Prisciliano: así murió el primer hereje de España
Aunque los hechos no están claros, parece ser que el obispo romano fundó una escuela religiosa al margen de la Iglesia en la que la mujer tenía presencia y por ello fue ejecutado
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Uno de los mitos sobre la peculiaridad de la religión en la Hispania antigua y protocristiana más persistentes es la influencia social del llamado priscilianismo, una de las cuestiones más nebulosas de nuestra historia legendaria. No en vano, se ha dicho, con razón, que el obispo hispano Prisciliano de Ávila fue el primer condenado y ejecutado en la historia por hereje. Y, en efecto, ya en el siglo IV aparece este precedente apasionante. Parece que este religioso se desvió de la norma y creó una escuela ascética y rigorista, frente al ascenso de la iglesia como poder sociopolítico y económico, en la que las mujeres tenían una presencia muy notable.
Hay que recordar que el siglo IV es el del comienzo del prestigio social del santo, de los movimientos espirituales de ascesis y misticismo, cenobitas, eremitas, anacoretas y otros ejemplos de religiosidad extravagante (etimológicamente, entiéndaseme) que promovían sobre todo en Oriente la huida del mundo y la ciudad del desierto. ¿Habría postulado una comunidad semejante Prisciliano? Parece que no era muy distinta del rigorismo ascético del oriente, lejos del creciente lujo que rodeaba a los obispos de las ciudades, pero que la aproximaban a cenáculos gnósticos y neoplatónicos el énfasis en el conocimiento en torno a maestros carismáticos, hombres y mujeres de inspirada presencia, y un cierto misticismo.
Fue acusado de gnóstico y maniqueo, de dualista y libertario. Pero poco es lo que realmente sabemos de sus enseñanzas. Veremos lo que Menéndez Pelayo, maestro del estudio de la heterodoxia hispana, dice acerca del hereje. Como resumen de lo que de sus actividades vedadas se sabe «...sacamos en limpio dos cosas: primero, que Prisciliano poseía esa elocuencia, facilidad de ingenio y varia doctrina necesaria a todo corifeo de secta; segundo, que se había dado a la magia desde sus primeros años. Difícil es hoy decidir qué especie de magia era la que sabía y practicaba Prisciliano. ¿Era la superstición céltica o druídica, de que todavía quedaban, y persistieron mucho después, restos en Galicia? ¿O se trata de las doctrinas arcanas del Oriente, a las cuales parece aludir San Jerónimo cuando llama a Prisciliano «Zoroastris magi studiosissimum»? Quizá puedan conciliarse entrambas opiniones, suponiendo que Prisciliano ejercitó primero la magia de su tierra y aprendió más tarde la de Persia y Egipto, que en lo esencial no dejaba de tener con la de los celtas alguna semejanza». («Historia de los Heterodoxos Españoles» Cap. I, 3) Desde Hispania empezó a tener problemas para difundir su doctrina, que partió en dos el clero de la diócesis. Viajó a Roma para defenderse de las acusaciones de heterodoxia pero el obispo Dámaso, también hispano, no quiso recibirle: marchó a Milán y logró revertir las acusaciones imperiales contra sus prácticas, con lo que pudo regresar a Hispania para seguir con sus enseñanzas. Su movimiento se vuelve muy popular en las provincias occidentales y fuerza al emperador Máximo a perseguirle con un proceso por brujería.
Convocado un concilio al respecto en Burdeos, al que acude Prisciliano, se condena su doctrina y marcha a Tréveris en 385. Allí fue detenido por orden del emperador y acusado de prácticas mágicas, danzas extáticas y astrología por la jerarquía eclesiástica. Se le acusaba de «maleficus» o encantador, lo que conllevaba la pena capital, como los maniqueos. Se decía que encantaba los frutos a través de cánticos mágicos en honor del sol y de la luna y de ciertas danzas nocturnas. Se le acusaba de usar hierbas abortivas y de practicar la adivinación y las ciencias astrales, condenadas por la iglesia. Parece que defendía un concepto teosófico de la naturaleza, una filosofía de la emanación de lo divino en animales, plantas y minerales y una explicación de la generación a través de la distinción de Dios de un principio femenino y otro masculino. Tras ser torturado, Prisciliano confesó la veracidad de estas acusaciones y fue decapitado junto a sus seguidores, entre ellos alguna de las matronas que habían seguido sus doctrinas. De su tumba corrió la especie, a partir de comienzos del siglo XIX, que era la que en 813 la tradición identificó con la de Santiago, hipótesis popularizada por Unamuno y Sánchez-Albornoz. En fin, otro mito hispánico, el del primer hereje ejecutado, de larga pervivencia.