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Hawley-Smoot, el desastroso impuesto que Trump quiere imitar

En 1930, Estados Unidos aprobó esta ley con la intención de proteger su mercado interior e intentar salir cuanto antes de la crisis del 29. Su presidente aplica ahora una estrategia similar sin reparar en que ya en aquella ocasión resultó un tremendo fracaso

El Crac del 29. Los años 30 fueron muy duros en Estados Unidos debido al desplome de la bolsa. En la foto, un hombre intenta vender su coche en la calle por 100 dólares
El Crac del 29. Los años 30 fueron muy duros en Estados Unidos debido al desplome de la bolsa. En la foto, un hombre intenta vender su coche en la calle por 100 dólareslarazon

Para muchos, que Donald Trump, presidente republicano de la primera potencia económica mundial, apueste por el proteccionismo comercial constituye una traición contra los principios que históricamente ha representado tanto EE UU como el Partido Republicano.

Para muchos, que Donald Trump, presidente republicano de la primera potencia económica mundial, apueste por el proteccionismo comercial constituye una traición contra los principios que históricamente ha representado tanto EE UU como el Partido Republicano. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: en contra de lo que suele pensarse, el proteccionismo exterior no es una novedad ni para EEUU ni, sobre todo, para el Partido Republicano. De hecho, hasta que, en 1945, arrancó el progresivo desarme multilateral de las relaciones comerciales globales, EEUU se había caracterizado por ser un país que, en una primera etapa (entre 1790 y 1860), había hecho pivotar la mayor parte de sus ingresos tributarios sobre los aranceles exteriores y que, en una segunda etapa (entre 1860 y 1945), solía abusar con frecuencia de las restricciones comerciales para, presuntamente, proteger a su naciente industria manufacturera.

Durante esa segunda etapa, además, fue el Partido Republicano –la formación que representaba los intereses del Norte industrial del país, siempre deseoso de blindarse frente a la competencia extranjera– quien impulsó semejante política de restricción comercial, mientras que el Partido Demócrata –la formación que era mayoritariamente apoyada por el Sur agrario, el cual producía alimentos para la exportación a los mercados foráneos– aspiraba a una mayor apertura comercial.

Pues bien, uno de los momentos más dramáticos de esta segunda etapa de proteccionismo restriccionista liderada por el Partido Republicano fue en 1930, con la aprobación del arancel Hawley-Smoot. La relevancia histórica de este paquete de barreras exteriores es difícilmente cuestionable: por un lado, contribuyó a agravar la ya de por sí durísima Gran Depresión de los años 30; por otro, sus desastrosos efectos económicos supusieron un punto y aparte en el enfoque de la política comercial de EEUU, virando desde el proteccionismo unilateral hacia la reciprocidad aperturista. Pero, ¿qué fue exactamente el arancel Hawley-Smoot? ¿Cómo se gestó y que repercusiones tuvo?

Los años 20 fueron una década de fuerte crecimiento económico en EEUU: la recuperación tras la Primera Guerra Mundial y la fuerte (e insostenible) expansión del endeudamiento –alentada por la recién creada Reserva Federal– imprimieron un acelerado ritmo de expansión que atornillaron en el poder al partido en el Gobierno, a saber, el Partido Republicano de Warren Harding (presidente desde 1921 a 1923), de Calvin Coolidge (presidente desde 1923 a 1929) y de Herbert Hoover (presidente desde 1929 a 1933).

Durante ese período de crecimiento, los congresistas republicanos se las arreglaron en 1922 para, fieles a su tradición programática, incrementar fuertemente la protección comercial a través del denominado arancel Fordney-McCumber: una medida que duplicó el gravamen exterior medio sobre los productos importados.

Como la economía seguía creciendo con fuerza, este ley arancelaria pasó bastante desapercibida y no generó demasiado malestar entre la población. De hecho, los políticos demócratas, tradicionalmente opuestos a este tipo de medidas, fueron incapaces de lograr que sus críticas calaran entre los votantes, de modo que su discurso librecambista fue progresivamente marginado y abandonado incluso entre sus propias élites. Ahora bien, pese a la bonanza generalizada, sí había un colectivo social que comprendía al 25% de la fuerza de trabajo y que seguía pasándolo mal: el campo.

Presidencia y Congreso

Los agricultores eran víctimas de las dos hojas de la tijera: por un lado, estaban altamente hipotecados; por otro, los precios internacionales de sus mercancías descendían. Y, por si lo anterior fuera poco, el arancel Fordney-McCumber había encarecido los costes de muchas de las manufacturas que importaban para producir. Dado que los republicanos controlaban no sólo la presidencia del país, sino también el Congreso, ni siquiera llegó a plantearse la solución de aliviar la situación de los agricultores mediante una reversión del arancel Fordney-McCumber que moderara el proteccionismo sobre las importaciones del agro. Al contrario, uno de los ejes de la campaña para las elecciones presidenciales de 1928 fue la «equiparación arancelaria», a saber, que el arancel que protegiera la producción agraria fuera tan elevado como el arancel que protegía aquellas manufacturas que los agricultores importaban. Así, por ejemplo, el candidato republicano (y posterior presidente) Herbert Hoover prometió «usar el gobierno para proporcionar a los agricultores todas las ventajas de la política arancelaria que históricamente había caracterizado al país».

Y así sucedió: en diciembre de 1928, el Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes, presidido por el republicano Willis C. Hawley, comenzó a deliberar sobre un nuevo arancel que supuestamente iba a aumentar la protección sobre los agricultores. Meses más tarde, en mayo de 1929, el Comité de Finanzas del Senado, presidido por el republicano Reed Smoot, arrancó su propio debate al respecto. El proyecto de reforma arancelaria de la Cámara de Representantes no coincidía exactamente con el del Senado, dado que cada representante y senador dentro de ambas cámaras no solo había atendido a los intereses laborales y geográficos de sus electores sino también a la lluvia de maletines con la que fueron regados por los lobbies de cada sector productivo particular, generándose un entramado de protecciones incoherente y a la carta: tan es así que, durante su tramitación, representantes y senadores se habían olvidado del presunto objetivo original de la «equiparación arancelaria» entre el agro y la industria, y, por el contrario, optaron por incrementar aún más los aranceles industriales que tanto perjudicaban a los agricultores. Para salvar las diferencias entre ambos proyectos de ley, en abril de 1930, ambas cámaras comenzaron a trabajar en un proyecto conjunto que fue finalmente aprobado merced al voto favorable de los representantes y senadores republicanos y que terminó siendo ratificado por el presidente Hoover el 17 de junio de ese mismo año.

Así nació el arancel Hawley-Smoot: una legislación de 2.000 páginas que aumentaba la protección exterior estadounidense con respecto a los ya muy proteccionistas niveles previos del arancel Fordney-McCumber de 1922. En este sentido, el arancel exterior medio de todos los productos protegidos frente a la competencia global pasó del 35,65% al 60%, debido no solo al incremento de tasas contenidas en la propia ley Hawley-Smoot, sino también a la fuerte deflación interna de precios que estalló a partir de ese mismo año como consecuencia de la Gran Depresión (si imponemos un arancel de 10 céntimos de dólar por kilo de azúcar cuando el precio del kilo de azúcar es 1 dólar, el arancel equivale al 10%; si su precio se reduce a 50 céntimos, y mantenemos el arancel de 10 céntimos, éste equivale al 20%).

Los efectos de este arancel fueron simplemente devastadores para una economía que acababa de entrar en la mayor depresión de toda su historia: las importaciones a EEUU desde el resto del mundo se hundieron un 40% en apenas tres años, lo que dificultó que las hiperendeudadas economías europeas pudiesen obtener los dólares que necesitaban para pagar sus deudas, las cuales a su vez habían sido financiadas en un elevado porcentaje por la propia banca estadounidense. El resultado de todo ello ya es historia: quiebra de la banca europea, quiebra de la banca estadounidense, desmembramiento del patrón oro internacional, guerra comercial global, liquidación de las relaciones comerciales internacionales y, en última instancia, conflicto militar a gran escala. Ya lo pronosticó el economista francés Frédéric Bastiat: «Si las mercancías no cruzan las fronteras, lo harán los soldados». Y, por desgracia, así fue.

Casi un siglo después de que el Partido Republicano dinamitara el comercio exterior con el arancel Hawley-Smoot, parece que Trump está flirteando con una estrategia similar, tras haber amenazado a China, México y la UE con una elevación de los aranceles estadounidenses frente a sus exportaciones. Cabe considerar la hipótesis de que Trump solo esté yendo de farol y de que únicamente pretenda forzar una apertura comercial de los estados a los que ha amenazado con una represalia proteccionista: «O liberalizas tu comercio o te cierro mis mercados». El problema es que, aun en el supuesto optimista, los riesgos que se están asumiendo con esta táctica son enormes: hoy el mundo está más globalizado que en los años 30 del siglo pasado, esto es, el mundo es más interdependiente. Entrar en una guerra comercial masiva significaría matar la globalización y, con ella, una de las fuentes de nuestra prosperidad. Como hizo el arancel Hawley-Smoot, pero peor.