El sinsentido de la Cuarta Cruzada: cristianos contra cristianos en Santa Sofía
Las barbaridades que los cruzados hicieron en Constantinopla (violaciones, robos, quemas...) obligó al Papa Juan Pablo II a pedir perdón 800 años después de los acontecimientos
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Cuando la Cuarta Cruzada partió con rumbo a Tierra Santa, en 1202, el objetivo era claro cristalino: recuperar Jerusalén. Los ejércitos de la cristiandad occidental querían liberar la ciudad de las garras del islam. Sin embargo, el plan iba a cambiar de rumbo casi de inicio, “cuando los líderes de la campaña firman un contrato muy oneroso con Venecia, tierra de marineros con grandes habilidades para la navegación, para transportar a los hombres hasta el otro lado del Mediterráneo porque los cruzados no tienen el dinero para completar la empresa”, explica Jonathan Phillips a través de la pantalla.
Experto en la materia, el profesor de Historia de las Cruzadas en el “college” Royal Holloway de la Universidad de Londres acaba de publicar La Cuarta Cruzada y el saqueo de Constantinopla (Ático de los Libros), sobre “uno de los episodios más oscuros”, dice, de estos viajes excusados por las guerras de religión.
Las intrigas internas de los venecianos truncó el esquema cruzado “en un dramático giro de los acontecimientos”. Las armas se dirigieron hacia Constantinopla, la mayor metrópolis cristiana del mundo medieval y corazón del Imperio bizantino. La citada falta de dinero, que puso a los cruzados en manos de Venecia, se juntó con “un príncipe griego [futuro Alejo IV Ángelo, hijo de Isaac II] que reclamaba el trono bizantino y a la intención de subyugar la iglesia ortodoxa al poder de Roma”, amplía.
“La ironía es que los cruzados fueron a Constantinopla invitados por un príncipe, y allí se encontraron en 1204 la mayor ciudad de la cristiandad, con grandes monumentos e iglesias como Santa Sofía, llena de reliquias, con unas murallas impresionantes, una urbe llena de esplendor y magnificencia”, explica el historiador. Y los ojos les hicieron chiribitas. La gran organización y el bagaje que se presuponía en los soldados cristianos saltó por los aires. Curtidos en anteriores cruzadas, se caracterizaban por su determinación en el campo de batalla y su habilidad militar. Sin embargo, los tesoros que vieron al alcance de la mano cambió su concepto en los libros.
Fue tal el desaguisado que ochocientos años después, en el verano de 2001, el Papa Juan Pablo II pidió perdón a la Iglesia ortodoxa griega por la masacre perpetrada por los guerreros de la Cuarta Cruzada: “Es trágico que los agresores, que tenían como objetivo garantizar a los cristianos el libre acceso a Tierra Santa, se volvieran contra sus propios hermanos en la fe. El que estos fueran cristianos latinos entristece profundamente a los católicos”, defendió el Papa. “Aunque ya Inocencio III, por entonces, en 1204, se mostró horrorizado. No le gustó en absoluto esa violencia contra las mujeres, el saqueo de las iglesias, la destrucción de las reliquias y la quema de barrios. Había autorizado la Cruzada, no la toma de Constantinopla”, recuerda el autor.
Un cronista de los acontecimientos pasó a describir lo vivido a principios del siglo XIII como un episodio protagonizado por “locos encolerizados contra lo sagrado”, pero también por asesinos que se negaban a ”respetar a las piadosas doncellas” y de bárbaros que habían destruido los altares y robado los objetos preciosos, “precursores del Anticristo, agentes y heraldos de las impiedades que de este se esperan”. Pese a que Constantinopla era una ciudad segura, la institución bizantina era “un poco caótica, había tumultos por todo el imperio”, lo que debilitó a la ciudad, según el Phillips.
En el cerco a Constantinopla, los cruzados, que no superaban los 20.000 hombres, pudieron tomar una ciudad de unos 350.000 habitantes, “una fuerza militar pequeña pero con muchas habilidades, formada en primera instancia por los marineros venecianos, que fueron capaces de dejar a los cruzados cerca de las murallas”. Con la urbe rodeada, la huida del emperador en verano de 1203 fue determinante, pues si hubiera permanecido, probablemente habría sido capaz de frenar a los invasores que con el tiempo se habrían quedado sin comida y recursos y se habrían visto obligados a huir”.
Así, el incumplimiento de las promesas desató una ira que desembocó, según Phillips, en “un asalto que conmocionó a Europa”, explica un autor que ha manejado fuentes como “testigos de primera mano, que formaron parte del contingente, además de líderes, soldados, documentos venecianos y bizantinos, descripciones contemporáneas, textos sobre cuestiones financieras, religiosas, entre ellas del papa Inocencio III, y canciones de trovadores”.
Documentos que han valido a Phillips para levantar esta monumental Cuarta Cruzada, pero que también le han guiado en el proyecto que le ocupa en estos momentos. El historiador británico retrocede en el tiempo para abordar un nuevo libro sobre la Tercera Cruzada, y con Saladino y Ricardo Corazón de León en el centro de sus preocupaciones. La continuación de su reciente biografía sobre Saladino, pero que “incorporará la visión de las fuentes árabes”.