Elva Zona Heaster, el extraño caso del fantasma que logró resolver su propio asesinato
El médico dictaminó que la joven de 22 años había muerto por complicaciones en el embarazo pero su espíritu regresó para contar la verdad y que se hiciera justicia
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El 22 de febrero de 1897, un muchacho de 11 años que trabajaba para la familia Heaster comenzó a subir por las escaleras de la familia en el condado de Greenbrier, en West Virginia cuando se topó con el cadáver de una joven que conocía bien. Se trataba de Elva Zona Heaster, de 22 años. Rápidamente subió y avisó de lo ocurrido.
Cuando el doctor George W Knapp llegó a la casa, se encontró que el cuerpo de Elva había sido movido y trasladado a la cama de su dormitorio. Su marido, Erasmus Shue, al conocer la noticia, la recogió la aseó y le cambió la ropa. Para que los allegados no vieran la cara de la víctima, le puso en la cabeza una especie de tela para que no se apreciara el rictus de la joven.
Al tratarse de una familia conocida y respetada -Erasmus era el herrero local-, Knapp hizo una inspección rápida y superficial del cadáver hasta el punto de que no llegó ni a retirar la tela de la cara de Elva, y certificó que había muerto por complicaciones en el embarazo.
De la misma forma, durante el funeral, la víctima también llevaba el cuello tapado. En esta ocasión, el marido le enrolló un largo pañuelo, una especie de bufanda que, según Erasmus, quería llevar puesta el día de su muerte. Además, le puso una sábana por encima para que no se viera a la fallecida. A nadie le extraño, no levantó ninguna sospecha y todos estaban convencidos de que se trataba de una triste desgracia. Bueno, casi ninguna. La joven fue enterrada el 24 de enero de 1897 en el cementerio local, ahora conocido como Cementerio Metodista Soule Chappel.
Pero había algo que a Mary Jane Heaster, madre de Elva, no le cuadraba. Antes de enterrar a su hija se llevó la sábana que la tapaba. Al lavarla, de la tela salieron varias manchas rojas. En ese momento, fue cuando se convenció de que había sido un crimen y comenzó a rezar de manera intensa y continuada. Fruto de sus plegarias, recibió cuatro visitas del espíritu de su hija, vestida con la ropa que llevaba cuando fue asesinada y en las que le insistía de que no había sido una muerte accidental sino que su marido la había estrangulado con sus propias manos.
Según relató durante el juicio, ”el fantasma le dijo que Erasmus Shue se había enfurecido porque no le sirvió carne para la cena y la agarró por el cuello, apretándolo hasta fracturarlo entre la primera y la segunda vértebra”, tal y como reflejó un reportaje del “Washington Post” sobre el caso en 2019.
Eran otros tiempos, finales del siglo XIX, y la justicia funcionaba de manera muy distinta a la actual. Mary Jane decidió visitar a el fiscal del condado de Greenbrier, John Preston para contarle los cuatro episodios que había vivido durante las últimas semanas. Preston lo lo dudó y reabrió el caso.
En las pesquisas el fiscal averiguó varias cosas, como el que el herrero Erasmus Shue, a pesar de que tenía 30 años, ya había estado casado dos veces. Su primera esposa lo abandonó y le acusó de malos tratos. La segunda murió de forma repentina y en extrañas circunstancias un año después de la boda.
Preston interrogó al médico que examinó el cadáver y comprobó que no le había realizado un examen completo, por lo que el fiscal ordenó la exhumación del cadáver para realizarle la autopsia.
La autopsia confirmó lo dicho por el espectro
El encargado de analizar el cuerpo de Elva Zone fue el propio doctor Knapp y esta vez fue mucho más concluyente: la joven había sido estrangulada. Presentaba varias marcas en el cuello, exactamente iguales a las que le relató Mary Jane Heaster al fiscal y que el fantasma de su propia hija le había descrito,
Según el informe forense, publicado el 9 de marzo de 1897, “el cuello estaba dislocado y la tráquea aplastada. En la garganta estaban las marcas de los dedos que indicaban que había sido ahogada y los ligamentos estaban desgarrados y rotos”.
Con las nuevas evidencias, Erasmus Shue fue detenido, acusado de asesinato y trasladado a la cárcel de Lewisburg a la espera de juicio. Lejos de arrepentirse, durante su estancia en prisión alardeaba con otros presos de que soñaba con poder casarse con siete mujeres y que estaba seguro de que lo dejarían en libertad porque había muy pocas pruebas en su contra.
El juicio comenzó el 22 de junio de 1897 y Mary Jane Heaster fue la testigo estrella. El fiscal Preston se limitó a interrogarla sobre las pruebas existentes y dejó de lado las visitas espectrales de su hija. Pero la defensa trató de desacreditarla e incidió mucho en los cuatro episodios fantasmales. Mary Jane no dudó en ningún momento y relató todo lo ocurrido. ”¿Está segura de que esas ‘visitas’ no fueron cuatro sueños?”, le preguntaron.
“Sí, señor. No fueron sueños. No sueño cuando estoy completamente despierta, sin duda; y sé que la vi allí conmigo”, respondió sin titubear. Después de una hora de preguntas sobre sus creencias y supersticiones, acabó el interrogatorio de la defensa. Y lo que podía ser un arma en su contra, se convirtió en su mejor arma porque mucha gente de la comunidad de Greenbrier la creyó. Y el jurado también.
Erasmus Shue fue declarado culpable del asesinato de su esposa el 11 de julio de 1897 y condenado a cadena perpetua. Tras la sentencia un gran número de personas trató de llegar hasta el condenado para lincharle, pero el ayudante del sheriff logró impedirlo.
Una muerte en extrañas circunstancias
Sin embargo, Erasmus no cumpliría totalmente su condena porque el 13 de marzo de 1900, tres años después de ingresar en en la Penitenciaría Estatal de Virginia Occidental en Moundsville, moriría por causas desconocidas. Fue enterrado en una tumba sin nombre en el cementerio local.
Más de un siglo después, todavía causa asombro entre los juristas que se pudiera aceptar como evidencias las supuestas revelaciones del fantasma de la víctima. Sin embargo, en la pequeña localidad norteamericana todo el mundo conoce el caso de “El fantasma de Greenbrier”, al que le han dedicado una placa que recuerda que allí se produjo “el único caso conocido en el cual un testimonio de un fantasma ayudó a condenar a un asesino”.