, por ejemplo, en «Aida», cómo era capaz de cambiar del registro más duro al principio a otro más suave al final, dulce y sensible. El «Ritorna Vincitor» que hacía suyo desde el principio. Su voz poseía una cualidad única, una particularidad que la distinguía: en el momento en que la escuchabas sabías que era ella, por sus «pianissimo», por su legato. Lo cantó todo, de «Cossí fan tutte», a «Don Giovanni» o «Turandot». Hizo suyo todo Verdi, Puccini. Su «Tosca» era estupenda. Mi trato con ella siempre fue maravilloso, aunque sé que cuando salía al escenario con un gesto serio imponía, pero era una mujer tan sumamente divertida que podría contar montones de anécdotas de nuestro trabajo, aunque prefiero guardarlas para mí. Tenía una risa tan contagiosa que podía convertirse en la más divertida...cuando quería. Me ayudó en mis comienzos y no podré olvidar nunca que entré en el Liceo de su mano. Trabajé con ella tantas veces... Seguíamos el siguiente método: cuando teníamos el título elegido yo me iba a su casa y le explicaba lo que quería y ella llegaba, digamos, con la lección aprendida al ensayo. Recuerdo cómo fue nuestro mano a mano en «Mefistófeles», que yo situé hacia el final de una época de la burguesía industrial alemana y ella me preguntaba por la escena, que tenía un árbol. Recuerdo por ejemplo, que a pesar de no ser una cantante dada a papeles cómicos sí hicimos un montaje muy divertido que se llamaba «Viva la mamma», de Donizetti, en el que ella interpretaba a una prima donna, (que podía ser perfectamente una caricatura de sí misma) y Joan Pons, en el papel de la «mamma». Fue en 1990 en Peralada y nos reímos una barbaridad. Aunque si tuviera que elegir uno de los espectáculos que estrené con ella sería con nuestra primera colaboración, el «Mefistófeles» para La Zarzuela y que después se vio en el Liceo. Maravilloso. Vivió una época única y supo ayudar a muchos jóvenes que entonces empezaban y hoy tienen un nombre. Ella les dio su mano para salir adelante. Gracias a esa inmensa generosidad su marcha, dolorosísima, dejará otras voces en el camino que tomarán su relevo, distintas, pero fieles a sus enseñanzas. Cada momento tiene su generación de cantantes, sus divos, sus voces. Y hoy sé que en todo el mundo se la llora.