Tras Annual: la campaña del desquite
El desastre de Annual provocó un terremoto militar, social y político en España. Sin embargo, el contraataque no se hizo esperar


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A lo largo del día 22 de julio de 1921 un rumor se fue extendiendo por Melilla. Oficiales y soldados llegados del frente a toda prisa en los vehículos disponibles contaban que se había producido un desastre, que la columna de operaciones del general Fernández Silvestre había abandonado precipitadamente el campamento de Annual para ser destruida camino de Dar Drius, que las cabilas de la región se estaban levantando y atacando los puestos militares españoles y que los Regulares y la policía indígena estaban desertando en masa para unirse al enemigo. La idea de que Melilla pudiera caer en manos de Abd el-Krim hizo cundir el pánico.
Al día siguiente el «Telegrama del Rif» publicó su ya famoso editorial titulado «Dolor, pero a su lado la esperanza», con el que se pretendía tranquilizar a la población ante la pronta llegada de refuerzos: «España no olvida a sus hijos. Tenemos noticias según las cuales se prepara el embarque de contingentes que vendrán a reforzar a los que en estas tierras africanas dan su sangre a la patria»; y se señalaba al enemigo a batir: «La traición de indígenas que dijeron ser grata nuestra presencia en sus territorios [...] ha llevado el quebranto a una acción que al parecer marchaba por los mejores caminos y se hallaba próxima a un final dichoso». La pérdida de Nador y de Zeluán el 2 y el 3 de agosto, y la de Monte Arruit el 9, escenificaron a la perfección el aislamiento de Melilla, última localidad importante de la región que quedaba en manos españolas.
Las tropas prometidas por el «Telegrama del Rif» empezaron a llegar al día siguiente. A las 08:00 horas del 24 de julio desembarcaron en Melilla el batallón expedicionario del Regimiento de la Corona, proveniente de Almería, dos banderas del aun reciente Tercio de Extranjeros (la Legión) mandadas por el teniente coronel Millán Astray y un contingente de Regulares de Ceuta. Los seguirían, a lo largo de la jornada, batallones de los regimientos de Extremadura, Málaga y Borbón, provenientes de Algeciras, y un batallón del de Granada, procedente de Sevilla. En pocos días la fuerza militar española había vuelto a las cifras de antaño y pronto se iniciaron operaciones militares para recuperar el territorio perdido. El 17 de septiembre se recuperó Nador, y el 14 de octubre, Zeluán. Entretanto, el 10 de octubre, una operación en la que intervinieron decenas de miles de hombres distribuidos en cuatro brigadas y dos columnas independientes conquistó la cima del monte Gurugú, que domina toda la ciudad de Melilla. El cerco estaba roto, había pasado el miedo y comenzaba la «campaña del desquite».
Empieza el contraataque
El 24 de octubre las columnas españolas llegaron a Monte Arruit para encontrarse con un espectáculo dantesco: «La matanza de Monte Arruit empequeñece las de Genserico y Alarico y las de godos y vándalos –rezaba la edición del 25 del “Telegrama del Rif”– [...]. Los rifeños, cual lobos hambrientos de presa, se cebaron en inocentes niños, en débiles mujeres, en hombres indefensos que cayeron para no levantarse más, desplomados los unos sobre los otros, abrazándose muchos, después de revolcarse en el polvo, entre los chorros de sangre». Las fotografías de decenas de cadáveres mutilados secándose al sol dieron la vuelta a España y la violencia de la Guerra del Rif se multiplicó y el desquite se convirtió en venganza. Los rifeños habían masacrado a los españoles que se habían rendido en Zeluán, Monte Arruit, Dar Quebdani, Sidi Dris y otros lugares, y pronto iban a ser pagados con la misma moneda y más aún.
Si tras la experiencia de la Primera Guerra Mundial el uso de gases había llegado a ser considerado inaceptable en Europa, las guerras coloniales parecían una cuestión muy distinta y el fosgeno, la cloropicrina y el gas mostaza hicieron acto de presencia en el Rif. Así, mientras que las columnas terrestres españolas se valían de carros de combate y densas concentraciones de artillería para expulsar brutalmente a los rifeños de sus trincheras, la aviación empezó a ejecutar bombardeos con gases sobre las poblaciones rebeldes con el fin de disminuir el apoyo que estas brindaban al líder enemigo, provocando unos daños y unos traumas que aún siguen presentes en la memoria colectiva actual de la región. A finales del año 1922, tras dieciocho meses de operaciones, las tropas españolas estaban casi de vuelta en Annual, pero la guerra aún estaba muy lejos de terminar.

Para saber más...
- 'El contraataque de Annual' (Desperta Ferro Contemporánea Nº67), 68 páginas, 7,50 euros.