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Muere Peregrina Millán Astray y Gasset, la única hija del fundador de la legión

Falleció de modo inopinado ayer a los 79 años, tras cargar durante gran parte de su vida con la losa de no haber sido reconocida legalmente como hija de su propio padre
LAUREANO VALLADOLIDEFE

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Ayer falleció de modo inopinado Peregrina Millán-Astray y Gasset –Palita, en familia-, la única hija del fundador de la Legión, José Millán-Astray. Tenía 79 abriles y debió cargar durante gran parte de su vida con la pesada losa de no haber sido reconocida legalmente desde su nacimiento como hija de su propio padre.
Una increíble paradoja a simple vista, pero muy sencilla de entender si se repara en que ella vino al mundo en 1943, como consecuencia de los amores tempestuosos del mujeriego militar con Rita Gasset, sobrina del eminente filósofo José Ortega y Gasset. El fundador de la Legión, amigo íntimo de Franco -si es que Franco llegó a tener en realidad amistades íntimas, dada su natural desconfianza desde sus tiempos en Ferrol- y procurador en Cortes, estaba desposado entonces con Elvira Gutiérrez de la Torre, fallecida en agosto de 1968. Era por tanto un hombre casado y, como tal, había cometido un pecado imperdonable en un régimen que no reconocía el divorcio ni tampoco vislumbraba, en su caso, el menor atisbo de nulidad eclesiástica.
Nada proclive a los escándalos, como sucedió en su día con Miguel Primo de Rivera, el hermano menor de José Antonio con quien aquel compartió cautiverio en la prisión de Alicante antes del fusilamiento del líder de Falange, Franco diluyó el peliagudo asunto con el más absoluto sigilo. Pero no pudo evitar ya las habladurías en los círculos familiares más íntimos sobre la verdadera paternidad de Peregrina, como tampoco las consecuencias del escarceo amoroso de Miguel Primo de Rivera, embajador de España en Londres, con la tercera mujer de Anthony Greville-Bell, mayor británico del Ejército del Aire y héroe de la Segunda Guerra Mundial, que denunció sin titubeos a la pareja adúltera ante los tribunales.
Palita, prima hermana de mi suegra, Asunción Gasset Mayorga, sentía rendida admiración por su padre, quien de vez en cuando visitaba al padre de la sobrina nieta de Ortega y Gasset, Ramón Gasset Neyra, en su casa del número 71 de la madrileña calle Velázquez. Millán-Astray se asomaba entonces al umbral de la entrada sin pierna ni brazo, con un ojo de cristal y un oído medio destruido a raíz del disparo recibido en combate en pleno rostro que le dificultaba mantenerse en equilibrio, razón por la cual acudía siempre escoltado por dos legionarios, como dos gigantescos estandartes humanos.
Contaba Palita que su padre rechazó el título nobiliario que el rey Alfonso XIII le ofreció con todo merecimiento, al contrario que el general Manuel Gasset y Mercader, bisabuelo de mi suegra, designado en su caso por Alfonso XII como marqués de Benzú por su heroica victoria en la batalla del mismo nombre durante la Guerra de África.
Igual que Alfonso XIII, el general Millán-Astray bebió los vientos por la argentina Celia Gámez. Camuflado bajo el nombre de “Monsieur Lamy”, el monarca viajó a París para encontrarse con su diva, a la que había conocido en Madrid cuando el empresario José Campúa la contrató para actuar en el teatro Romea de la calle Carretas. “La Perla del Plata”, como era ya conocida Celia Gámez, cantó para Alfonso XIII, en público y en privado, el inolvidable tango A media luz que la hizo tan irresistible ante sus ojos. Palita admitía siempre que a su padre le gustaban tanto como al soberano las mujeres irresistibles, caso de Celia Gámez, con quien mantuvo también sus propios devaneos inconfesables.
El amor del general legionario por su única hija era proverbial. Siempre que tenía oportunidad, el militar la sacaba a pasear hasta que se lo impidió su muerte, acaecida en 1954, cuando ella contaba tan sólo once años. Entre los recuerdos de su niñez, quedó grabada a hierro y fuego la figura de un moro imponente, llamado “el sultán azul”, quien seducido por la inocencia de la criatura se ofreció a regalarle lo que quisiera. Y ella, ni corta ni perezosa, le dijo que anhelaba más que nada en el mundo tener un camello. Huelga decir que el africano cumplió su palabra a rajatabla, aunque la pequeña debió contentarse al final con observar de cerca al dromedario arábigo, incapaz de llevárselo a su casa.
Peregrina era una buena mujer, creyente y temerosa de Dios, y como tal será inhumada este domingo en el cementerio antiguo de Galapagar, en la sierra madrileña, tras la celebración de un funeral a las nueve de la mañana en la parroquia de la Asunción de la misma localidad. Descanse para siempre en paz