Hablar con pincel, pintar palabras
El Círculo de Escritores distingue como socio de honor al poeta, que elige al artista para que realice la laudatio
Encuentro entre Gimferré y Barceló. El Círculo de Escritores distingue como socio de honor al poeta, que elige al artista para que realice la laudatio
Tan lejos y tan cerca: «La poesía de Gimferrer habla de poesía, pero también cuando habla de cine o de pintura. Todo es poesía para él. Como para mí todo es pintura, incluso cuando escribo», esto además de una gran amistad, es lo que une a Pere Gimferrer y Miquel Barceló, el encargado de glosar al escritor en su nombramiento como socio de honor del Círculo de Lectores, precisamente, en pleno cincuentenario. No improvisaba el mallorquín pues fue capaz de rematarlo con un verso del propio homenajeado: «La verdad del hombre está en el arte del hombre». La institución reconoce así su «poderosa capacidad renovadora de la tradición literaria y su insobornable audacia cívica». Según cuenta el poeta, fue él mismo quién eligió compañero, porque «es alguien tiene una capacidad de diálogo fuera de lo normal». Y así lo demostraron en un acto en el que los acompañaron, entre otros, las galeristas Soledad Lorenzo y Elvira González, el director de la Real Academia Española, José Manuel Blecua, y compañeros académicos de Gimferrer, como Carmen Iglesias y Miguel Sáez, así como los escritores Félix de Azúa, José Luis Pardo y Vicente Verdú. También compartieron confidencias anteriormente con la prensa.
El problema de la traducción
Aunque no usan el mismo lenguaje artístico, ambos están muy interesados en la lengua. De hecho, sin querer zambullirse en las polémicas lingüísticas que asoman por sus respectivas tierras, dejaron caer que «si todos fueran trilingües como nosotros, no habría tantos conflictos». Gimferrer escribe independientemente en catalán y castellano y también tiene obra en francés e italiano: «Siempre he procurado leer en varias lenguas –precisó– y a fueza de hacerlo también he conseguido escribir en alguna de ellas». Aunque para él el idioma hace la mitad del trabajo, son sus futuros textos quienes eligen en qué lengua quieren ser escritos y no al revés. En cualquier caso, no pone obstáculos: «He escrito un extenso libro en catalán que saldrá en enero y estoy trabajando en otros dos volúmenes, uno en español y otro en italiano».
De Blas de Otero a Cavafis
Según nos avanzó, ninguno de ellos va a ser traducido por él a las otras lenguas, pues hace tiempo que decidió dejar de hacerlo. Ya ni se traduce a sí mismo ni a los demás, lo que llevó, irremediablemente, al asunto de los traductores. «Todo es traducible y al mismo tiempo nada lo es, ni siquiera de español a español», dice Gimferrer como prólogo a otra cita, y escogió esta vez a Goethe, a quien no ha podido leer mucho, porque prefiere siempre hacerlo en versión original y no domina tanto el alemán: «Solo la alta poesía resiste una traducción». Y ambos pensaron entonces en voz alta en Shakespeare, cuyos versos han soportado hasta las peores versiones en mandarín. En este juego de buscar paralelismos, Barceló aporta que, aunque la pintura pudiera parecer mucho más directa que la escritura, y, por tanto, sin necesidad de pasarla de una lengua a otra: «A veces, la imprenta es mucho peor que un mal traductor».
Llevan intercambiando citas y pensamientos, de forma discontinua, desde que se conocieron, allá por los 90. Han colaborado en varias ocasiones –por ejemplo, en el libro sobre el proceso de creación de la cúpula de Sala de los Derechos Humanos y de la Alianza de las Civilizaciones de la ONU en Ginebra, que contó con textos del poeta–.«Tenemos varias cosas pendiente, entre ellas, una importante», avisan. Barceló le ha realizado además unos cuantos retratos –uno de ellos formará parte de su próxima exposición en la galería neoyorquina Acquavella este mismo mes. Del proceso, el pintor recuerda que «era imposible conseguir que se callara mientras posaba». Así que fuera del estudio suelen hablar, y mucho, de literatura. «A ambos nos gustan los mismo poetas y pintores, lo que ya es bastante, aunque no sean demasiado conocidos», apunta Gimferrer. Y en el encuentro que mantienen ante nosotros surgen decenas de nombres y otras tantas citas. Ahora Cavafis, luego T. S. Eliot, y junto a Wallace Stevens aparece Ezra Pound. Y mucho, mucho Blas de Otero por boca del escritor, pues considera que culmina la poesía social en nuestro país.
Con motivo de este tributo, se edita el volumen «Primera y última poesía» de Gimferrer, que no quiere decir, exactamente, sus primeros y postreros versos, sino una selección de lo mejor de sus años tempranos y lo mismo desde 2011: comienza con «Arde el mar» (1966), continúa con «La muerte en Beverly Hills» (1968) y «Extraña fruta y otros poemas» (1968-1969) y concluye con «Rapsodia» (2011) y «Alma Venus» (2012). Por cierto que el libro incluye una carta del cineasta Víctor Erice al poeta en el que elogia estos versos maduros: «Esa desnudez, esa manera de renunciar a los diques de la contención, de dejarse caer o dejarse llevar por la vida con más vértigo orgulloso ahora que antes, es un mérito que me parece no abunda entre los autores consagrados, que ya solo parecen estar autorizados a darnos testimonios resignados desde lo que se supone debe ser la sabiduría de la madurez». Él mucho más modesto, a modo de balance, entre sus primeras rimas y las últimas, asegura: «Sigo teniendo el mismo concepto de la poesía y de la mayoría de las cosas que cuando empecé. Si acaso, ahora tengo un mayor dominio del endecasílabo y el alejandrino».
El detalle
UN JUEGO DE ESPEJOS CONTINUO
«Como decía Baudelaire a sus editores, la poesía es una inversión a largo plazo», recordó Gimferrer que quiso hacer un guiño a su compañero: «A la pintura de vanguardia le ocurre lo mismo. Al principio son muy pocos los receptores, pero, con el tiempo pueden llegar a millones». Barceló, por su parte, demostró ser un gran lector de la obra de su amigo, pero quiso destacar especialmente «Interludio azul», pues considera que no es apreciada lo suficiente.
Los otros socios de honor
Groucho Marx dijo que nunca entraría en un club donde aceptaran a una persona como él. Pero, seguro, que no pondría reparos en uno que cuenta con algunos de los escritores, músicos y políticos más relevantes de la historia actual. Este, puede decirse, no es un club cualquiera. Y no se necesita ser demasiado perspicaz para percatarse de ello. Sólo hay que mirar algunos de los nombres que lo integran en la actualidad (en las imágenes superiores). Pero la lista es larga cuando llega el momento de echar la vista hacia atrás y reconocer que los nombres que han integrado, a lo largo de estos cincuenta años, la nómina de novelistas, artistas, poetas o intelectuales ha sido muy larga. Entre ellos destacaban Camilo José Cela, Octavio Paz, Rafael Alberti, Francisco Ayala, Jorge Semprún, Miguel Delibes y Carmen Martín Gaite. Pero, también, han destacado intelectuales de raza, como Julián Marías, Julio Caro Baroja o el que fue director de la Real Academia Española, y uno de los impulsores de su renovación, Fernando Lázaro Carreter.