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Hércules: tras la pista del héroe en el nacimiento de España

Hijo de Zeus y Alcmena en el mito griego, su historia es fundamental para el devenir histórico de España
La obra «Hércules lucha contra la hidra de Lerna», de Francisco de Zurbarán, cuelga en las paredes del Museo del Prado de Madrid
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Las raíces de una nación, una comunidad de ciudadanos libres e iguales en el moderno sentido constitucional, hay que buscarlas muchas veces en las oscuridades y los arcanos del mito. La mitología antigua es importante no solo para la construcción nacional moderna, sino también para las antiguas acepciones de la nación, desde los «ethne» griegos a las «gentes» o «nationes» romanas o medievales, que perdurará de forma soterrada durante la edad moderna en la conformación de las identidades europeas posteriores. Si hay escritores que, como Sánchez Dragó, se propusieron perseguir una historia mágica de España, también se podrían sondear las raíces de una historia mítica de nuestro país. Desde la legendaria Tarteso y los íberos hasta las colonias griegas o fenicias, mucho antes de que los romanos nos dieran lengua y cultura, los mitos conformaron ya para nuestro país una nebulosa y evanescente identidad, que se transmitió de generación en generación. Argantonio, Gerión, Tubal, Heracles, Odiseo y otras muchas figuras mítico-legendarias acompañaron la gestación de la vieja España, la Iberia griega, la I-spn-ya semítica antigua o la Hispania romana.
En esta ocasión me gustaría comenzar recordando el mito de un héroe griego, luego romanizado, que marca de forma indeleble los mitos sobre la península ibérica. Es Heracles, hijo de Zeus y Alcmena en el mito griego, romanizado como Hércules. Es uno de los héroes más importantes, el último hijo del dios padre, que nace mortal y de una mortal merced a una treta mágica de suplantación de personalidad (el paralelo con el británico Arturo es claro) y tiene que ganarse el cielo como recompensa a sus muchos afanes y esfuerzos, los famosos trabajos, que, en número perfecto de 12, representan el afán del ser humano por superar su condición efímera y trascender hasta llegar al Olimpo de la inmortalidad. Hércules conseguirá, como no podía ser de otra manera, convertirse en divinidad. Asimilado en el mundo semita con Melkart y adorado por los romanos con un ciclo propio de aventuras, Hércules cruzó el Mediterráneo de Oriente a Occidente, como las propias colonizaciones fenicias y griegas, y vino a aposentar sus reales con todo derecho en la Península Ibérica, que será su terruño predilecto y en el que culmina memorables gestas.
Heracles es fundamental para la etnogénesis de la vieja nación española a través de las edades, desde el mundo romano al mundo tardoantiguo, de allí al medievo y al renacimiento y hasta hoy. Seguir las pistas míticas dejadas por Hércules en nuestra geografía es un ejercicio inagotable, desde las fuentes antiguas a las medievales, y mucho más allá. Recordemos su primera gran aventura, en el ciclo de los 12 Trabajos, cuando roba los ganados al tremendo rey Gerión, monstruo de tres cabezas que gobernaba en el sur de la vieja Iberia. No lejos de allí rescató también las manzanas de las Hespérides, de Hesperia, la «tierra de Poniente». Son hazañas en el «finis terrae», pues Heracles va siempre hasta los confines, y a fe que en nuestro país los asienta.

Superación de todo límite

Así, la hazaña de Hércules más recordada por estos pagos, pues llega al escudo nacional y a la bandera de Andalucía, huelga decir que es la de sus dos columnas, que sitúa donde en principio acababa el mundo («non plus ultra»). Pero Hércules trasiega por otros parajes de la geografía española con fundaciones legendarias como la de la Torre que lleva su nombre en La Coruña o la propia Universidad de Salamanca, recorriendo también Navarra, Aragón, Cataluña, los Pirineos… Esta preeminencia será aprovechada, a partir de Carlos V, por la monarquía hispánica de los Austrias, que toma Hércules como divisa para convertirlo en una especie de héroe panhispánico. La gesta del descubrimiento de América quitará el adverbio negativo al lema de las columnas y perpetúa el simbolismo de Hércules como héroe que no conoce fronteras. Desde su divinización en el mundo grecorromano, tras arder en la pira del monte Eta, y su filosofización en la sofística, hasta las relecturas cristianas medievales del mito, Heracles es el emblema de la superación de todo límite. Es uno de los mitos fundacionales de nuestro devenir histórico.

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