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La España de 1975
Agonía y muerte de Francisco Franco
El final del dictador se alargó mucho más de lo que aconsejaba el mínimo pudor humanitario. su habitación en el Hospital de La Paz se convirtió en un lugar de pesadilla

El 9 de noviembre, ante los rumores de la muerte de Franco, TVE suspendió el programa 'Directísimo', presentado por José María Íñigo. Parecía que había llegado el final inminente que todos esperaban en 1975. Fue una falsa alarma, pero dejó claro dónde estaba cada uno. El búnker no quería que falleciera tan pronto. Debía llegar vivo al 26 de noviembre para que Alejandro Rodríguez Valcárcel siguiera como presidente de las Cortes y del Consejo del Reino otros seis años. Era la única forma que tenían los inmovilistas para intentar un “franquismo sin Franco”. Por eso la agonía del dictador se alargó mucho más de lo que aconsejaba el mínimo pudor humanitario.
La habitación del Hospital de La Paz donde moría el dictador se convirtió en un lugar de pesadilla. Las manchas de sangre llegaban hasta las paredes, y la ropa de cama debía ser cambiada continuamente. Unos días antes, el 30 de octubre, había sufrido una hemorragia gástrica que le provocó una distensión abdominal severa. Franco perdió grandes cantidades de sangre, padeció uremia —una acumulación de toxinas por fallo renal— y presentó problemas dentales que le impedían alimentarse. Ese día fue operado de urgencia durante tres horas en el puesto de primeros auxilios de la Guardia de El Pardo. Allí se descubrió una úlcera sangrante en una arteria. El dictador se desangraba por dentro. El equipo médico supo que no había solución y que solo podía paliar el dolor. Fue enviado a La Paz, de donde no saldría. Se le entubó, fue sometido a transfusiones constantes y se le practicaron dos nuevas operaciones en noviembre, la última el día 15. En realidad estaba muerto. Su cuerpo era mantenido artificialmente con máquinas que lo sostenían más allá de lo natural.
Noticias cada vez más enrevesadas
Durante esos días, la prensa difundía las noticias, cada vez más enrevesadas y técnicas. Florencio Solchaga, de TVE, fue el encargado de la lectura de los partes médicos, contribuyendo a la sensación de una muerte interminable. Los españoles se iban acostumbrando a la idea del fallecimiento inmediato del dictador. No habría vuelta atrás esta vez, como en el verano de 1974.
La agonía de Franco intensificó la inquietud en el búnker. Las reuniones se sucedían entre los miembros del Movimiento Nacional, y la desesperación aumentaba. José Antonio Girón de Velasco, falangista de primera hora, llegó a pegar un puñetazo en la mesa ante sus camaradas diciendo “¡Franco no se muere!”. La situación era distinta en El Pardo. El marqués de Villaverde, “el yernísimo”, temía las represalias que pudieran hacerse tras la muerte de su suegro. Carmen Polo, “la collares”, se quedó en un segundo plano. Finalmente, fue su hija, Carmen Franco, quien decidió poner fin a su sufrimiento, ordenando que lo desconectaran a las 23:15 del 19 de noviembre. La hora oficial del deceso se fijó a las 5:25 del 20 de noviembre de 1975, aunque en realidad fue mucho antes. La noticia la dio en exclusiva la agencia privada Europa Press poco después de las 4 de la madrugada, superando a las agencias públicas.
"¡Viva España!"
Fue León Herrera, ministro de Información y Turismo, quien dio la noticia oficial. Dio el parte por RNE a las 6 de la mañana del 20 de noviembre de 1975. La causa, dijo el ministro, había sido un "paro cardíaco como final del curso de un shock tóxico por peritonitis". Arias Navarro, presidente del Gobierno, lo hizo en TVE a las 10 de la mañana. En una sola toma, con cara compungida, dijo aquello de “Españoles, Franco ha muerto”. Elogió al dictador durante tres minutos y luego sacó un papel de su chaqueta. Era el testamento. Lo leyó. Franco pedía perdón en sus últimas palabras, que se velara por la unidad del país, la paz y la justicia social, y solicitaba a las Fuerzas Armadas y al Movimiento que guardaran lealtad a Juan Carlos de Borbón. Arias concluyó su intervención diciendo "¡Arriba España! ¡Viva España!".
Empezó entonces la "Operación Lucero", un protocolo creado por el Servicio Central de Documentación al margen de Franco y de su familia. El plan incluía cinco grados de respuesta militar, contemplando la detención de elementos subversivos (políticos y sindicales) y el control de los medios. El temor a una rebelión, como había ocurrido en Portugal, era real. Arias, además, sin orden de nadie, había tomado la decisión en secreto de enterrar a Franco en el Valle de los Caídos para controlar la solemnidad y evitar manifestaciones descontroladas gracias al aislamiento del lugar. Las obras para la tumba se realizaron de urgencia en solo tres días, mientras Franco agonizaba.
El dictador murió en la cama, como quería la mayoría absoluta de los españoles del momento, para iniciar en orden, sin revoluciones ni violencia, una transición pacífica hacia la democracia.
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