Música
Françoise Hardy, del susurro al grito
En la década de los setenta la artista que ahora pide a Macron que acelere el proceso de su eutanasia, llevaba en la mirada la tristeza de los poetas clásicos y cantaba en susurros, como si temiese molestar
En los años sesenta, cuando el mundo era otro –analógico, bicolor, todavía inocente–, cuando los periódicos en papel se vendían con una barra de pan incorporada y en Europa había tantos tipos de monedas como fronteras, Françoise Hardy fue una brisa emocionante que venía de ese país que tenemos ahí al lado y que casi siempre parece estar a un millón de años luz. Llevaba en la mirada la tristeza de los poetas clásicos y cantaba en susurros, como si temiese molestar.
Tan bella como Jane Birkin, e igualmente vaporosa, sus ojos –anímense y búsquenla en Google, dense ese gustazo– atraían como lo hace el fuego. Francia, entonces, era el templo supremo de la cultura, la envidia inconfesable de los ingleses y el bodegón a base de cruasanes, quesos, vinos y otros placeres que entran por la boca con el que soñaban los americanos de Estados Unidos. La torre Eiffel se veía mucho más alta que el monte Everest y las canciones de Hardy, como «Tous les garçons et les filles», «Mon amie la rose» e «Il n’y a pas d’amour heureux» (Brassens), invitaban a practicar el amor sin urgencias, deteniéndose lo que hiciera falta en cada centímetro de carne.
Han pasado los años como suelen, sin observar el menor respeto por los que caminamos erguidos, y el Mal aún invencible, el cáncer, devora por dentro a una Hardy que, a las puertas de las ocho décadas, en nada recuerda a la muchacha leve y melancólica de sus inicios. Desde hace ya dos décadas interminables padece un cáncer linfático, y acaba de decir basta. Al igual que hizo hace poco otro bello producto galo, Alain Delon, la artista ha anunciado a través de una entrevista televisiva que la vida, vivir, ya no le interesa. Y le ha reclamado al presidente de su nación, Emmanuel Macron, que la eutanasia se haga realidad, algo que no parece un imposible: existe ya un proyecto de ley que podría entrar en vigor en 2025. De ser así, Francia se sumaría a los cinco países europeos que la regulan, Austria, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y, desde hace más de dos años, España. El delicado estado de salud de la artista le impide trasladarse a otro país para cumplir su último deseo.
Desde la vida todavía potable cuesta entender que alguien que fue un símbolo de modernidad y valentía abra el puño y deje caer los dedos. Pero cuando tus ojos, tus manos y tu paladar lo han visto, tocado y saboreado todo, lo último que quieres es que esas sensaciones sean sepultadas por las de la pura decadencia física, que es, no hay debate, una muerte peor que la muerte. Hace no demasiado tiempo hubo un Olimpo cuyos dioses ya han desaparecido o esperan resignados su extinción sin dejar de corromperse. Y asumes que el testigo del esplendor va de mano en mano como la falsa moneda de la copla, porque ningún mortal es capaz de retenerlo por mucho tiempo.
Algunos de los hermosos discos que Hardy grabó vivirán eternamente. Pero l’amour al que tanto cantó, como otras «tantas cosas bellas» (aquella canción suya), sólo tiene sentido cuando el cuerpo aún te responde. Si no es así, mejor cerrar los ojos y dejarse llevar por la marea. Eso desea hacer Françoise, y lo está pidiendo a gritos. Ojalá lo consiga pronto.
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