Historia íntima de los Borbones (IV)

¿Por qué estalló la revolución que envió a Isabel II al exilio?

Derrochadora e infiel, la reina sufrió dos atentados fallidos

Isabel II se debatió a menudo entre la moral católica y sus bajos instintos
Isabel II se debatió a menudo entre la moral católica y sus bajos instintosLa Razón

El golpe militar de los generales Prim y Serrano –éste último, curiosamente, antiguo amante de la reina– precipitó la caída de Isabel II en 1868. Un Gobierno provisional liderado por Prim se hizo entonces con el poder y convocó Cortes Constituyentes, de las que emanó la Constitución de 1869. Pero, ¿qué sucedió para llegar hasta ahí? Las cosas no habían empezado bien con Isabel II. En 1830, su padre Fernando VII promulgó el restablecimiento de la Ley de Partida y dejó sin efecto la «ley semisálica» de Felipe V. Sólo así pudo reinar su hija y la rama representada por Alfonso XIII hasta 1931. La decisión del monarca dio lugar a que los carlistas proclamasen rey a don Carlos, con el nombre de Carlos V, y desencadenó las guerras sucesorias.

Por si fuera poco, siendo ya reina, Isabel II percibía en 1861 la más alta asignación del Estado en todo el siglo XIX. En 1842, durante su minoría de edad, se gastó ese año en caprichos 611.833 reales. Más de la mitad de ese dinero la empleó en joyas. Entre ellas, sobresalía un aderezo de perlas y brillantes diseñado por el diamantista Narciso Soria y valorado en 109.819 reales. Como señaló la infanta Eulalia de Borbón, el testamento de su madre constituiría, a su muerte, «un ejemplo de sus desordenadas bondades y de su poco sentido administrativo». De hecho, «la de los tristes destinos» no dejó al morir otra propiedad que el Palacio de Castilla, adquirido en 1868, cuando a resultas de «la Gloriosa» revolución se vio obligada a exiliarse en París. Dado su espíritu derrochador, Isabel II pasó apuros económicos en sus últimos años de vida. A esas alturas, el duque Montpensier había revelado ya su oculta ambición, declarando públicamente que «si la reina Isabel II perdía la corona por sus errores personales, no era justo que la perdiesen también la infanta y sus hijos».

Era un secreto a voces que Montpensier se había erigido en patrocinador de un complot para destronar a Isabel II, llegando incluso a poner a disposición de los conspiradores su propio patrimonio personal.

Para colmo de males, Isabel II sufrió el primer atentado el 10 de mayo de 1847, diez meses después de su boda con Francisco de Asís. Una bala rozó aquel día la cabeza de la soberana, mientras la otra impactó en su carruaje. La policía detuvo a Ángel de la Riva, un joven abogado de buena familia.

Un estilete en la sotana

El 2 de febrero de 1852, se perpetró el segundo regicidio frustrado cuando Isabel II salió por primera vez a la calle tras alumbrar a la infanta Isabel, «la Chata». La reina permitió que franqueasen el paso para saludar al cura que resultó llamarse Martín Merino. Éste avanzó, arrodillándose en espera que llegase a su altura la soberana. Confiada y resuelta, Isabel se acercó para recoger el memorial... y entonces, el sacerdote extrajo un estilete del interior de su sotana y asestó con él una fuerte puñalada a la reina en el costado derecho, por donde empezó a brotar sangre. La reina lanzó un grito de dolor: «¡Ay, que me han herido!», y se desplomó en el suelo.

Isabel II se debatió a menudo entre la moral católica y sus bajos instintos. Por reprobable que resultase su vida privada, siempre fue una devota hija de la Iglesia. Tras la revolución de 1854 se vio obligada a firmar, desconsolada, la ley que sancionaba la venta de propiedades eclesiásticas. Pero de inmediato escribió al pontífice explicándole su delicada situación y rogándole que la perdonase.

Seis años antes de nacer su heredero Alfonso XII, había dado a luz a la infanta Isabel, «la Chata», de quien entonces se rumoreaba que era hija del comandante José Ruiz de Arana. De hecho, la infanta era motejada también como «la Araneja».

Desde junio de 1861 a febrero de 1864, la reina alumbró a tres infantas: Pilar, Paz y Eulalia. Las tres ofrecieron claros indicios de no ser hijas de Francisco de Asís. La infanta Paz, por su parte, rehusó siempre firmar con el primer apellido Borbón. Esta reveladora señal, y sobre todo una deslumbrante biografía escrita por el doctor Manuel Martínez, amigo de Gregorio Marañón, llevaron a la convicción de que el verdadero padre de las tres infantas no fue Francisco de Asís, sino... ¡el secretario regio Miguel Tenorio de Castilla!

La infanta Eulalia sabía, por otra parte, que Alfonso XII no era hijo del rey consorte Francisco, sino del apuesto oficial Enrique Puigmoltó. Lo que mal empieza, mal acaba.