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Crítica de cine

Hasta el fin de la noche

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Crítica de cine: "Vivir deprisa, amar despacio"

Christophe Honoré. Vincent Lacoste, Pierre Delandonchamps, Denys Podalydès, Adèle Wismes. Francia, 2018. 133 minutos.

Al enfrentar dos estilos de vida que representan, claro, dos maneras de enamorarse, Christophe Honoré no pretende hacer un retrato de un cambio de época marcado por la percepción, íntima y social, que se tuvo del sida. Por mucho que «Vivir deprisa, amar despacio» se defina por el tiempo y el lugar en que está situada, el París de 1993, y por mucho que «Pump Up the Volume» merezca su espacio en la banda sonora, lo que importa aquí es provocar una lucha entre los afectos de un escritor desencantado (Pierre Delandonchamps) y de un estudiante cinéfilo con ganas de comerse el mundo. No se trata, pues, de hacer una crónica histórica, al estilo de «120 pulsaciones por minuto», sino de captar un estado de ánimo, un cierto «air du temps» que se cuela en el espíritu bipolar de sus protagonistas, entre el desaliento y el entusiasmo. La película estalla en una vitalidad tocada de muerte, con el fantasma de Truffaut y sus amores locos atravesando el encuentro furtivo en un cine, y la danza del deseo, tan cara al cine de Honoré, coreografiando la liturgia del ligue en un parking en una escena memorable. En cierto modo, el filme no es más que la culminación, más o menos autobiográfica (en 1993 Honoré tenía 23 años y, como el joven que interpreta Vincent Lacoste, nació en la Bretaña), de una obra que ha conciliado un romanticismo exacerbado, penetrante y maníaco-depresivo, con una revisión de los géneros clásicos, especialmente el melodrama y el musical («Les chansons d’amour», «Les bien-aimés»), con desigual fortuna. Así las cosas, hay un ímpetu, un exceso, que acaba agotando un poco, como si la pasión que el director de «La belle personne» pone en su relato le doliera demasiado para su propio bien. Todo el filme –y a su alrededor, todas sus referencias cinéfilas y literarias– gravita sobre las leyes de la atracción y el rechazo, y esa tensión, que rebosa las imágenes en toda su sincera intensidad, termina por agotar el discurso de sus personajes, que lloran, ríen y comparten confesiones con un delicioso vecino (Denys Podalydès) hasta que la noche se apaga.