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Frédéric Martel: «Los que pensaban que internet era el imperio del bien se equivocaban»

El autor pone en duda que exista una conversación global en la red de redes
El autor pone en duda que exista una conversación global en la red de redeslarazon

El sociólogo francés publica con «Smart» un ensayo sobre internet para demostrar que la red es heterogénea y que la preconizada conversación global no es real

Más de cincuenta países, miles de entrevistas y docenas de viajes. Frédéric Martel ha recorrido en los últimos años distantes áreas y geografías del planeta, diferentes naciones y culturas, con un único propósito: realizar un exhaustivo análisis de la red de redes. Internet pertenece al territorio abstracto de lo digital, pero él ha emprendido la búsqueda de su influencia en el mundo real, en los dominios de lo tangible, lo táctil. Pretendía verificar los tópicos que corren por ahí, las ideas preconcebidas que difunden unos y otros sin haberlas cotejado o comparado con datos, testimonios, realidades diversas. Y lo que se han encontrado es un internet diferente al que solemos imaginar. «Su» internet es internacional, global, pero muy alejado de la uniformidad aireada por los grandes gurús. Es un espacio salpicado por la territorialidad, marcado por la «heterogeneidad», con docenas de barreras visibles, justo las que el hombre ha heredado de la historia, del pasado: una huella invisible, pero perceptible. «No digo que cada país tenga su internet. Es mucho más sutil –explica el intelectual francés–. Antes pensábamos que era global y ahora, nacional. Esta creencia de que existe una conversación global en internet no la refleja la realidad. Internet es mucho más complejo que eso. Las fronteras siguen existiendo en la red. No como “border”, en inglés, como visados y aduanas; pero sí como “frontier”, la otra acepción con la que la inglés detalla las fronteras simbólicas. Y en internet éstas sigen siendo todavía muy fuertes. Están relacionadas, con la lengua, el territorio, la esfera cultural en la que vivimos, los amigos que cada uno tiene. Ni siquiera es el internet de cada país, porque en el fondo es diferente en Barcelona, por la lengua, por el entorno, que también es distinto, como lo es, por ejemplo, en Sevilla y, también, en Madrid. Cuando vivimos en Sevilla, no nos interesamos por los restaurantes de obligdada asistencia de Madrid, porque no vivimos en esa ciudad. En este sentido es fragmentada. Pero es una fragmentación múltiple, insisto, no por país, es por identidades». Y puntualiza de una manera didáctica: «Ahora podemos elegir la comunidad a la que vamos a pertenecer. Tenemos la posibilidad de, otro ejemplo, vivir como en Cuba, pero aquí, en España. ¿Cómo? Leyendo sólo diarios cubanos, hablando con amigos que son de Cuba... Para los exiliados es formidable. Esto produce un intercambio internacional entre Miami, gente que puede estar en México y alguien de aquí. Pero sigue siendo fragmentario y comunitario, porque todas esas personas hablan en español, se interesan por Cuba y son de origen cubano».

Martel, que refleja sus nuevas indagaciones, realiza una disección desapasionada, pero exhaustiva y científica, de la realidad de internet en «Smart» (Taurus). En su ensayo asegura que hemos trasladado a la red los conflictos internacionales y regionales. «Por supuesto que ahí está reflejado el conflicto de Israel y Palestina. Lo que es innovador es la rapidez» y elabora una reflexión sobre la utilización que se está haciendo de las redes sociales y los mensajes que se están difundiendo a traves de este nuevo canal de comunicación, como el Estado Islámico, que aprovecha esta herramienta para expandir el terror de su régimen. «Todo el mundo usa internet, no sólo ellos. Los americanos, para hacer propaganda; también en los países árabes, los demócratas; pero no hay que olvidarse de las asociaciones feministas, los gays... Internet refleja todo eso. Aquellos que pensaban que internet era sólo el imperio del bien se equivocaban. Porque en sí mismo no es ni bueno ni malo. Es como el teléfono. ¿Es malo porque también lo tiene los terroristas? Internet no es un robot que ha cogido autonomía: es el reflejo de lo que los hombres hacen con él. No importa lo que piensen los mandamases de Google, los terroristas pueden usar todo esto en su propio beneficio».

Un reflejo de la vida

Uno de los puntos más debatidos ha sido el papel que internet jugó en las Primaveras Árabes y su capacidad para asentar la democracia en países que todavía están privadas de ella. «Internet permite a la vez la revolución y la contrarrevolución. Permite el cambio y lo conservador. En el fondo, representa la vida con sus contradicciones. Lo que no podemos esperar de internet es que sea algo completamente diferente de lo que vivimos. No creo que Podemos piense en cambiar y defender la transformación de la democracia a través de internet. Hay que relativizar todo eso mucho. Pienso que podemos hacer evolucionar la democracia y mejorarla a través de internet. Eso es cierto, pero no vamos a cambiar la democracia. Todos aquellos que han intentado cambiarla en Cuba o Irán han acabado haciendo algo peor. En Brasil he visto las acciones que se han llevado a cabo contra la deforestación a través de la red; en Argentina, contra la soja transgénica; en Perú, a favor de los indígenas. Y todo eso es positivo. Internet facilita esas acciones y abre un diálogo. Pero no creo que haya democracia por internet. Podemos mejorarla, aportar nuevas herramientas, pero no creo en la democracia digital». Martel, sin embargo, se muestra optimista sobre el futuro de la cultura en la red, aunque con una condición: «Existen problemas y riesgos, pero hay más oportunidades que peligros. En el caso de la cultura, creo que si se regulariza a los protagonistas de internet, habrá más diversidad en la red. Pero esto pasa por una regularización necesaria y en particular contra los abusos de una posición dominante. La cultura necesita esa regularización y, si los americanos no lo hacen –y a veces lo hacen, como en el cine, con la resolución de la Corte Suprema, en 1949, para limitar la concentración vertical de los estudios, o más recientemente contra Miscrosoft, Amazon y Google, aunque de manera insuficiente– lo tendrá que hacer la Unión Europea. Soy experto cercano a lal presidente de la UE y tengo la impresión, en estos años, de que en Bruselas la palabra regularización es un fastasma, una palabra malsonante. Pero eso tiene que cambiar. Estoy a favor de la economía de mercado, pero justa, que luche contra los abusos de los poderes dominantes y promueva la competencia en igualdad de condiciones, y no es el caso de Google en Europa, cuando representa el 89 por ciento de los motores de búsqueda».

–¿Es posible regular internet?

–No, y no creo que se pueda. Tampoco es deseable. Los contenidos deben viajar libremente, sin que les pongamos restricciones. Lo que hay que controlar es a los actores de internet, a los gigantes de la red. Por ejemplo, soy contrario a que se penalice a las personas que descargan ilegalmente productos. Hay que sancionar a los sitios web que se aprovechan de esto y que va en perjuicio de los derechos de autor. La regulación del capitalismo y de la economía de mercado no es una idea peligrosa marxista; es una idea americana, de Roosevelt. Es más, estas ideas, de organismos de regulación, son la ideología de la Corte Suprema. Hay que favorecer la libertad de mercado y de expresión, que es la primera enmienda de la Constitución americana, y luego, luchar contra abusos, proteger la vida privada, que es la cuarta enmienda de la Constitución americana y una economía de mercado justa. Y esto es posible. Pero si no lo conseguimos, pues se acabó».

La privacidad es otro de los puntos que toca Martel. Para él, no existen dudas. Es un derecho de las personas. «No creo que todo tenga que ser público», afirma, y comprende el miedo que genera esa sensación de control, esa impresión orwelliana de que el Gran Hermano lo sabe todo de ti. «Pero si vamos a los guetos, a los barrios marginados, vemos lo bueno que tiene internet. Gracias a la red, esa gente puede encontrar agua, información sobre enfermedades, diccionarios de sus lenguas... Por un lado, están los peligros que ha denunciado Snowden, pero también existe ese reverso positivo. También hay que tener en cuenta estas cosas».