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Vecinos, compañeros, familiares... Así era la Gestapo

Un día como hoy de 1933 Hermann Göring fundaba la Policía Secreta del Estado nazi, una organización finalmente considerada como criminal y que sembró el terror durante el gobierno de Hitler
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Era por su secretismo que la tenebrosidad que provocaba se hacía aún más grande, si cabe. La Gestapo fue temida y terrible. Una organización perfectamente coordinada, y que tenía a su favor un miedo infundado imbatible, pues ¿hay algo peor que no saber quién te puede delatar? Acusación, por cierto, que se realizaba al inocente. La policía secreta de la Alemania Nazi o Gestapo -contracción de Geheime Staatspolizei, que significa Policía Secreta del Estado-, fue fundada un día como hoy de 1933 por el entonces ministro del Interior Hermann Göring. Su primer objetivo: el de eliminar a todo lo diferente a lo establecido al Gobierno. Su meta final: neutralizar a los “peligrosos”, que para ellos eran los homosexuales, gitanos, comunistas, judíos y todos aquellos que respondieran a un perfil “antisocial” para los nazis.
La Gestapo funcionaba a partir de oficiales de policía de carrera, así como profesionales del Derecho, y contaba con la potestad de investigar los casos de traición, sabotaje y espionaje, así como cualquier tipo de ataque criminal hacia el Estado recién creado por Adolf Hitler. Su primer jefe fue Rudolf Diels, y en 1936 se reguló una norma que otorgaba a esta organización carta blanca, situándola por encima de la ley y, por tanto, colocándola exenta de cualquier tipo de control jurisdiccional. “Mientras la policía cumpla la voluntad de los líderes políticos, actúa legalmente”, declaró Werner Best, asesor jurídico de la Gestapo.
Pero, sin duda, el arma más letal de esta policía secreta fue “la gente ordinaria”. Es decir, los acusados, más que temer a los agentes, vivían cohibidos por sus vecinos, compañeros de trabajo, por quienes se sentaban a sus lados en alguna cafetería e, incluso, por sus familiares. El trabajo de la Gestapo se basó en estas denuncias anónimas, pues cualquier comentario, gesto “fuera de lo normal” o actitud que fuese notificado podía ser motivo de que alguien acabase en prisión.

Deportaciones y cuchillos largos

Todo se volvió aún más frío cuando Göring y Himmler acordaron la transferencia de la Gestapo a las SS: Reinhard Heydrich se hizo con el control absoluto de estas corporaciones, nombrado comandante de la policía secreta, y así fue como se consolidó el verdadero horror que venían instaurando. Poco después, nació la “Casa de los Horrores” en Berlín, sede de la Gestapo, donde se torturaba y maltrataba a los detenidos de una forma que a cualquiera le haría perder la esperanza en la especie humana.
Capturas, deportaciones, ataques en masa, “la noche de los cuchillos largos”... La lista de asaltos que se produjo desde esta policía secreta es larga, y su expansión fue de gran ayuda. En el momento de mayor auge, la Gestapo contaba con al menos 32.000 agentes que pasaban desapercibidos entre la gente. No obstante, nada es eterno y a todo le llega su declive: coincidió con el incipiente final de la Segunda Guerra Mundial cuando la organización fue disolviéndose. El 3 de febrero de 1945 la sede berlinesa fue bombardeada, y ante la cercanía de una derrota se comenzaron a quemar archivos y toda documentación que pudiera comprometerles. Cuánto se habrá perdido y cuánto habremos dejado de saber por aquella destrucción.
Finalmente, Dwight Eisenhower, un 7 de mayo de 1945, terminó disolviendo a la que fue la organización policial más cruel y temida de la historia reciente, así como durante los juicios de Núremberg fue considerada una estructura criminal, quedando para siempre prohibida en todo el país.