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Bárbara de Braganza: el diamante en bruto de la corte española

Gracias a esta reina casada con Fernando VI, en la corte se vivió una época de esplendor, especialmente en su espacio para el retiro, Aranjuez
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La Razón
  • Isabel Cendoya Díaz

    Isabel Cendoya Díaz

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Su historia comienza a raíz de su matrimonio con el entonces príncipe Fernando. Un año atrás comenzaron las negociaciones, que se retrasaron un poco por la salud de este, pero tras una breve espera se acordaron los esponsales. Ya entonces empezaron a surgir los problemas, pues la corte portuguesa se resistía a enviar el tradicional retrato a su prometido. Esto comenzó a levantar sospechas sobre la apariencia de Bárbara. Al final, se mandó uno que les sirvió para salir del paso. La familia real viajó hasta Extremadura para recibir a la princesa y, a su vez, entregar a la infanta Mariana Victoria de Borbón, que se casaría con el hermano de Bárbara, futuro José I de Portugal. Para este intercambio se prepararon y decoraron preciosas arquitecturas efímeras y se cuidó hasta el más mínimo detalle, tanto que los españoles y los portugueses se lo tomaron como una especie de competición para demostrar quién desplegaba el mayor boato posible. Al parecer, todos los asistentes estuvieron satisfechos con la ocasión, todos menos Fernando, que al ver a su novia se quedó espantado. Digamos que la belleza no era lo que distinguía a Bárbara. Eso, añadido a que su rostro se encontraba enteramente marcado por la viruela (la enfermedad más común de la época), le llevó a decir que se sentía «engañado». Sin embargo, pronto caería a sus pies. Tras este primer encuentro, la comitiva salió hacia Badajoz, en cuya catedral se casarán Bárbara y Fernando, y, después de Badajoz, a Sevilla, donde vivirá la corte cuatro años antes de regresar a Madrid.
De vuelta en la capital, la joven pareja, cada día más enamorada por el encanto y sofisticación de Bárbara, llevará una vida aislada del resto de la corte, pero no por voluntad propia, sino por orden de Isabel de Farnesio, que quería separar a los hijos del primer matrimonio de su marido de todos los demás. Ni siquiera se les informaba de cuándo salía el correo. Esta penosa situación cambia al morir el padre de Fernando, Felipe V. En esta coyuntura los reyes se librarán de una Isabel de Farnesio que no les había causado más que aflicciones. Ahora, libres, transformarán la corte en un espacio para las artes. Acompañados del famoso Farinelli, disfrutarán de sus jornadas en Aranjuez escuchando música a bordo de sus falúas, en conjunto llamadas «La escuadra del Tajo».

Del amor a la locura

Ciertamente, Bárbara se inmiscuía en los asuntos de Estado, pero en menor medida que su antecesora. Sobre todo, se ocupaba de que Fernando no se sintiera apesadumbrado, lo que le ocurría de vez en cuando. No era del agrado del rey tratar temas políticos de difícil solución. Aunque ella se interesaba principalmente en temas que concernieran a Portugal y a su familia (quería mucho a su padre), estar en el favor de la reina era la manera más segura de poder acercarse al monarca. Los soberanos seguían amándose profundamente, gustaban de la compañía del otro e, incluso, tras muchos años de casados, continuaban haciéndose regalos y dándose otras sorpresas. El reinado de Fernando (1746-1759) fue próspero para España, a pesar de ser poco conocido, y de un cariz más nacional que el de Felipe V. Esta feliz época llegará a su fin cuando el asma y demás enfermedades de Bárbara terminen por dejarla postrada en la cama hasta morir en 1758, tan solo un año antes que él. Dicho periodo es conocido como «el año sin rey» debido a la creciente locura de Fernando que finalmente acabará encerrado en su habitación del castillo de Villaviciosa de Odón, lugar donde había huido, pues todo en el Buen Retiro le recordaba a su esposa.
España pasará un año en ausencia de autoridad real hasta que ya el 10 de agosto de 1759, Fernando entró en el descanso eterno. De esta forma, el matrimonio murió sin descendencia, lo que supuso una inmensa alegría para Isabel de Farnesio, quien ya lo estaba preparando todo para la venida de su querido hijo Carlos, en unos meses Carlos III de España. Ambos esposos descansan hoy en día en las Salesas Reales, convento que había sido construido por orden de la propia Bárbara para refugiarse en caso de que muriera su marido y tuviera que huir de «la Farnesio», ¡cómo sería!

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