Figuras de la Hispania Romana (V)

Quintiliano: el gran maestro de la retórica nació en Calahorra

Tenía la convicción de buen profesor de que es posible mejorar la vida de las personas gracias a la educación y todavía hoy es un referente para la pedagogía

Quintiliano, sobre la inscripción: «Yo soy Quintiliano, el de los doctos escritos»
Quintiliano, sobre la inscripción: «Yo soy Quintiliano, el de los doctos escritos»BNE

La retórica, el arte de bien decir, no simplemente de hablar, y de persuadir mediante la palabra y el gesto, es una de las grandes invenciones de la antigüedad clásica para la política, el derecho o los negocios: piénsese en la Atenas de los sofistas, con el ágora y la “pnix”, o en los foros de la Roma de Cicerón. Era un aspecto fundamental de la educación clásica, hoy ciertamente dejado de lado en nuestras escuelas: frente a otros países de Europa y las Américas, es triste la incuria entre nosotros del arte que hizo grande precisamente un hispanorromano, Marco Fabio Quintiliano. Y es que la enseñanza superior en la antigüedad estaba basada en dos grandes pilares: las escuelas filosóficas, que abarcaban todo el espectro de las ciencias, y las escuelas de retórica, que, además de su vertiente práctica para la administración, la justicia o los negocios, proporcionaban una formación integral para el individuo.

En esas últimas escuelas descolló el genio y el magisterio de un hispano que se convirtió, por derecho propio, en el educador de numerosas generaciones de estudiosos de la retórica latina. Quintiliano, nacido en Calagurris, la actual Calahorra, en torno al año 35, tiene el mérito de haber compilado el saber retórico de los antiguos griegos y romanos y haber compuesto una obra modélica y de referencia que sería leída con fruición a partir del Renacimiento, constituyendo el gran manual de retórica y oratoria, su imprescindible “De institutione oratoria”. Educado en Roma, donde su padre era rétor, regresa a su provincia natal, Tarraconense, en torno al año 61, ejerciendo de orador, entre otros cargos que le confía el gobernador de la provincia, Servio Sulpicio Galba. Cuando este deja el gobierno de la Tarraconense para asumir la púrpura imperial tras el asesinato de Nerón, se lo lleva con él de vuelta a Roma, donde se quedará hasta su muerte en el año 96, como prestigioso profesor de retórica, bajo los reinados de Vespasiano, que le otorgó una cátedra pública de retórica, Tito y Domiciano.

Ante todo, Quintiliano es recordado como maestro –de hecho lo fue de Plinio el Joven y Adriano, y quizá de Juvenal y Tácito–, amigo de los suyos, como Plinio el Viejo, y, también, para la posteridad, como uno de los padres fundadores del arte de la pedagogía. Junto a su obra maestra, se le atribuyen además declamaciones, diálogos y obras menores, pero se le recuerda sobre todo por la

“Institución oratoria”, verdadero compendio del saber retórico anterior y que contiene buenas vistas sobre las nociones básicas de una pedagogía humanista. El redescubrimiento de la obra en la modernidad, merced a los buenos oficios del sabio renacentista Poggio Bracciolini, que la encontró en su integridada en 1416 en un códice de la abadía suiza de San Galo (a Bracciolini, casi un santo de los humanistas, le debemos también el rescate de Lucrecio de un manuscrito en Fulda).

Se centró con preferencia, en los doce libros de su magna obra, en la retórica como disciplina que educa y enseña a pensar: a partir de sus tres géneros (deliberativo, judicial y demostrativo) y cinco operaciones básicas (inventio, elocutio, dispositio, memoria y actio), muestra cómo la retórica se aprende por lectura de los grandes manuales, imitación de los maestros y ejercitación incesante. Muy conocida es su apología de la lectura de los modelos clásicos, en el libro X y su defensa de la educación integral del individuo, que comparte con el griego Isócrates (la idea griega de “enkyklios paideia” o la ciceroniana de “humanitas”.

Desarrolló sobremanera la vertiente moralizante, humanista y positiva del concepto ciceroniano de orador como “vir bonus dicendi peritus”. Su convicción de buen profesor de que es posible mejorar la vida de las personas merced a la educación y sus opiniones acerca de cómo lograrlo, adaptando la enseñanza a cada alumno, son tomadas hoy como inspiración por numerosos pedagogos. Influyó en la retórica cristiana de Agustín de Hipona y Jerónimo de Estridón y modeló a través de ellos las humanidades latinas a lo largo de la Edad Media. En el renacimiento, tras el hallazgo de Bracciolini, fue exaltado por Bruni y Petrarca, y reverenciado por Lutero. Sus ecos en el mundo moderno son enormes, desde Montaigne a Derrida, que lo leyó filosóficamente para teorizar sobre los límites de la representación a través del lenguaje. Fue un grande de la educación de todos los tiempos. Sin duda, Quintiliano, maestro calagurritano y universal de oratoria y retórica, es una de las cumbres que la cultura hispanorromana alcanzó.