Buscar Iniciar sesión

Felipe VI acude a Chillida Leku por el centenario del artista 24 años después del atentado fallido de ETA contra los reyes eméritos

La presencia del monarca en Hernani para inaugurar la muestra de la colección Telefónica no estuvo exenta de polémica y protestas que Sortu materializó con la colocación de tres enormes retratos del propio Felipe VI, Juan Carlos I y Franco boca abajo
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

Madrid Creada:

Última actualización:

En involuntario juego metafórico de materiales, palabras y coincidencias, fue en Hernani, hermoso enclave vasco repleto de faldas verdes naturales bordeadas por las aguas del Urumea, el lugar donde Chillida aprendió a trabajar con el hierro concediéndole un lugar privilegiado en el entendimiento de su arte, pero también donde ocho lanzagranadas de nylon y metal fueron desactivados apenas 40 minutos antes de que su detonación pudiera ocasionar la desaparición inminente de los reyes eméritos Don Juan Carlos y Doña Sofía.
Veinticuatro años después de que ETA intentara atentar contra sus progenitores, el rey Felipe VI aterrizó ayer en el municipio guipuzcuano para recorrer los inmensos jardines del museo Chillida Leku y saludar cariñosamente a la familia Chillida antes de inaugurar la exposición homenaje "100 años de Eduardo Chillida con la colección Telefónica» en la que se muestran obras de los años 80 procedentes del patrimonio artístico de la compañía y que podrá disfrutarse hasta el 13 de octubre. Un compendio de elementos integradores que, en palabras de Luis Prendes, director general de la Fundación Telefónica, «son diez muestras de la genialidad del escultor donostiarra. Son obras realizadas desde el oficio y la dedicación a la materia, como el acero y el alabastro, con el corazón al servicio de sus referentes y el pensamiento volcado hacia lo simbólico".
El recibimiento local resultó ciertamente abrupto y se intensificó por las protestas de Sortu, cuyos integrantes decidieron visibilizar su disconformidad con la presencia del monarca colocando de manera pretendidamente lineal tres enormes carteles de considerables dimensiones con los retratos orientados boca abajo del propio Felipe VI, Juan Carlos I y del dictador Francisco Franco en armónico paralelismo con el tríptico bosconiano del Jardín de las Delicias versión reverso oscuro de la Transición pero con menos hedonismo, más juego de perspectivas y tramposos paralelismos, así como por un pequeño grupo de personas que mostraron su descontento bajo el lema «Euskal Errepublika» mientras ondeaban ikurriñas y banderas de Navarra.
Pero el rey, ajeno al ruido popular, se centró en su cometido como invitado de honor y aprovechó para señalar sobre el motivo auténtico que le llevó hasta allí –exento este sí, de la sombra farragosa de la política– que la muestra de Eduardo Chillida es "una exposición muy bonita que merece la pena y hay que venir". Como el derrame sideral de una ola de viento forjado en el hierro, la exposición, que se completa además con otras piezas de los años 1990 y 2000, se desarrolla expansiva y ambiciosa en el interior de Chillida Leku abarcando la totalidad del caserío Zabalaga, su punto neurálgico y lugar que marcó el inicio de una nueva etapa de grandes cambios y madurez del artista. El objetivo, aseguran, es reivindicar la década de los ochenta como el periodo clave en su trayectoria artística y en la conceptualización de su trabajo.
Recordemos que durante estos años, Chillida alcanzó un volumen monumental de obra pública y, además, profundizó en nuevos conceptos artísticos y proyectos de manera íntima. El año 1981 estuvo marcado por la muerte del galerista y representante Aimé Maeght y, a pesar de que supuso el final de una etapa en la trayectoria del artista, también marca el inicio de una nueva en la que coexisten importantes exposiciones retrospectivas, la realización de obras de gran formato, en especial las mesas y las casas, estas últimas esculturas de tamaño reducido, arquitecturas que se conforman de materia y vacío, de nostalgia y aire, de tiempo y hierro.
Es esta por tanto una muestra de retorno, de viaje de vuelta a casa, de regreso al calor embrionario de la casilla de salida de unas obras que ya estuvieron en Chillida Leku con motivo de la muestra que se organizó en homenaje a Eduardo Chillida tras su muerte en 2002 un año después, pero que ahora vuelven al museo en "su esplendor". "Tiene algo de mi padre, Eduardo Chillida, y de mi madre, Pilar Belzunce", ya que, por un lado "se une la parte emocional de ver la vuelta a casa de estas obras al caserío Zabalaga, ya rehabilitado", ejercicio de recuperación que le "maravillaría" al artista; y, por otro, permite "liberar a otras obras para que salgan del museo y viajen a otros lugares", realidad que, aseguró, le hubiera gustado a su madre. Para el momento en el que el hijo del artista remataba su intervención con el recuerdo de los anhelos de ambos, a Felipe VI ya se le habían olvidado los gritos. Sólo quedaba aire, silencio y materia.