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Francisco Rodríguez Adrados: «La literatura es un río que no respeta fronteras políticas»

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De Homero al «Beowulf», de Aristófanes al «Cantar del Mío Cid», de Safo a Neruda. Poco o nada tienen que ver y, al cabo, todos están unidos por una corriente invisible. Ese río que lleva a todos los que han contado historias alguna vez comenzó sin papel ni pluma. Y, en muchos casos, nació en la fiesta, en los bailes y danzas que celebraban ritos y acontecimientos y se transformaron en narraciones. Filólogo, académico de la Historia –también de la RAE– y prolífico defensor de los conocimientos clásicos, así como divulgador, sabio en definitiva, Francisco Rodríguez Adrados traza en «El río de la literatura» (Ed. Ariel), del que el autor habló ayer en la RAH, con presentación de Carmen Iglesias. Una historia de la oralidad, transformada más tarde en escritura, que va de Sumeria, Asiria y Anatolia hasta Cervantes y Shakespeare. Todo está imbricado, unido y relacionado, como demuestra este ensayo galardonado con el Premio Nacional de las Letras 2012, del que LA RAZÓN adelantó la crítica el pasado mayo.
-«El río de la literatura». Ese río nace, asegura, en Sumeria...
-Los más antiguos documentos escritos son de Sumeria, del II milenio a. C. Pero yo toco por ejemplo la literatura indoeuropea, que era oral y mucho más antigua; está en la base de los indios de América.
-¿Qué clase de río es, de aguas turbulentas o claras?
-El río es una imagen para decir que la literatura sube, baja, desaparece, recibe afluentes, cambia de aspecto y no respeta fronteras. Atraviesa las barreras políticas y las lingüísticas.
-¿Se ha perdido por completo la literatura oral?
-Todavía se conserva en cierta medida y se hacen colecciones. Pero no es la que domina, como fue en tiempos ya remotos. La escritura absorbió la literatura oral pero acabó por sustituirla en gran medida.
-¿Con eso, y con la imprenta, salimos ganando?
-Ganamos y perdimos: siempre se gana y se pierde, porque la frescura que tiene la literatura oral, hasta la de los indios del Amazonas y la árabe, es un regalo.
-¿En esas primeras narraciones orales de los griegos o los egipcios, estaba contenido, de alguna forma, todo lo que vendría después?
-No tanto. La literatura escrita ha ganado. En el detalle, la literatura oral es bastante simple. En las canciones se dicen siempre las mismas cosas: canciones de trabajo, eróticas, de sátira, a los dioses... Son cosas muy elegantes, pero pequeñas. La literatura escrita permite no tener que tenerlo todo en la cabeza y explayarse. Pensar, trabajar despacio. Fue un paso adelante, pero no la ha suplantado al cien por cien. Todavía queda. En pueblos castellanos y otros sitios hay recorridos, poemas de amor y de trabajo...
-En el libro llega hasta 1616, con Cervantes y Shakespeare. ¿Por qué decide parar ahí?
-Es el año de su muerte, una coincidencia. Podía haber escogido otros, pero son dos primeras figuras muy representativas, como cúspides de la literatura y como demostración de que hasta ellos llegaron los griegos.
-¿Qué peso tuvo la literatura griega en la creación posterior?
-Abrió nuevos caminos. Sobre todo la invención del autor personal, no de la tradición: algo firmado por alguien y hecho con determinadas intenciones. Los poetas firmaban, para que nadie les robase su obra, como hacían los tallistas, los alfareros... En la Edad Media dejaron de hacerlo, hasta el siglo XIV. La alta Edad Media es otra vez muy próxima a lo primitivo y no personalista. Al menos, las lenguas nuevas; el latín de los cultos es otra cuestión.
-¿Hay vínculos entre la salud de una literatura oral en un pueblo y el desarrollo de ese pueblo?
-Sí, pero hay cosas raras: por ejemplo, la literatura romana empezó en gran medida como copia de la de los griegos. Tomaron prestada la comedia en una época muy guerrera para que se distendieran un poco.
-En el libro no deja de dedicar reflexiones a las humanidades, una de sus luchas y obsesiones. ¿Se puede habla de una «nueva Edad Media» ante el ocaso de las lenguas cultas y las humanidades?
-Sí, algunos han dicho que estamos en una Edad Media con televisores. No quiero ser tan pesimista. Evidentemente, no sólo la literatura oral, sino la escrita, han encontrado etapas, como la invención de la imprenta, que fue un gran salto en la difusión. Todos estos aparatos que ahora ofrecen nuevas posibilidades al mismo tiempo condicionan al oyente, al que no le gusta que le expliquen Platón en una hora en televisión. Limitan la extensión le influyen de alguna manera. ¿Es mejor o peor? Eso ya es subjetivo.