Los ocho de Vernet, la increíble historia de un grupo de militares republicanos deportados a Dachau
Capturados en Francia por la Gestapo alemana, siete de ellos fueron llevados al campo de exterminio situado cerca de Múnich. Solo uno, el más joven, sobrevivió y pudo contarlo
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Su único delito, haber luchado por el bando republicano durante la Guerra Civil. Tras la victoria del bando franquista, tuvieron que huir a Francia. Eran un grupo de jefes y oficiales del Ejército español que se habían mantenido fieles a la República y, aunque no fueron ni de lejos los únicos españoles obligados a salir de España ni los únicos que acabaron sus días en campos de concentración alemanes, su historia es un ejemplo del calvario que muchos de nuestros compatriotas pasaron tras acabar el conflicto.
En este caso nos referimos a los conocidos como “los ocho de Vernet”. Su historia fue recogida por Iciar C. Pañeda y publicada por la Revista Española de Defensa del pasado mes de abril. “Tirando del hilo de un breve diario y algunas cartas de los protagonistas, ha sido posible recorrer los últimos meses de estos ocho hombres”, escribe sobre la historia de estos ocho hombres.
Tras huir de España y permanecer en Francia algunos años, el 8 de diciembre de 1943 fueron detenidos por la Gestapo, la policía política alemana, en el hotel Alexandra de Vernet les Bains, un pequeño pueblo del Perineo francés a apenas unos kilómetros de la frontera con su país. Tras la invasión alemana de Francia su vida en el exilio se había complicado enormemente, sobre todo por la presión de España al régimen nazi para que persiguiera a los republicanos allí refugiados.
Se trataba del general Mariano Gámir, de 66 años, el que fuera jefe del Ejército del Norte que, tras la entrada de las tropas de Franco en Santander, huyo en submarino a Gijón y, de allí, en avión a Santander. Volvió a España después pero, tras la caída de Cataluña, regresó a Francia. Junto a él estaban en Vernet les Bains otros veteranos oficiales, la mayoría del arma de Infantería, con edades similares de jubilación y con una gran experiencia militar a sus espaldas: el coronel Jesús Velasco Echave, de 65 años; coronel Carlos Redondo Flores, de 64; coronel César Blasco Sasera, de 66; teniente coronel Fernando Salavera Camps, de 60; teniente coronel José María García-Miranda Esteban-Infantes, de 46; comandante Joan Amer Vadell, de 46; y comandante Teodoro Marín Masdemont, de 66.
Tras su captura como miembros de la resistencia clandestina, según el parte de detención, fueron trasladados a la Ciudadela de Perpiñán, convertida en centro de detenidos de la Gestapo. Allí pasaron dos meses de penurias y malos tratos, hasta que fueron entregaron a la Policía francesa, que los internó en el campo de concentración para extranjeros de Vernet d’Ariege, a 20 kilómetros de Toulouse, en el que la mayoría de los presos eran españoles. Solamente el general Gámir se libró de este destino tras caer seriamente enfermo la víspera.
En este campo tuvieron una vida relativamente tranquila gracias al buen trato recibido por los franceses, hasta que en el verano de 1944, tras el desembarco de Normandía y la probable pérdida de Francia, los alemanes decidieron evacuar a los prisioneros y llevarlos en trenes de ganado a los campos de exterminio nazi situados en Alemania y Polonia.
Desde el campo de Vernet salieron unos 400 prisioneros, entre ellos los siete de Vernet (Gámir fue el único que evitó este destino por su enfermedad), con destino a Toulouse, desde donde el 2 de julio de 1944 un tren les llevaría hasta el campo de concentración de Dachau, cerca de Múnich, tras recorrer 905 eternos kilómetros en un recorrido que duró dos meses en las peores condiciones.
El 29 de agosto de 1944 llegaron a Dachau. 70 de aquellos presiones eran españoles, “aunque lo hicieron en tan malas condiciones que los propios internos del campo los recibieron impresionados”. En el libro “El tren fantasma”, del periodista italiano y superviviente Francesco Nitti. se puede leer: «admiro su gran moral, su dignidad y el coraje con que afrontan todas estas pruebas a pesar de la edad y de la mala salud», sobre los coroneles Redondo, Blasco y Velasco, con los que coincidió en el tren.
De los ochos que llegaron a Alemania, el coronel Velasco, muy enfermó a sus 65 años, no llegó a entrar a Dachau. Años más tarde se supo que fue trasladado al campo de Bergen-Belsen, en Baja Sajonia, donde murió en noviembre de 1944, apenas tres meses después.
A partir de este momento, lo que sabemos es gracias a los escritos que se conservan del teniente coronel José María García-Miranda, que con 46 años era de los más jóvenes. «El hundimiento moral total del ser humano. Al elegir salvarte… podías provocar la muerte de otros», reflexionaba García-Miranda, recoge Pañeda, que llegó incluso a hacer de conejillo de indias en un programa de investigaciones médicas (en Dachau se estudió la malaria) por un vaso de leche.
El fin de la guerra estaba cerca, pero aún hubieron de pasar unos cuantos meses para que el 29 de abril abril de 1945, apenas unos días antes de la rendición alemana, las tropas estadounidenses de la 45ª División de Infantería liberaron el campo de Dachau. Había entonces 32.000 presos de los más de 200.000 que había albergado el campo en total, de 30 países diferentes. Aún así, Dachau siguió usándose durante muchos años como residencia para refugiados.
Para aquel entonces, aparte de Gámir, que no llegó a ser llevado a Dachau, solo García-Miranda había sobrevivido, aunque pesaba 39 kilos cuando fue liberado y pasarían semanas hasta que pudiera recuperarse. Gracias a las cartas que envió a su esposa Lucía sabemos que “todos los otros camaradas; Velasco, Blasco, Marín, Salavera, Redondo y Amer han muerto de tifus y de hambre. Darás la triste noticia a Mme. Amer y a la familia de Redondo con las precauciones naturales. Si conoces la dirección del general Gámir escríbele enseguida para que hable con nuestros representantes al objeto de que demanden a las autoridades francesas nuestra rápida evacuación, o que envíen al menos víveres y tabaco. Somos 200 españoles. Militares de carrera quedamos solamente dos: un comandante y yo (...)». (Primera carta, del 2 de mayo de 1945).
Unos días después, el 8 de mayo, escribía la segunda misiva, con más información: «Velasco se puso muy enfermo al poco tiempo de llegar, lo sacaron del campo y no hemos vuelto a saber de él, lo más probable es que lo gasearan. Blasco murió en diciembre y Amer en febrero, los dos porque perdieron la moral y el ánimo, se acobardaron y esa fue su perdición; Salavera murió en enero consumido por la diarrea, los piojos y los malos tratos; Marín murió en febrero del tifus, y Redondo murió en la noche del 8 al 9 de marzo de fiebre, piojos y sobre todo hambre; dormíamos juntos y murió abrazado a mí, hablándome de sus hijos; toda la noche desde las 11 la pasé con el pobre cadáver y a la madrugada, ayudado por otro español, pudimos lavarlo y arreglarlo un poco antes de que se lo llevaran. Yo vivo de milagro, pero vivo, y prefiero no seguir hablando de cosas tan trágicas».
En la carta García-Miranda le pide de nuevo que escriba al general Gámir para que se interese por su evacuación, «pues soy el único militar que queda (han muerto aquí también el Tte. Coronel Luengo, el Tte. Coronel Díaz-Tendero, el Comandante San Martín y otros)…».
Su increíble vida fue novelada por su sobrino-nieto Rafael Pañeda Reinleín en «La suerte del otro» (Mandala Ediciones 2005), con prólogo de Fernando Reinleín García-Miranda. En 2015, Pañeda Reinlein escribía un artículo en eldiario.es que, bajo el título “Llueve sobre Dachau”, relataba cómo su tío-abuelo regresó del exilio en 1957 ayudado por la familia, y “debió encontrar muchas dificultades para explicar a sus amigos y parientes el horror que había vivido (¿Y qué le diría a su tío Emilio, general vencedor en nuestra guerra, y perdedor en la campaña de Hitler contra Rusia?). Con el que nunca pudo volver a hablar fue con su amigo y cuñado, Guillermo Reinlein, medalla militar individual con la División Azul, y muerto todavía joven de una mala operación en Barcelona, en Julio de 1947″.
García Miranda regresó a su Toledo natal y se dedicó a la docencia. Falleció en febrero de 1971
En cuanto a Gámir, siguió en Francia hasta 1955, donde escribió Guerra de España 1936-1939, con prólogo del general Miaja. Ese año regresó a España por no tener ya condenas pendientes. Murió en 1962 en Valparaíso de Abajo (Cuenca), donde está enterrado.