En 2005 tuve oportunidad de biografiar a Andreu Nin, líder del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Prologada por el hispanista Stanley Payne, mi obra «En busca de Andreu Nin» (Plaza & Janés) fue calificada de «excelente» también por Hugh Thomas. Nin fue detenido el día 16 de junio de 1937, miércoles, mientras una Barcelona soleada restañaba aún sus heridas tras los sangrientos sucesos de mayo. Desde entonces, el POUM había tomado precauciones ante posibles represalias y su Comité Ejecutivo se reunía en una discreta sala del Instituto Maurín, antiguo Palacio de la Virreina.
Concluida la reunión hacia la una de la tarde, mientras se dirigía con sus compañeros a la sede del partido situada frente al Teatro Poliorama, en la misma Rambla de los Estudios, otro camarada salió al encuentro del grupo visiblemente agitado tras enterarse de que la Policía pensaba detener a Nin. Éste frunció las cejas y adelantó el mentón. Parecía ligeramente preocupado.
Se ciñó los redondos quevedos con el índice y encogiéndose de hombros, exclamó desafiante: «¡No creo que se atrevan!». Pero se equivocó. Poco después, le introdujeron en un coche hundiendo los dedos en su negro y ensortijado cabello. El vehículo arrancó rumbo a la Dirección de la Policía. Los guardias portaban una orden de arresto del jefe superior de Barcelona, el teniente coronel Ricardo Burillo, afiliado al
Partido Comunista. Obedecía él órdenes a su vez del director general de Seguridad, el también comunista teniente coronel Antonio Ortega. Llegados a la Jefatura de Policía, Nin fue conducido a los calabozos hasta que finalmente le subieron a otro automóvil para llevarle a Valencia, adonde había trasladado su sede
el Gobierno de la República.
Él iba en el vehículo de en medio, esposado entre los agentes de la Brigada Especial de Madrid Jacinto Rosell y Fernando Valentí. En el coche delantero y en el que cerraba la caravana viajaban Alexander Orlov, máximo responsable en España de la NKVD o policía secreta soviética, el jefe de ésta en Cataluña, «Pedro», y José Escoy, otro agente soviético de origen brasileño, junto a varios policías y al resto de miembros de la escolta. Mientras se dirigía de Barcelona a Valencia, Nin intentaba en vano encontrar algún sentido a la acusación que se le formulaba.
¿Él espía de Franco? Alguien se había vuelto loco, o simplemente Maquiavelo a su lado era un simple aficionado. Pero lo cierto es que los papeles estaban ahí. Un informe del comisario general de Madrid, David Vázquez, ponía en conocimiento del director general de Seguridad la existencia de una peligrosa red de espionaje al servicio del Ejército rebelde. Desde el mes de abril, el Servicio de Espionaje y Contraespionaje de la Brigada Especial había practicado más de doscientas detenciones de personas relacionadas presuntamente con esa organización de confidentes. Entre los detenidos había destacadas figuras de la derecha, representantes de la aristocracia, industriales, arquitectos, médicos, ingenieros...
Los miembros de la Brigada Especial aseguraban que la red de agentes preparaba
una sublevación armada con el apoyo de sus grupos de acción y el de sus enlaces con facciones extremistas como el POUM. En el anverso de uno de los documentos incautados, dirigido por la organización «al Generalísimo Franco», figuraba un plano milimetrado de Madrid con la localización de las baterías y fuerzas republicanas. En el reverso, escrito con tinta simpática y caracteres cifrados, el personal técnico había logrado interpretar el siguiente texto: «Al Generalísimo personalmente, comunico: Actualmente estamos en condiciones de comunicarle todo lo que sabemos respecto a la situación y el movimiento de las tropas rojas. Las últimas noticias radiadas por nuestra emisora prueban un serio mejoramiento de nuestros servicios de información».
Seguidamente, con la letra «N» se involucraba a Nin en el complot: «En cumplimiento de su orden fui yo mismo a Barcelona para entrevistarme con el miembro directivo del POUM, N. Le comuniqué todas sus indicaciones. La falta de comunicación entre usted y él se explica por las averías que sufrió la emisora, la cual empezó a funcionar de nuevo estando yo todavía ahí. Seguramente habrá recibido usted la contestación referente al problema fundamental. N. ruega encarecidamente a usted y a los amigos extranjeros que sea yo única y exclusivamente la persona señalada para comunicarse con él. Él me ha prometido enviar a Madrid nueva gente para activar los trabajos del POUM. Con estos refuerzos, el POUM llegará a ser un firme y eficaz apoyo de nuestro movimiento». Pero todo era una burda farsa para acabar, días después, con la vida de Nin, desollado vivo.
Años felices
Tenía 19 años Andreu Nin y toda la ilusión del mundo cuando llegó a Moscú con pasaporte falso, enviado por el sindicato cenetista en el que entonces militaba. La revolución bolchevique que cuatro años antes había erigido a Lenin en «zar» de los soviets le deslumbraba. Enseguida se implicó en los quehaceres del Partido Comunista Soviético y defendió los intereses de los obreros como delegado de la Internacional Sindical Roja. Tal vez fue aquella la época más feliz de su vida, en la que se ganó el respeto de los héroes de la revolución, llegando a intimar con Trotski. Trató a Zinoviev, a Kamenev, a Bujarin... mientras su indómito carácter despertaba el odio y la ira de Stalin, que ya nunca dejaría de acecharle. Entonces conoció a la mujer de su vida, Olga Tareeva, una antigua bailarina de la Ópera de Moscú que le dio dos hijas, Ira y Nora.
La fecha: 1937
Nin fue detenido el día 16 de junio, miércoles, mientras una Barcelona soleada restañaba aún sus profundas heridas a raíz de los sangrientos sucesos de mayo.
Lugar: Madrid.
Acusado de ser un espía de Franco, su detención ilegal se practicó obedeciendo órdenes superiores del entonces director general de Seguridad.
Anécdota.
Un informe sectario del comisario general de Madrid, David Vázquez, le involucraba en una peligrosa red de espionaje al servicio del Ejército rebelde.