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Guillermo Arriaga: "La venganza solo conduce a una espiral de violencia"

El director, productor y novelista recupera «Un dulce olor a muerte», una dura novela sobre un hecho que se le quedó marcado en la retina para siempre

Guillermo Arriaga
Guillermo Arriagalarazon

El director, productor y novelista recupera «Un dulce olor a muerte», una dura novela sobre un hecho que se le quedó marcado en la retina para siempre.

Guillermo Arriaga no escribe las palabras, las afila. Emplea los verbos con un afán pugilístico para sacar al lector de ese marco de conformismo que es la butaca. Ahora recupera «Un dulce olor a muerte» (Navona), un texto de prosa desecada y frases que cortan la retina. «Una vez fui a Bogotá –cuenta–. Sería 1988. Íbamos al centro y encontramos muerta en la acera a una mujer desnuda y muy linda, con un cuerpo precioso y una puñalada en la espalda. El suceso habría ocurrido hacía un minuto. El taxi paró a su lado y yo hice amago de bajar, pero el conductor me dijo que no, que no sabíamos qué pasaba. Recuerdo que la cara del cadáver estaba mirando hacia mí. Esa imagen se me quedó y me disparó escribir esta novela». Con esos mimbres tejió una trama de revancha y muerte que echa raíces en un lugar próximo a él. «Es una aldea que conozco bien. Son compadres, nos hablamos todas las semanas. Convivo con los campesinos. Esta historia la soñé pronto y sin tener claridad de lo que trataba empecé a escribirla. Conocía bien el lugar, la gente, su habla, cómo se relacionan... aunque también existe gran dosis de ficción».

–La venganza es el eje.

–La venganza solo conduce a una espiral de violencia. En los pueblos como los nuestros no prevalece la justicia, y cuando, eso sucede entra la venganza.

–Y un inocente muere.

–Tienen que matarlo porque si se sabe quién es el asesino puede generar inestabilidad entre la población. Para mantenerse unido, el pueblo hace ese sacrificio y matan a un inocente antes de revelar la verdad.

–Como la vida misma.

–Vivimos en unas sociedades en las que suceden cosas así. Un crítico alemán me señaló que al leer esta novela entendió cómo funcionaba el nazismo. En la Guerra Civil española se mató a gente que no era culpable de nada y eran conocidos y vecinos. Siempre hay un disparo de irracionalidad en los seres humanos.

Arriaga creció en las calles, en contacto con la epidemia de la violencia, y sabe bien cómo es: «La más poderosa es la institucional, la promovida desde las instituciones. Es la más grave, la que ejercen los Estados contra los inmigrantes, refugiados, que es azuzada desde las altas esferas políticas. En términos de rural y urbano, es igual, aunque es más fuerte la violencia urbana por ser en espacios acotados. Resultas sorprendente cómo una persona fuera del automóvil es normal y dentro es capaz de liarse a balazos por un incidente de tráfico».

–Le gusta el terreno fronterizo.

–Me gustan las fronteras porque lo bonito de la vida está en el límite, en el riesgo, que es donde se revela el carácter de las personalidades. Tenemos unos comportamientos previsibles, pero en las situaciones de necesidad se revela el carácter. Sacamos las decisiones más hondas.

–¿Qué opina de la frontera mexicana hoy?

–México ha sido, más que nadie, un país hospitalario. En los últimos diez años ha integrado a 500.000 habitantes de Centroamérica, y lo que preocupa no es recibir a esa gente, porque es un país grande y puede hacerlo, sino que hay grupos muy estúpidos que sacan la xenofobia, aunque el pueblo mexicano no lo es. Lo demuestra que aquí han llegado refugiados de España, Chile, Uruguay y Nicaragua. Siempre hemos dado cabida a aquellos que lo necesitaban.

–Estados Unidos no es así.

–Es curioso cómo las dos naciones que empujaron la globalización de la economúa se quejan ahora de ella. Me refiero a EE UU, que empezó con Reagan, y Gran Bretaña, con Thatcher. Impulsaron el neoliberalismo. Viví la apertura de las fronteras, vi cómo afectó a mis amigos en los pueblos. Por primera vez tuvieron una gran cosecha de sorgo, la mejor de su vida, y, gracias a esa política, no pudieron recuperar ni el precio de la semilla. Fue terrible. Y eso sucedió porque entraron las agencias americanas y esta gente no tuvo ni para vivir. Se vieron obligados a emigrar por la guerra económica. No había ninguna barrera. Aquí proliferaron los Walmart, el KFC y otras cadenas, todas norteamericanas. Pero resulta inocente pensar que puedes derribar las fronteras para los productos y no hacerlo para la fuerza laboral. Se puede entender que quieran defender lo nacional, aunque después de lo que han provocado ellos, es ingenuo no pensar que eso no tendría consecuencias.

–¿Y qué piensa de la política de Trump sobre el español?

–Es una situación más compleja de lo que aparenta en principio. No todo hijo de mexicano se vanagloria por serlo. Ellos se integran entre los americanos. No todos los latinos van a hacer una defensa a ultranza. La virtud del sistema americano es que absorbe a los que entran en su cultura. El español crece como lengua en la medida que crece la población hispana en EE. UU, pero no sé si a través del lenguaje se podrá dar esa reconquista del espacio que antes no pertenecía a los estadounidenses. Lo veo improbable.